Berlín: la Olimpiada nazi
varias ciudades se disputaban el honor de convertirse en sede de los Juegos Olímpicos previstos para el verano de 1936: Roma, Berlín, Budapest y la propia Barcelona, entre otros enclaves, intentaban convencer a los responsables olímpicos de que su candidatura era la más idónea. Casualmente, en abril de ese mismo año el Comité Olímpico Internacional debía congregarse en la ciudad condal para llevar a cabo la votación que decidiera la sede definitiva. Barcelona había sido ya candidata – sin éxito– en años anteriores, y en esta ocasión contaba con varios puntos a su favor: disponía de unas excelentes instalaciones e infraestructuras heredadas de la reciente Exposición Universal celebrada en 1929, contaba con un moderno estadio deportivo y, además, nunca había acogido unos Juegos Olímpicos. Sin embargo, la suerte no estuvo de parte de la candidatura catalana. La coincidencia de la proclamación de la 2ª República amedrentó a varios de los miembros del Comité, que rehusaron acudir a la ciudad temiendo
Comité Català Pro Esport Popular, que fue vista con buenos ojos por varias organizaciones deportivas y obreras, como el Centre Gimnàstic Barcelonès o el Club Femení i d’Esports. Para sorpresa de sus organizadores, la iniciativa gozó de un gran éxito de convocatoria, no sólo en España, sino también en el extranjero, donde distintas federaciones acogieron la idea con entusiasmo.
El acto pasó entonces de ser un encuentro de carácter regional o nacional para convertirse en el proyecto internacional que daría voz a quienes pretendían boicotear las olimpiadas nazis altercados, y la votación se decantó finalmente por Berlín. En aquellas fechas, las relaciones políticas jugaron un papel destacado, pues la relación entre Francia y la República de Weimar en Alemania eran excelentes, con la sombra de la terrible Gran Guerra casi ya olvidada. Aunque Berlín ya había sido sede olímpica en 1916, la nueva designación se revelaba como un mensaje de optimismo y buena voluntad, un símbolo de que la paz en Europa era posible.
Por desgracia, el ascenso de Hitler y el nazismo al poder iba a dar una vuelta de tuerca a la inestable situación política europea, y poco a poco los Juegos Olímpicos de Berlín fueron revelándose como una inmejorable arma de propaganda política para la Alemania nazi, que vio en el evento deportivo una ocasión perfecta para proclamar al mundo sus ideales raciales y de supremacía aria.
Así, lo que debía ser un evento que sirviera para reforzar los lazos de hermandad entre los pueblos del mundo, acabó convirtiéndose en un acto de propaganda fascista que incomodó a muchos estados, y en especial a las fuerzas políticas de izquierda.