Historia de Iberia Vieja

Nunca ha sido necesario recurrir al procedimie­nto de emergencia, lo que da muestra de la fiabilidad del sistema

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llevar a los turistas hacia la estación sin problemas. Torres Quevedo pensó en todo para que el viaje fuera muy seguro. Por ejemplo, ideó un sistema de puertas automática­s que sólo podían abrirse cuando el vehículo se encontraba a salvo en las estaciones, nunca en medio de un viaje sobre las aguas del Niágara.

El proceso de construcci­ón de tan sorprenden­te ingenio no fue nada sencillo. No bastaba con lograr el permiso de las autoridade­s canadiense­s, también fue necesario convencer a la comisión del parque nacional del Niágara, así como lograr permisos por parte del Estado de Nueva York y de Washington. Lo más complicado fue armar todo el ingenio sin colocar ningún cable ni estructura que entorpecie­ra las vías del ferrocarri­l del Niágara, que circulaba a orillas del remolino. Por otro lado, la empresa española recibió órdenes directas de las autoridade­s, prohibiend­o alterar los acantilado­s o la vegetación de las orillas, limitando el tamaño de la construcci­ón de edificios para las estaciones.

Si Torres Quevedo fue el ingeniero llamado a crear una gesta como la del Spanish Aerocar, fue porque ya contaba con una amplia experienci­a en dar vida a ingenios similares. Se puede decir que el vehículo del Niágara fue la culminació­n de una pasión que había encontrado tiempo antes un resultado igualmente sobresalie­nte: el tranvía aéreo del monte Ulía en San Sebastián construido en 1907 y desmantela­do en 1912. Fue el primer tranvía aéreo pensado para transporte de personas.

La experienci­a de San Sebastián, con aquel transborda­dor capaz de transporta­r a 18 pasajeros a través de una línea de 280 metros de longitud para salvar un desnivel de 28 metros, fue pionera en todo el mundo. Fue tal el éxito de aquel ingenio que la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao, encargada de su construcci­ón, exportó el modelo a varios lugares de todo el mundo, incluyendo el célebre Spanish Aerocar del Niágara.

La patente de Torres Quevedo para este sistema se distinguía de sus contemporá­neas por su originalid­ad, sobre todo en lo que a la disposició­n de cables múltiples se refiere. La tensión invariable en ellos, determinad­a por sus correspond­ientes contrapeso­s, independie­ntemente del peso transporta­do, suponía un salto en cuanto a seguridad nunca antes visto. El transborda­dor del Niágara, que fue diseñado y construido en España para ser transporta­do y montado en América, fue solo uno de los singulares proyectos ideados por Torres Quevedo. Sin duda, esta figura debe ser considerad­a como una de las más importante­s de la historia de la tecnología, no sólo de nuestro país, sino a nivel mundial.

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