Historia de Iberia Vieja

Berlín: la Olimpiada nazi

- A COMIENZOS DE 1931,

varias ciudades se disputaban el honor de convertirs­e en sede de los Juegos Olímpicos previstos para el verano de 1936: Roma, Berlín, Budapest y la propia Barcelona, entre otros enclaves, intentaban convencer a los responsabl­es olímpicos de que su candidatur­a era la más idónea. Casualment­e, en abril de ese mismo año el Comité Olímpico Internacio­nal debía congregars­e en la ciudad condal para llevar a cabo la votación que decidiera la sede definitiva. Barcelona había sido ya candidata – sin éxito– en años anteriores, y en esta ocasión contaba con varios puntos a su favor: disponía de unas excelentes instalacio­nes e infraestru­cturas heredadas de la reciente Exposición Universal celebrada en 1929, contaba con un moderno estadio deportivo y, además, nunca había acogido unos Juegos Olímpicos. Sin embargo, la suerte no estuvo de parte de la candidatur­a catalana. La coincidenc­ia de la proclamaci­ón de la 2ª República amedrentó a varios de los miembros del Comité, que rehusaron acudir a la ciudad temiendo

Comité Català Pro Esport Popular, que fue vista con buenos ojos por varias organizaci­ones deportivas y obreras, como el Centre Gimnàstic Barcelonès o el Club Femení i d’Esports. Para sorpresa de sus organizado­res, la iniciativa gozó de un gran éxito de convocator­ia, no sólo en España, sino también en el extranjero, donde distintas federacion­es acogieron la idea con entusiasmo.

El acto pasó entonces de ser un encuentro de carácter regional o nacional para convertirs­e en el proyecto internacio­nal que daría voz a quienes pretendían boicotear las olimpiadas nazis altercados, y la votación se decantó finalmente por Berlín. En aquellas fechas, las relaciones políticas jugaron un papel destacado, pues la relación entre Francia y la República de Weimar en Alemania eran excelentes, con la sombra de la terrible Gran Guerra casi ya olvidada. Aunque Berlín ya había sido sede olímpica en 1916, la nueva designació­n se revelaba como un mensaje de optimismo y buena voluntad, un símbolo de que la paz en Europa era posible.

Por desgracia, el ascenso de Hitler y el nazismo al poder iba a dar una vuelta de tuerca a la inestable situación política europea, y poco a poco los Juegos Olímpicos de Berlín fueron revelándos­e como una inmejorabl­e arma de propaganda política para la Alemania nazi, que vio en el evento deportivo una ocasión perfecta para proclamar al mundo sus ideales raciales y de supremacía aria.

Así, lo que debía ser un evento que sirviera para reforzar los lazos de hermandad entre los pueblos del mundo, acabó convirtién­dose en un acto de propaganda fascista que incomodó a muchos estados, y en especial a las fuerzas políticas de izquierda.

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