El modernismo en la literatura
heredó del parnasianismo anterior la búsqueda de la perfección formal y del simbolismo la obsesión por la “vida secreta de las palabras”. El modernismo se movió entre esas aguas. No le interesaba la turbiedad romántica ni la frialdad realista, sino la calidad estética y la hondura conceptual de sus precursores parnasianos y simbolistas. Vinculado generalmente a la poesía, concernió también a la prosa, lo que puede suscitar alguna confusión respecto a sus vínculos con la Generación del 98. El gurú hispánico del modernismo fue el nicaragüense Rubén Darío, que, huelga decirlo, conocía perfectamente Francia –residió un tiempo en París–, y que se desplazaba con relativa frecuencia a España. Las oleadas de admiración que suscitaba entre los escritores que se estaban abriendo camino entonces, los Juan Ramón Jiménez, arriba, o a la derecha, empaparon la literatura española de modernismo, es decir, de música y color, de amor y cosmopolitismo, de intimidad y crepúsculo. El modernismo echó raíces en ellos, y también en Salvador Rueda, Manuel Machado, Francisco Villaespesa o Eduardo Marquina, algunas de sus figuras más emblemáticas. Súmese, a esa evidencia, la concreta situación de España en el contexto de la crisis finisecular: a poco que los nuestros estuvieran al tanto de lo que se cocía en la olla literaria, habrían olido el modernismo, y a poco que ojearan un periódico sabrían de la pérdida de las últimas colonias. Así, el lenguaje de Valle-Inclán comparte rasgos con la musicalidad modernista, a la vez que su alma se ahoga en el llanto por la situación del país.También Machado es un autor de pleno derecho del 98, pero sus primeras obras tienen la gracia huidiza y sensorial del modernismo. No son incompatibles. Si aceptamos que el modernismo nació con fecha de caducidad y fijamos esta en los prolegómenos de la PGM, podemos considerar que el 98 lo sobrevivió, ya que sus autores siguieron trabajando, muchos de ellos hasta avanzada edad. Pero esto no es exacto. Como decía Juan Ramón, el modernismo no fue un movimiento literario, sino una actitud vital que lo “alcanzó todo”,y por eso no murió, sino que se fue transformando en otra cosa, sin renegar de sus principios fundacionales ni del amor perpetuo al lenguaje.