El respaldo de Alfonso XIII al
monarca evidenció su torpeza con un comportamiento errático en el que sus bienintencionados intentos por corregir sus errores tan solo sirvieron para empeorar la situación. Ni siquiera la labor humanitaria llevada a cabo por la Oficina pro-cautivos, iniciativa personal del rey fundada para encontrar y repatriar a los prisioneros de ambos bandos durante la Primera Guerra Mundial, o su viaje a Las Hurdes extremeñas, visita que puso en evidencia las duras condiciones de vida que se padecían en la España profunda, sirvieron para lavar su imagen, actos que fueron interpretados por una mayoría como simples actos de propaganda.
Alejado cada día más de la delicada situación política por la que atravesaba el país, Alfonso XIII seguía llevando su mismo estilo de vida, rodeado por una camarilla poco aconsejable de interesados y untuosos aduladores que esperaban sacar algún beneficio de su relación con el monarca. La interminable guerra en Marruecos, de la que surgió toda una generación de aguerridos militares dispuestos a conspirar, y un panorama político cada vez más polarizado en peligrosos extremismos intransigentes, contribuyeron al aumento del descontento popular contra la institución de la Corona, a la que identificaban como una de las principales responsables de todos sus males. El respaldo de Alfonso XIII al golpe de estado del general Miguel Primo de Rivera y el posterior fracaso de la Dictadura hicieron inviable su continuidad en el trono y favorecieron el triunfo del republicanismo.