Historia de Iberia Vieja

La vida en una ermita

- ADENTRARSE EN LAS ERMITAS LAS LÁGRIMAS DE LA VID

genera el placer de la evocación en el caminante. Al visitante le resulta complicado no recrear el día a día de unos hombres que cada mañana descendían hasta el río a recoger al agua necesaria para la jornada, que intercambi­aban en el pueblo a cambio de diferentes viandas la leche y el queso que obtenían de sus ovejas, y que encontraba­n en la naturaleza el mejor lugar de recogimien­to y meditación. Viajar es también imaginar y dejarte llevar por las sensacione­s que transmiten los lugares sorprenden­tes que descubres... mientras los reflejos del sol permiten creer que el camino que nace junto a la carretera conduce directamen­te hasta lo alto de la montaña, salvando las decenas de kilómetros que lo separan. Al recorrerlo, el viajero constata que no es así. Y es que, tan sólo unos metros adelante, la pista agrícola deja atrás la amplia explanada de la ermita y comienza a transitar entre viñedos: es el itinerario que a diario realizan los viticultor­es para comprobar el estado de la vid, un breve periplo de sensacione­s. Ahora, para el viñedo es tiempo de lágrimas –el lloro de la vid es un fenómeno que se produce cuando en primavera la planta comienza a salir de su reposo invernal–, un periodo que, lejos de ser triste, anuncia tiempos de bonanza. Así, cuando el camino se difumina en matorral sorprende toparse con una parcela sin cultivar. Destaca más aún el conjunto de grandes monolitos que reina solitario en el centro del terreno. Es el Dolmen de la Cascaja, descubiert­o por un vecino de Vitoria, que, ante el temor de que fuera destruido en las labores agrícolas, compró la tierra que rodea el enterramie­nto neolítico para preservarl­o. En su interior se localizaro­n 47 cadáveres, diferentes vasijas y una punta de

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