Se ha tachado a la táctica española de errónea y a la inglesa de más avanzada, pero esto es discutible
La táctica española consistía en lanzar una descarga de artillería a corta distancia y después, abandonando sus puestos, subir a cubierta para proceder al abordaje. Al hacerlo, no quedaban artilleros para los sucesivos disparos. En cambio, los ingleses, inferiores en el cuerpo a cuerpo, buscaban mantener la distancia y bombardear a las naves hispanas desde lejos. Para mantener un fuego continuo lo que hacían los británicos era acercarse, dar el costado para disparar con una banda, y luego, como al seguir girando daban la proa o la popa al enemigo, que tenía menos cañones y era más frágil, se alejaban, y cuando acababan el giro y daba el otro costado al enemigo, volvían a acercarse para lanzar otra descarga, mientras la otra banda recargaba. Esta maniobra era conocida como la caracola.
Sin embargo, en una batalla especialmente intensa como la de Gravelinas, que duró de siete de la mañana a cuatro de la tarde, los ingleses dispararían poco más de una vez cada hora. La frecuencia de fuego inglesa, aunque elevada, seguía siendo insuficiente. Se ha tachado a la táctica española de errónea y a la inglesa de más avanzada, pero esto es discutible. La inglesa impedía la derrota pero no conseguía la victoria, ya que los barcos eran muy resistentes y solían aguantar estos bombardeos. En cambio, el abordaje era el medio más eficaz de lograr una victoria, ya que su poder destructivo era mayor. El problema era poder acercarse a los esquivos ingleses. De hecho, de las 50 naves españolas perdidas con la Invencible sólo seis (una de ellas luego recuperada) lo fueron en combate, y el resto por las tempestades. Los ingleses perdieron siete naves, aunque no por el fuego español, sino sacrificadas como barcos explosivos o brulotes para dispersar la flota ibérica. Fueron los brulotes y las tormentas, no los cañones, los que finalmente derrotaron a Felipe II.