Moscú, 1925-1953
tan proclive a los frescos familiares de carácter histórico, alcanzó una de sus cimas a finales del pasado siglo XX con Una saga moscovita, novela de Vasili Aksiónov (1932-2009) sobre la epopeya de la familia Grádov entre 1925 y 1953, año de la muerte de Stalin.
Su esfera temporal es, pues, la época más férrea del bolchevismo, correspondiente a la dictadura del “hombre de acero”. Se inicia con la fiesta de cumpleaños de Mary Vajtángovna, esposa del médico y patriarca de la familia Borís Nikítovich Grádov, en la que el autor nos presenta a los protagonistas: sus tres hijos Nikita, más tarde héroe de la Segunda Guerra Mundial; Kiril, simpatizante del régimen; y la pequeña Nina, que cultivará la poesía.
En estas páginas los personajes reales, desde el hijo de Stalin al ministro Mólotov, coexisten con los ficticios y, en algunos momentos, interactúan con ellos. Así, Stalin llega a requerir los servicios médicos de Borís, mientras que Lavrenti Beria, jefe del temible servicio secreto NKVD, no oculta su irrefrenable deseo sexual por la hija de Nina. A su vez, la elite cultural aparece representada por Maiakovski, Bulgákov o Ródchenko.
A través de una serie de “entreactos” que aligeran –y contextualizan– la trama, Aksiónov recoge jugosos titulares de la prensa de la época, tanto del bloque comunista como del occidental. Nuestro país se menciona en varias oportunidades, así en el partido de fútbol entre el Spartak de Moscú y la selección del País Vasco durante la República o a propósito de los niños que llegaron a Rusia en la guerra civil.
La novela recrea a la perfección la opresión y el miedo que el nuevo orden instauró. Los personajes temen ser detenidos por cualquier nimiedad susceptible de ser interpretada “políticamente” y, por supuesto, los Grádov no se libran del acoso. Kiril da con sus huesos en Kolymá, “capital” del gulag en la que Shalámov encuadró sus célebres relatos y donde la madre del propio Aksiónov, la escritora Eugenia Ginzburg, pasó los peores años de su vida. El autor sabe de lo que habla, y se nota cuando describe la pena de cárcel que afrontan Nikita y su mujer, condenas que repercutirán en la siguiente generación de la familia, en particular en Borís IV Grádov, nieto del patriarca, y en el hijo adoptivo de Kiril, Mitia. Al término de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades no relajaron su celo, antes al contrario, para evitar el “contagio” del capitalismo entre sus súbditos.
La novela se divide en tres partes – La generación del invierno, Guerra y prisión y Prisión y paz–, que el autor conduce sin desmayo a lo largo de más de mil páginas, en las que prevalecen, ante todo, la humanidad de sus criaturas y la lucha por custodiar su libertad frente a cualquier experimento totalitario.