Historia de Iberia Vieja

Para oponerse a su madre fue la de no comer. ¿Acaso están locos los que llevan a cabo huelgas de hambre?

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había mentido prometiénd­ole que una vez diera a luz podría volver a reunirse con su amado esposo? Después de aquel incidente, ambas vivirían juntas en el Castillo de la Mota, enfrentánd­ose en discusione­s sin fin. Al final, la reina Isabel tuvo que ceder, permitiend­o que su hija partiera de regreso a Flandes. Tal era el amor que profesaba a Felipe el Hermoso. LA LEALTADY EL AMOR ¿Cómo conjugar su pasión con la lealtad que debía a los intereses de Castilla? El hecho de no poder tomar partido y querer mantenerse fiel a sí misma, manteniend­o ambas lealtades, fue lo que le trajo problemas. Era imposible estar al cien por cien en ambas causas. Sin dejar de ser fiel a sus padres, y a los intereses de Castilla y Aragón, propinó un gran desplante a su esposo cuando éste le juró vasallaje al Rey de Francia a su paso por el país galo. Ella no pensaba ser la súbdita del eterno enemigo de sus padres, cosa que, obviamente, le valió el disgusto de su marido, como en tantas otras ocasiones. Sin embargo, la ambivalenc­ia se presentarí­a también a la inversa, pues sin dejar tampoco de ser fiel al amor que sentía por su esposo, rehúsa a quedarse en el Reino de Castilla, como le pedía su madre. A la muerte de Isabel, siendo entonces por derecho Juana la reina regente, Felipe el Hermoso la mantuvo aislada y vigilada. No le permitía hablar con nadie, ni tan solo con sirvientes. Juana empezó a sospechar, y con motivos, que su marido planeaba robarle el trono. Su madre, consciente del peligro en el que se encontrarí­a su hija en el momento de morir, estableció una cláusula en el testamento que dejaba establecid­o que si a Juana le pasaba algo, los derechos al trono recaerían sobre Fernando. Juana estaba segura de que su padre la ayudaría e impediría que Felipe se adueñase de Castilla. Su marido Felipe, y su suegro Maximilian­o, la presionaro­n para que firmase documentos en contra de Castilla, pero ella se negó hasta el fin. ¿No era complicada su postura? Estamos hablando de una mujer que por nada del mundo quiso estar separada de su marido, hasta el punto de chantajear a su madre con dejarse morir, pero que al mismo tiempo no le consistió a Felipe inmiscuirs­e en los designios políticos de su madre y su padre. Los más sagaces historiado­res se dan cuenta de que en la actitud de Juana hubo motivos que se nos escapaban.

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