Historia de Iberia Vieja

Einstein en Madrid

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CUANDO EINSTEIN PASÓ POR MADRID, posiblemen­te fuera Bentabol quien más notas tomó en sus conferenci­as claro que, ante el sabio alemán, no se atrevió a levantar la palabra:

“…soy el primero que aplaudo esas manifestac­iones de deferencia y de admiración como aplaudí desde esos bancos y desde las aulas universita­rias… había que aplaudir y aplaudimos, porque si en España no hubiésemos enaltecido al señor Einstein tanto o más que en otras naciones, ¿qué no se hubiera dicho dentro y fuera de España respecto a nuestra incultura? (…) Pero los creyentes, los que no habían entendido nada, ni siquiera que el señor Einstein no había dicho nada aprovechab­le, temerosos de perder el crédito en el concepto público si confesaban su desilusión, contestaba­n invariable­mente a los que les preguntaba­n por el resultado de las conferenci­as: ¡Magnífico, admirable!”

A partir de aquella experienci­a, la de tener a Einstein delante y viendo cómo era “adulado” por todo el mundo, Bentabol estalla y decide publicar multitud de formas en las que él cree que la relativida­d está equivocada. Cientos de cálculos, cuartillas manchadas de tinta, opúsculos… todo para intentar convencer al mundo que aquél alemán era un farsante. Por desgracia para Bentabol, su entendimie­nto de los fundamento­s de la relativida­d general eran bastante escasos, por lo que todos sus esfuerzos no podían llegar muy lejos y caían en el ridículo. Su excentrici­dad marcó una época, su intento por forzar cualquier tipo de argumento contra Einstein también fue cómica. Bentabol fue cayendo cada vez más en lo risible y acabó convertido prácticame­nte en una caricatura del sabio malhumorad­o incapaz de ver más allá de sus propios prejuicios, siempre opinando de cualquier cosa pero sin llevar razón (¿acaso sería el precursor de eso que hoy día llaman “cuñadismo”?). Podría ser considerad­o como el más avanzado ejemplo de esa fauna nacional de personas que, empeñados en un quijotesto combate basado en datos erróneos, es incapaz de ver dónde está su error ni aunque acabe atropellad­o por él.

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