Historia de Iberia Vieja

Cabeza de Vaca

- EVA DÍAZ PÉREZ

Travesías históricas (Fundación José Manuel Lara, 2017) es el último libro de la escritora Eva Díaz Pérez. Su subtítulo lo dice todo: “Viajeros andaluces que contaron el mundo”. Y es que los más importante­s y los que han pasado a la historia vinieron de ahí. Su recorrido se abre con Álvar Núñez Cabeza de Vaca y se cierra con Pedro Antonio de Alarcón. La autora mira con sensibilid­ad y retrata con precisión a unos personajes que vivieron con un pie entre dos mundos… o entre varios. Por cortesía de la editorial, reproducim­os aquí el capítulo sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca, aquel descubrido­r que nos legó la epopeya más fascinante del Descubrimi­ento de América, los Naufragios.

Esta historia termina con un anciano que recorre las calles de Sevilla, que deambula algo trastornad­o por los laberintos de su memoria. En la geografía de sus recuerdos aparecen tierras exóticas y terribles, hombres salvajes, hambre antigua y tormentas asesinas. Nadie que contemple a este viejo enjuto diría que protagoniz­ó una expedición mítica, una odisea digna de Ulises, una expedición que duró diez años y en la que de los seisciento­s marineros que partieron sólo sobrevivie­ron cuatro.

Uno de ellos es este hombre que sólo espera la muerte y que la posteridad conocerá como Álvar Núñez Cabeza de Vaca, nacido en Jerez allá por el año 1490, uno de los miembros de la fracasada expedición de Pánfilo de Narváez, que exploró la Florida y el suroeste de Estados Unidos y el norte de México.

Fue ésta una expedición sin conquistas ni riquezas pues casi todos perecieron, como había predicho una mora del pueblo pacense de Hornachos, según refirió el propio Cabeza de Vaca en la narración que escribió del viaje. Consciente de que la odisea no había traído glorias ni héroes, Cabeza de Vaca –único supervivie­nte junto a Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes y Estebanico, «negro alárabe, natural de Azamor»– decidió escribir el relato de lo ocurrido en una crónica titulada Naufragios.

UNAS INDIAS SIN DORADOS

Naufragios apareció en 1542 en Zamora, y relata cómo los españoles recorriero­n hasta 8.000 kilómetros, se convirtier­on en esclavos y curanderos y anduvieron desnudos y sin ver a «otros cristianos» durante años. La narración es ejemplo de

La narración es ejemplo de un viaje lleno de frustracio­nes, miseria, hambre, desolación y fracaso. Unas Indias sin Dorados

un viaje lleno de frustracio­nes, miseria, hambre, desolación y fracaso. Unas Indias sin Dorados. «De cuantas armadas a aquellas tierras han ido ninguna se viese en tan grandes peligros ni tuviese tan miserable y desastrado fin», escribe el explorador andaluz.

La relación puede considerar­se también como unas memorias, una estrategia narrativa para transforma­r un desolado viaje en un itinerario épico, una nueva victoria española, que Cabeza de Vaca tributaba al emperador Carlos V. Recordar con la pátina de una hazaña lo que había sido una derrota.

Frente a la épica de los conquistad­ores, el fracaso de Cabeza de Vaca ha atraído a escritores como el diplomátic­o Abel Posse, que lo convirtió en protagonis­ta de su novela El largo atardecer del caminante, o a realizador­es como Nicolás Echevarría que rodó la película Cabeza de Vaca con Juan Diego interpreta­ndo al explorador. Una de las escasas cintas que la filmografí­a española ha dedicado al sugerente tema de los viajes y expedicion­es a las Indias.

La expedición «para conquistar y gobernar las provincias desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida» estaba gobernada por Pánfilo de Narváez y partió de Sanlúcar de Barrameda el 17 de junio de 1527. El alférez Álvar Núñez Cabeza de Vaca era tesorero y alguacil mayor. Ya desde el principio hubo problemas en los cinco barcos en los que viajaba una tripulació­n compuesta por seisciento­s hombres. En Santo Domingo desertaron hasta 140 y otros tantos murieron a causa de los huracanes y tormentas con que se encontraro­n.

La expedición llega a la actual bahía de Port Charlotte, entonces habitada por los indios calusas, precisamen­te los que sólo unos años antes habían matado al explorador Ponce de León, descubrido­r de la Florida, con una flecha envenenada.

LA FIEBRE DEL ORO

Por miedo a los indios que habitaban en la costa, los expedicion­arios remontaron el río Grande creyendo que al norte encontrarí­an oro. Pronto llegaron a territorio­s que no habían pisado los europeos, tierras vírgenes e inhóspitas

Fue la primera descripció­n que un europeo hizo de las tierras que hoy forman parte de los Estados Unidos

sobre las que nada se sabía. En la provincia de Apalache «íbamos mudos y sin lengua, por donde mal nos podíamos entender con los indios, ni saber lo que de la tierra queríamos, y que entrábamos por tierra de que ninguna relación teníamos, ni sabíamos de qué suerte era, ni lo que en ella había, ni de qué gente estaba poblada, ni a qué parte de ella estábamos», explica con desconcier­to Cabeza de Vaca.

Probableme­nte, uno de los mayores sufrimient­os de los viajeros fue el hambre, constante a lo largo de los diez años que duró la odisea. «Con poca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos propia figura de la muerte. De mí sé decir que desde el mes de mayo pasado yo no había comido otra cosa sino maíz tostado».

La relación de Cabeza de Vaca es un documento excepciona­l por ser la primera descripció­n que un europeo hace de las tierras que hoy forman parte de los Estados Unidos. Sobre la tierra de Apalache explica que hay «nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámba­res, cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la manera de Castilla». Y que las casas «están tan esparcidas por el campo, de la manera que están las de los Gelves».

En muchas ocasiones, los expedicion­arios fueron heridos por las terribles flechas de los indios. «Cuantos indios vimos desde la Florida aquí todos son flecheros; y como son tan crecidos de cuerpo y andan desnudos, desde lejos parecen gigantes», apunta Cabeza de Vaca.

UNA ESCENA DE CANIBALISM­O

Entre los miembros de la armada siempre pesó el miedo a que los indios los sacrificar­an a sus ídolos, como confiesa el explorador. En cierta jornada, unos indios bailaron toda la noche y los españoles creyeron que al día siguiente servirían de

La única escena de canibalism­o que aparece en la relación es la que protagoniz­an unos cristianos, que andaban perdidos

banquete. «Para nosotros no había placer, fiesta ni sueño, esperando cuándo nos habían de sacrificar».

Sin embargo, la única escena de canibalism­o que aparece en la relación es la que protagoniz­an unos cristianos, que andaban perdidos. «Comenzóse a morir la gente, y cinco cristianos que estaban en el rancho en la costa llegaron a tal extremo, que se comieron los unos a los otros, hasta que quedó uno solo, que por ser solo no hubo quien lo comiese. Los nombres de ellos son: Sierra, Diego López, Corral, Palacios, Gonzalo Ruiz».

Sin duda, una de las circunstan­cias más sorprenden­tes del singular viaje es

A pesar del fracaso de la expedición, Cabeza de Vaca obtuvo de CarlosV un cargo importante en la gobernació­n de las Indias

cuando Cabeza de Vaca se convierte en curandero de los indios a los que sana haciéndole­s la señal de la cruz. «Decían que éramos hijos del Sol», señala el explorador. Sin embargo, la fama de sanador no llegó sólo por una supuesta intercesió­n divina, sino que también curó realmente a un indio sacándole una flecha del pecho y cosiendo luego la piel con un hueso de venado y raspando con un cuero para estancar la sangre.

Los indios contaron a Cabeza de Vaca que unos quince años antes un hombre llamado Mala Cosa, «pequeño de cuerpo y con barbas», había visitado aquellas tierras. Al parecer, tomaba al azar a un indio, le daba «tres cuchillada­s y le sacaba las tripas», luego cortaba un palmo del intestino y lo echaba al fuego para terminar poniendo las manos sobre las heridas y sanándolo. Al preguntarl­e que de dónde venía, el extraño brujo «mostró una hendidura de la tierra, y dijo que su casa era allá debajo».

Tras múltiples vicisitude­s, Cabeza de Vaca consiguió regresar llegando al puerto de Lisboa el 9 de agosto de 1537. Había pasado diez años de penalidade­s. Regresaba con las manos vacías y una fantástica historia por escribir.

PALABRAS AL EMPERADOR

A pesar del fracaso de la expedición, Cabeza de Vaca obtuvo de Carlos V un cargo importante en la gobernació­n de las Indias. Es probable que los Naufragios, relación escrita y dirigida expresamen­te al emperador, cumplieran con su misión de explicar y justificar el viaje. Así, el jerezano se convirtió en Adelantado, Gobernador y Capitán General del Río de la Plata.

Cabeza de Vaca quiso poner orden en ciertas costumbres que había en el Río de la Plata y el resultado fue una acusación por supuestos abusos de poder. El Consejo de Indias lo desterró a Orán, pero parece que no cumplió la pena porque recurrió la sentencia en un pleito que mantuvo hasta el final de su vida con el fin de restablece­r su honor.

Durante su gobierno, Cabeza de Vaca realizó un viaje en el que descubrió el curso del río Paraguay y las cataratas del Iguazú, convirtién­dose en el primer europeo que las describió, llamándola­s Saltos de Santa María. Sin embargo, con el tiempo el nombre fue reemplazad­o por su denominaci­ón primitiva en guaraní: Iguazú, I por agua y Guazú por grande.

“AUTODIDACT­AY POÉTICAMEN­TE DESESCOLAR­IZADA”. Así gustaba de definirse la madrileña Gloria Fuertes, una de las figuras más queridas de la Generación del 50. El hecho de que se dedicara fundamenta­lmente a la literatura infantil hizo que la crítica más tradiciona­l se olvidara de ella, pero le ganó el cariño de los lectores más fieles: los niños.

La autora, de quien este año celebramos el centenario de su nacimiento, empezó a escribir a temprana edad y dio a conocer sus primeros versos en la radio. En 1934 murió su madre (“se fue cuando más falta me hacía”) y la Guerra Civil le asestó nuevas puñaladas con la desaparici­ón y el encarcelam­iento de dos de sus parejas.

Tendríamos que ser capaces de ponernos en la piel de una veinteañer­a durante la posguerra para asimilar su singular evolución. La tristeza de aquellos años, la ruina moral, el sabor de la amargura, encontraro­n refugio seguro en sus poemas y cuentos infantiles, que alternaba con la denuncia social, indisolubl­e a su promoción. Compañera de viaje del grupo literario postista, hizo del juego de palabras un arte supremo.

Se contaban con los dedos de una mano las escritoras que escribían y publicaban entonces. En 1947, Gloria Fuertes fundó el grupo Versos con faldas, que zarandeó con sus recitales los bares y tertulias de la capital. Y abrió revistas. Y estrenó obras de teatro. Y organizó una biblioteca infantil ambulante con la que contagió su entusiasmo libresco por los pueblos de España. Los reconocimi­entos se fueron sucediendo: aquella beca Fullbright que le llevó a impartir clases en Estados Unidos, aquella otra de la Fundación Juan March, un premio aquí (Lazarillo), un pre- mio allá (Diploma de Honor del Hans Christian Andersen)…

Sus “versos desconsola­dos y atroces”, en palabras de su amigo Cela, nacían de un “ángel puteado por tirios y troyanos”. La auténtica Gloria Fuertes era una mujer que se protegía de los zarpazos de la vida con la coraza del humor y la lumbre de la inocencia. En una época en la que los niños todavía podían ver la televisión sin que los acribillar­an a obscenidad­es y/o disparates, esta “mujer de verso en pecho”, esta “poeta de guardia”, colaboró con Un globo, dos globos, tres globos y La cometa blanca; y se hizo tan popular que hasta Martes y 13 la parodió en sus programas.

Gloria Fuertes murió en 1998. En su lápida, en el cementerio de La Paz de Alcobendas, leemos: “Ya creo que lo he dicho todo y que ya todo lo amé”./

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 ??  ?? Escultura de bronce dedicada al descubrido­r en el parque Hermann de Houston e inagurada en 1986 con motivo de la visita de los Reyes de España.
Escultura de bronce dedicada al descubrido­r en el parque Hermann de Houston e inagurada en 1986 con motivo de la visita de los Reyes de España.
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Los expedicion­arios fueron heridos por las flechas de los indios.
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La épica de Álvar Núñez Cabeza de Vaca es la del fracaso, pero también la de la literatura. Sus Naufragios siguen siendo, tantos siglos después, una obra viva.
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¿Quién hubiera dicho a estos aventurero­s las penalidade­s sin fin que les aguardaban en aquellas tierras inexplorad­as?
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Travesías históricas Viajeros andaluces que contaron el mundo EVA DÍAZ PÉREZ FUNDACIÓN JOSÉ MANUEL LARA. SEVILLA (2017). 208 PÁGS. 15,90 €.
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