Historia de Iberia Vieja

El palacio real de Olite

- TRAS VIAJAR LA FANTASÍA ES UN ARTE

con nuestro compañero Óscar Herradón por la España del siglo XV, nos detenemos en esta página en el Palacio Real de Olite, corte de los reyes navarros hasta 1512. Durante la Edad Media, fue uno de los focos culturales más vigorosos de Europa, asombro de los viajeros de fuera y gancho para los amantes de los torneos y las justas.

Su lenguaje gótico nos habla del esplendor de la corte de Carlos III el Noble, abuelo del Príncipe de Viana, pero también, claro, de la fragilidad de todos los sueños. Porque los “palacios reales” de Olite que hoy recorremos son hijos del ocaso y de su tardío amanecer. La guerra de la Independen­cia castigó sus muros –Espoz y Mona tiró por la calle de en medio y, en 1813, lo incendió para que el enemigo francés no anidara en sus torres–; y no fue hasta el primer cuarto del siglo XX cuando los arquitecto­s José y Javier Yárnoz Larrosa se empeñaron en redimir sus ruinas. Lo tenían claro. Para estos hermanos, restaurar no era “solamente conservar lo existente, sino reproducir para su perpetuaci­ón lo que antes hubo merecedor de perdurabil­idad”. ¿No es fascinante este arte? Hace poco, los más puristas cuestionab­an los trabajos de consolidac­ión llevados a cabo en el castillo de Matrera (Villamartí­n, Cádiz), que al poco eran reconocido­s con el premio Architizer A+ en la categoría de preservaci­ón. De la noche a la mañana, su artífice, Carlos Quevedo Rojas, pasó de ser comparado con la Cecilia Jiménez del Ecce Homo a cosechar los aplausos de sus compañeros de profesión en Nueva York.

Quienes visitan Olite pueden tener la impresión de haber despertado en un reino de fantasía tras morder la manzana del cuento. Ahí radica en parte su encanto, y ahí también el desencanto de algunos, que censuran su pintoresqu­ismo y las licencias románticas del conjunto. La sombra de Viollet-le-Duc, el arquitecto francés que reinventó la Edad Media en Carcasona, seguía siendo muy alargada: así, en Olite nos sentimos caballeros de la hermandad prerrafael­ita y la bella dama sin piedad nos hace presos. Pero yo soy de los que compran este decorado. Al fin y al cabo, la techné griega que sustenta la etimología de “arquitectu­ra” se puede traducir también como “creación” o “invención”.

Esto de ahora no lo es. En las galerías subterráne­as del castillo, a las que se accede por la misma plaza de Carlos III, tuve la oportunida­d de ver una exposición, en uno de cuyos paneles leí la curiosa historia de Felipe III de Borgoña, llamado el Bueno. En 1461, tras quedarse calvo, impuso a sus súbditos que se afeitaran la cabeza para sentirse acompañado en su alopecia. ¡Todo un influencer, el amigo!

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