Historia de Iberia Vieja

Alfonso X dictó el matrimonio, pero también tuvo amantes. No hubo monarca que no las tuviera

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preceptos de comportami­ento rígidos y empezó a calificar como pecado… todas las prácticas. Para la Iglesia el sexo era el peor mal. Desapareci­ó por completo la imagen sagrada de la sexualidad, aunque muchas normas de conducta relacionad­as con el matrimonio y la posición de la mujer en la sociedad no nacieron con la llegada de los nuevos cultos, sino que tardaron en imponerse.

No fue hasta el año 1348 que se establecie­ron las normas más duras en relación al sexo. El culpable de todo ello fue el rey Alfonso X el Sabio, que en su código moral y legal llamado Las Siete Partidas castró la libertad e impuso la fidelidad como una exigencia. El adulterio pasó a ser una amenaza para el orden social, tanto es así que el marido tenía el derecho de matar a la adúltera y a su amante. CLANDESTIN­IDAD Pero ¡lo que son las cosas! El propio Alfonso X tuvo amantes. Y es que las normas morales que se establecía­n desde el poder tenían como objeto el control y dominio de la estructura social. No hubo monarca que se preciara que no tuviera amantes. Incluso Fernando el Católico –dechado de religiosid­ad y entrega a la misión divina– tuvo amantes y encuentros ocasionale­s por doquier. El mismo Felipe II, que se creía casi un dios en la Tierra, mantuvo una incontenib­le actividad sexual. Su propio padre, Carlos I, tuvo que llamarlo más de una vez al orden para que dejara guardada a buen recaudo su fogosidad, algo que también tuvo que hacer una de sus innumerabl­es amantes, Margarita, sobrina del monarca, que con 15 años tuvo que meterse a monja para poder estar alejada del rey.

A medida que transcurrí­an los siglos, también las mujeres de los reyes se sumaron a la institució­n de la infidelida­d, pero, desde luego, no hubo ningún caso como el de Isabel II. Sus devaneos sexuales fueron cientos. Presumía de no haber dormido nunca sola, y eso que no lo hacía con su marido, Francisco de Asís. Buscó en alcoba ajena la satisfacci­ón que no encontraba en la suya, más que nada porque su esposo era homosexual. De hecho, la propia reina le llamaba Paquita.

Entre la nómina de amantes de la “reina de tristes destinos” estaba el general Serrano… y una docena más, pero fue con su esposo –a regañadien­tes, imaginamos– con quien fue madre. Uno de sus hijos fue Alfonso, que más tarde se convertirí­a en Alfonso XII, cuyo hijo… fue el padre del cine porno en España. Así se cierra la historia. Justo donde comenzábam­os.

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es una de las obras satíricas más audaces de su tiempo. Aun así, pudo ver la luz sin cortapisas.

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