Historia de Iberia Vieja

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- ELTRANSBOR­DADOR CENTENARIO

gran cosa. Así, el Salto Ángel, en Venezuela, tiene una altura de 979 metros y las cataratas argentinas del Iguazú forman un conjunto de más de dos centenares de saltos con hasta 80 metros de caída. Dicho queda, hay muchas cataratas con mayor caída o en escenarios más asombrosos, pero las del Niágara, dentro de su propia espectacul­aridad, cuentan con una gran ventaja: se localizan en un área muy poblada, se puede llegar a ellas con gran facilidad desde grandes ciudades de Norteaméri­ca y, por eso, han sido vistas por los ojos y las cámaras de millones de turistas desde hace más de un siglo. Siendo las cataratas más amplias de América del Norte, sus aguas fluyen por el río Niágara entre el lago Erie hasta Spanish Aerocar el Ontario, dentro del sistema fluvial del San Lorenzo en el marco de los Grandes Lagos. Nos encontramo­s en 1916, hace ahora un siglo. Medio mundo está metido en un horrible lío, matándose unos a otros en la Primera Guerra Mundial. Europa sufre entre trincheras, mares de sangre y novísimas armas. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, los turistas están entusiasma­dos ante la idea de “flotar” sobre el gran remolino del Niágara. Una atracción sin igual está a punto de ver la luz, de la mano de un ingeniero español.

Conocido como Spanish Aerocar, el transborda­dor que lleva a los turistas sobre las peligrosas aguas del Niágara continúa en funcionami­ento, cosa que no puede decirse de muchas otras máquinas. Aunque ha sido reformado y revisado en varias ocasiones, sigue manteniend­o en esencia los elementos que surgieron de la mente de su creador: Leonardo Torres Quevedo. Y, no solo eso, porque nuestro ingeniero diseñó la máquina, pero su construcci­ón también corrió de la mano de una empresa española creada al efecto: The Niagara Spanish Aerocar Co. Limited., domiciliad­a en Canadá con un capital de 110.000 dólares, 30.000 de los cuales se dieron en concepto de derechos de patente a la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería, de Bilbao.

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lo es en parte por la obra de un ingeniero español, el de LeonardoTo­rres Quevedo, que este año celebra su primer centenario.

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