La presencia española se hizo especialmente notable a partir del dominio peninsular sobre los llamados Países Bajos españoles
devueltas a su lugar original, saliendo en solemne procesión desde la casa de Pérez de Malvenda, quien fue siempre recordado por su protección de la sagrada reliquia.
Hoy en día la mansión de Malvenda sigue en pie, aunque fue reconstruida en estilo neogótico en el siglo XIX. Una de sus fachadas, la que se asoma a las aguas del canal próximo al Muelle del Rosario, muestra todavía una placa en la que se recuerda al insigne brujense de origen español. Lo mismo sucede en la puerta de entrada –la casa es hoy una popular tienda de recuerdos–, donde destaca el escudo de armas de su familia. Aunque muchos turistas españoles se sorprenden al descubrir el nombre de un paisano entre las casas del centro de Brujas, lo cierto es que el caso de Pérez de Malvende es sólo la punta del iceberg. Desde comienzos del siglo XIII, y hasta inicios del XVIII, fueron muchos los españoles –en su mayoría comerciantes y soldados– que convirtieron a la hermosa y cautivadora ciudad flamenca en su nuevo hogar.
Esta presencia española se hizo especialmente notable a partir del dominio peninsular sobre los llamados Países Bajos españoles, pero en realidad se remonta mucho más atrás. La primera mención documental sobre la presencia de españoles en Brujas se remonta al año 1280, fecha de un privilegio que menciona a comerciantes de nuestro país. Sin embargo, se sabe que ya en 1230 se estableció aquí una pionera colonia de mercaderes vascos –vizcaínos para más señas–, que se convirtió en punta de lanza para otras comunidades que llegaron desde la Península Ibérica: los siguientes en llegar fueron los aragoneses y catalanes (en 1330) y más tarde castellanos