Historia de Iberia Vieja

Cinco años después, Barcelona tuvo su metro, el Gran Metropolit­ano. Alfonso XIII delegó la inauguraci­ón en Fernando de Baviera

- LLEGA A BARCELONA Chamberí.

alcalde de Madrid, Luis Garrido Juaristi, se relamía consideran­do el negocio: al final de ese viernes, la recaudació­n ascendería a 8.433 pesetas. Era solo el principio. En su primer año de andadura más de 14 millones de usuarios habían disfrutado ya de sus ventajas. Cinco años después, en diciembre de 1924, Barcelona tuvo su metro, el Gran Metropolit­ano, que circulaba entre las estaciones de Lesseps y Cataluña, con paradas en Diagonal y Aragón. El rey Alfonso XIII delegó la inauguraci­ón en el infante Fernando de Baviera, que bajó al andén por unas escaleras alfombrada­s. Y, de nuevo, el baile de autoridade­s de poblados mostachos, la emoción nerviosa de las “señoritas” que formaban en las taquillas, los uniformes azules de los empleados –diseñados con sumo gusto por Alemany Carreras, todo hay que decirlo– y las alabanzas técnicas (¡esas cajas registrado­ras “ultramoder­nas”, marca National, que emitían los billetes!). Se bendijeron las vías y los coches y hubo un “lunch” ligero en la estación de Diagonal y, más tarde, un banquete en el Ritz ofrecido por la compañía del Gran Metropolit­ano.

Al día siguiente, desde las siete de la mañana y hasta la una de madrugada, la “plebe” barcelones­a empezó a congeniar con ese nuevo medio de transporte, cuyas tarifas se movían entre los 15 y los 20 céntimos, en función de la distancia. Como en el caso de Madrid, jaleó con el mejor ánimo el proyecto, que solo unos meses después incorporar­ía una nueva estación, la de Fontana, para regocijo de los vecinos de la Travessera de Gràcia, que se ahorraban así una buena caminata, y se prolongarí­a hasta Liceu. Al año siguiente, los cuatro puntos cardinales ya estaban unidos en el plano con El Transversa­l, entre Bordeta y Cataluña, que promovía la sociedad Ferrocarri­l Metropolit­ano de Barcelona.

Con el paso de los años, el Metro seguiría conquistan­do las ciudades peninsular­es y, a pesar del cabreo de los usuarios por los inevitable­s retrasos y averías, también sus corazones. A Valencia llegaría en 1988, a Bilbao en 1994, a Palma de Mallorca en 2007, a Sevilla en 2009, y a Málaga, ayer como quien dice, en 2014.

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La estación “fantasma” de

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