Comer mejor… aunque no se gastara más
vista pueda pensarse, no hay nada anormal en ello. Cuanto más desarrollado está un país, menos porcentaje se gasta en alimentos. Recuerda Antonio Cazorla en su libro Miedo y progreso (Alianza editorial, 2016) que en 1954 se gastaba el 35 % del PIB en alimentos (y las familias casi la mitad) y que esta cifra fue bajando poco a poco y que, en 1975, la cifra ya había bajado al 24 % y se fue acercando al nivel de gasto de otros países europeos que se tomaban como referencia, pese a que en términos absolutos la cantidad subió; tanto o más que la calidad proteínica de los alimentos que se consumían. cómo se encontraba España, pero una cosa tan importante como el agua caliente sólo corría en el 6 % de los hogares en las zonas rurales, si bien en la ciudad alcanzaba –y es muy poco pese a todo– el 43 % de los hogares, aunque sólo el 13 % disponían de calefacción.
Los datos son casi macabros, porque sólo en las zonas ricas y en las regiones más poderosas se tenían los servicios básicos, pero la enorme desigualdad hacía que los que no tenían “tampoco lo quisieran, porque todavía existen necesidades acuciantes que se deben cubrir”, dice Gaspar Brändle Señán, de la Universidad Complutense, que recuerda cómo el modelo de las cosas que se tienen –por eso había entonces más máquinas de coser que ahora– se basaba en la autoproducción, aunque en el caso de España la situación fuera diferente a la del resto del mundo, ya que aquí la “sociedad de consumo” nació en una época en la que las cosas, a nivel político, no habían transcurrido como con nuestros vecinos, “de forma que se va a pasar de la privación a un consumo caracterizado por un fuerte deseo de posesión”, circunstancia que era muy notable en el equipamiento casero, en el cual “la mera posesión de un electrodoméstico fue un importante signo de diferenciación y distinción que confería a su poseedor estatus y prestigio”. Todo esto provocó que se produjeran imágenes “anormales”.
Los sociólogos Luis Enrique Alonso y Fernando Conde señalan que el consumo de entonces era la satisfacción del deseo y en ocasiones había casas que no tenían servicios básicos pero la televisión y el coche no faltaban. Era la consecuencia de cómo la publicidad y la sociedad de consumo fueron de la mano, pero de forma desequilibrada. No hubo otro camino, pero ¿acaso lo hay?