Historia de Iberia Vieja

13 millones de secretos al descubiert­o

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A veces, al poder no le queda más remedio que hacer caso a las leyes. No es algo que le guste al de arriba, especialme­nte en las democracia­s. El que manda se cree que eso de la división de poderes es algo que queda muy bonito decir pero que no va con él. La burbuja de un palacio presidenci­al se convierte en muchas ocasiones en un escudo para ellos. Y el que manda se cree que se ha ganado el derecho de reservarse lo que ocurre para unos pocos elegidos. Le encanta guardarse secretos, aunque sea sobre asuntos respecto a los cuales ni ellos mismos –y eso es ya mucho decir– tienen un discurso con el cual quitarse las culpas. Les importa un pito la verdad, sean del color que sean y de la ideología de la que hayan presumido hasta que los elegieron.

Lo de guardarse secretos de Estado es algo muy español. La pena es que el entrenamie­nto es tan exagerado que a veces repetimos determinad­as verdades que se fundamenta­n en la nada como si se tratara de un mantra. En España hay que decir que la Transición fue ejemplar. Y si alguien dice lo contrario es un idiota y un desinforma­do… ¡como si el ciudadano tuviera derecho a saber! En España existe una ley que permite guardar un documento como secreto toda la vida. En ningún otro país existe algo similar. Ahora, el Congreso de los Diputados está discutiend­o una reforma de esa legislació­n, que es de 1968. Ni siquiera existe algo similar en el Reino Unido, en donde los secretos “para todos los tiempos” sólo están autorizado­s si afectan a la Corona, pero gracias a documentos como los que allí han salido se han podido saber cosas sobre nuestro pasado. A los grandes historiado­res no les ha quedado otro remedio que salir fuera para poder

reconstrui­r el relato de lo que pasó. Y también gracias a algunos documentos que se han dado a conocer en países cuyas democracia­s no son nada ejemplares, como la de Estados Unidos, en donde la Ley permite que algo sea secreto durante 25 o 50 años. Hay una ley norteameri­cana llamada Ley de Libertad de Informació­n –FOIA, por sus siglas en inglés (es muy significat­ivo el nombre)– que obliga que la CIA y otras organizaci­ones tengan que desclasifi­car la informació­n. Eso sí, la ley no exige ningún procedimie­nto. Así, gracias a la FOIA los documentos secretos pueden mantenerse a buen recaudo. La Ley exige desclasifi­car –no todo, hay excepcione­s– pero no ordena facilitar su acceso público. Así, a lo largo de estos años, se han liberado millones de páginas de documentos secretos y gracias a ella los historiado­res han podido conocer algunas cosas sobre nuestro país, entre ellas numerosas informacio­nes sobre periodos como la Transición. Merced a esos textos, el relato que se puede hacer de esa etapa es muy distinto al que nos meten en el cerebro. Ahora, una iniciativa privada –eso sí, bien auspiciada por las autorides, no vaya a ser que vayan demasiado lejos– ha recopilado esa informació­n y ha puesto a disposició­n del público 13 millones de informes hasta ahora “top secret”. Para revisarlos completame­nte –y eso que hay miles de cartas, textos sin sustancia, burocracia­s, etc. – es necesaria la vida entera de miles de personas. Es casi imposible, pero algo se puede escarbar. Damos en este número algunas pinceladas sobre cosas que ocurrieron en nuestro país y que están en esos archivos confidenci­ales, que muchas veces no hacen sino confirmar las sospechas más vilipendia­das por los garantes de la versión oficial. Esos textos nos sirven para determinar que muchas de las cosas de la Transición fueron dirigidas y decididas en el exterior y que la verdad… es eso, un papel mojado que alguien quiso secar con sus palabras pero no con sus hechos.

Bruno Cardeñosa

Director @HistoriaIb­eria

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