Había días que no quería levantarse de la cama. Los suyos, sencillamente, la habían dejado de lado
historiadora Bethany Aram. A partir de su encierro en Tordesillas, Juana pierde todo contacto con la realidad, pero no porque no estuviera en sus cabales, sino porque su padre, primero, y su hijo, después, le ocultan información y la mantienen continuamente engañada. Fernando murió siete años después, legando al trono a Carlos, el heredero de Juana, a quien su abuelo había tomado bajo su tutela. En su testamento, el Católico no se acordó de su hija salvo para pedir que no le comunicasen su muerte. Quería que pensara que seguía vivo, y así fue, de forma que cuando su hijo se proclamó rey, ella no lo sabía. Juana recibió la visita de sus hijos Carlos y Leonor cuando tenía 38 años, tras nueve años de cautiverio. Los hermanos aprovechan la visita para llevarse a Catalina, que vivía recluida en Tordesillas. Cuando su madre se dio cuenta, se negó a comer hasta que se la devolvieran. Al final su hijo Carlos cedió y permitió que la pequeña Catalina regresase. Los representantes comuneros, tras muchos intentos, lograron tener acceso a la reina. No tardaron en contarle toda la verdad. La habían estado engañando, le habían ocultado la muerte de su padre, la proclamación de su hijo como rey, e incluso la habían tenido escribiéndole cartas a su suegro Maximiliano, muerto hacía un año. La noticia fue devastadora. ¿Por qué todos los suyos la engañaban y traicionaban? Los comuneros le brindaron todo su apoyo y la hicieran motivo de su causa, pero Juana se negó a apoyarles, y sólo les utilizó para quitarse de encima a algunas personas non gratas. Tenía muy claro que aliarse con los comuneros supondría ir en contra de los intereses de sus propios hijos, y eso no era lo que ella quería.
Lo que acabó terminando de hundir a Juana fue el casamiento de su hija Catalina. Sabía que aquel momento llegaría, sabía cuál era el destino de una infanta, y probablemente, sabía la soledad que se le vendría encima cuando la dejase sola, en su encierro de Tordesillas, rodeada de sirvientes con los que no acaba de llevarse bien. Ella les tenía manía porque pensaba que le robaban sus joyas y tesoros. Todos decían que era una paranoica desconfiada, pero lo cierto es que eran sus propios familiares, incluso su padre, entre otros destacados personajes, quienes durante las esporádicas visitas a la reina, aprovechaban para llevarse consigo lo que querían de las arcas reales.
Poco a poco, a base de encierro y soledad, se fue dejando consumir, deprimida, en el más absoluto de los abandonos. Había días que no quería levantarse de la cama. Los suyos, sencillamente, la habían dejado de lado.