Las Cortes de Cádiz quisieron reconocer su ayuda, y no escatimaron elogios ni honores a quien había comandado las fuerzas británicas
nuevas victorias, que culminaron en la batalla de Vitoria de 1813, que supuso la definitiva expulsión de los ejércitos de Napoleón de nuestras fronteras. Por su inestimable ayuda –y a pesar de que en un primer momento tanto franceses como españoles habían sido enemigos de los británicos en base al Tratado de San Ildefonso–, el Duque de Wellington y sus tropas se ganaron las simpatías del pueblo español, que los consideraba unos aliados decisivos en la victoria frente a los invasores franceses. En 1812 las Cortes de Cádiz quisieron reconocer esta ayuda y no escatimaron elogios ni honores a quien había comandado las fuerzas británicas. Le concedieron títulos nobiliarios tan importantes como el de Duque de Ciudad Rodrigo, el 30 de enero de 1812, con Grandeza de España para él y para sus descendientes; la Cruz de San Fernando; o la entrega del Toisón de Oro, el 7 de agosto de 1812. Ante las airadas protestas del general Ballesteros –destituido y trasladado a Ceuta por este motivo–, se le nombró General en Jefe de todas las tropas españolas ubicadas en territorio peninsular. Y, por si todo ello no fuera suficiente, las Cortes de Cádiz le brindaron el sitio y posesión real de El Soto de Roma, en la Vega de Granada, así como un terreno llamado Las Chanchinas. Se llegó a colocar su efigie en la Plaza Mayor de Salamanca junto con la de otros grandes Reyes españoles. Tras las abdicaciones de Bayona –por las que tanto Carlos IV como su hijo Fernando VII dejaron el trono de España para que Napoleón lo entregase a su hermano José Bonaparte–, hubo un vacío de poder en España, puesto que la mayoría de españoles rechazaban al nuevo monarca francés. Para llenarlo, en el contexto de la espontánea insurrección contra los franceses, se organizaron una serie de Juntas Provinciales que asumieron la soberanía momentáneamente y que, en septiembre