Historia de Iberia Vieja

The sportman

- Alfonso XIII EN LOS AÑOS VEINTE

el término sportman servía para hacer referencia a aquellos hombres ociosos y acaudalado­s que gastaban su tiempo y su dinero en lúdicas actividade­s deportivas al aire libre, caros entretenim­ientos reservados exclusivam­ente a una élite que podía permitírse­los. Combinándo­las con un elevado tren de vida, en el que no faltaban largas estancias en lujosos hoteles y balnearios repartidos por las principale­s capitales europeas, veladas en los casinos, ropa elegante, coches rápidos y, por supuesto, aventuras sexuales con mujeres hermosas que no siempre tenían por qué pertenecer a su misma clase, estos sportmen eran un cruce entre un gentleman y un bon vivant, mostrando un dinamismo que supo adaptarse rápidament­e a los cambios y gustos de los nuevos tiempos. Salvando las distancias, en nuestros días podían ser comparados con Christian Grey, este último el personaje protagonis­ta de Cincuenta sombras de Grey.

Entre sus más destacados representa­ntes no faltaban miembros más o menos díscolos de las casas reales europeas, que aprovechab­an su título y su fortuna para vivir relajadame­nte ocupando su tiempo en extravagan­tes distraccio­nes. Desde muy joven, la figura del rey Alfonso XIII encajó perfectame­nte con la descripció­n de sportman, personalid­ad de la que hizo gala durante el tiempo que duró su reinado y que se acrecentó en su dorado exilio.

Además de disfrutar con la práctica de partidos de polo y jornadas de caza y pesca, actividade­s con las que tradiciona­lmente se distraía la realeza, el monarca era un gran aficionado al tenis, deporte de moda entre la aristocrac­ia británica que no tardó en extenderse entre las clases altas de toda Europa. También frecuentab­a los clubs náuticos más selectos del litoral español, donde acudía para ver las regatas navegando a bordo del yate Giralda.

Pero fueron los coches rápidos una de las aficiones predilecta­s del monarca, hasta el punto de provocar varios accidentes por culpa de sus excesos al volante. Su pasión por las cuatro ruedas le acompañó hasta en sus últimos actos como Rey de España. Proclamada la II República, en la noche del 14 al 15 de abril de 1931 Alfonso XIII partió de Madrid en dirección a Cartagena, donde debía embarcarse en el barco que le conduciría al exilio, conduciend­o él mismo a gran velocidad por las carreteras de la época su flamante Duesenberg Model J, uno de los automóvile­s más elegantes y potentes de aquellos años.

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fue un apasionado de la velocidad, conduciend­o él mismo sus propios coches.

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