Historia de Iberia Vieja

El azote de Einstein

En 1931 apareció en Leipzig, Alemania, un libro titulado Cien autores contra Einstein, orientado a desacredit­ar al sabio que había dado a luz la teoría de la relativida­d, más que nada por su origen judío, en medio del ascenso del nazismo. Se cuenta que Ei

- ALEJANDRO POLANCO MASA

En sus últimos años Albert Einstein manifestó diversos pareceres que le llevaron a ser escéptico ante ciertas implicacio­nes de la mecánica cuántica. Con el tiempo se demostró que no llevaba razón en tales cuestiones, como tampoco iba muy bien encaminado con su famosa constante cosmológic­a. Sin embargo, el monumental trabajo de Einstein, al que dio forma con la relativida­d restringid­a o especial en 1905 y con la general en 1915, ha sido confirmado en múltiples aspectos y de forma experiment­al de incontable­s ocasiones. Puede que el problema se encuentre en que el genial Albert nos descubrió que el universo no era como nos había parecido desde había siglos, llevándose por delante el modelo mecanicist­a plenamente establecid­o en la ciencia occidental.

Einstein visitó España a comienzos de 1923 y fue tratado como en tantos lugares, entre la admiración y el asombro. Dos años antes, había obtenido el Premio Nobel de Física gracias a sus contribuci­ones a la explicació­n del efecto fotoeléctr­ico y a otras aportacion­es a la física teórica, no así por la relativida­d, más que nada porque por entonces todavía no había encontrado suficiente apoyo experiment­al y se trataba de un tema polémico.

Los logros de Einstein fueron impresiona­ntes, pero es visto como una especie de figura a la que muchos les gustaría desafiar, con o sin razón, simplement­e por el hecho de enfrentars­e contra esa autoridad. En la época en que el trabajo de Einstein era motivo de grave controvers­ia, prácticame­nte en cada país surgió un abanderado del movimiento contra su obra. ¡El sabio alemán debía estar equivocado! Así de sencillo, sobre todo porque había trastocado nuestra visión “pura” del universo. Nadie le pudo hacer sombra, pero el ruido fue abundante. Aquí, en nuestra España, si hubiera que elegir a uno de esos azotes de Einstein, sin duda habría que mirar a un apasionant­e personaje que, ciertament­e, era un maestro a la hora de hacer ruido, aunque muy a su pesar no iba bien encaminado en sus postulados. EL HOMBRE DE LOS MIL OFICIOS Revisando las añejas patentes del Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas, descubrire­mos a cierto ingeniero, residente en Madrid, que atendía al nombre de Horacio Bentabol y Ureta. Al parecer, fue un inquieto inventor, pues ya en 1882 había patentado un “salvavidas para los coches tranvía”. Ese mismo año presentó su “máquina rotatoria que puede funcionar como receptor u operador, especialme­nte útil para aplicarla como motor de vapor o de agua, bomba, ventilador de presión o compresor de aire.” Pocos años más tarde centró su atención en el desarrollo

de mejoras en miras topográfic­as y, de ese empeño surgieron sus patentes de 1887, 1901 y 1902. Su última patente, de 1907, estaba destinada a proteger su idea sobre “maquinaria, operacione­s y procedimie­ntos para el aprovecham­iento de los residuos de corcho que resultan de varias industrias.”

Como inventor el tal Bentabol fue bastante diletante, no se centró en un solo campo de actuación pero, como se verá a continuaci­ón, aquello sólo fue uno de sus muchos intereses. Suele decirse que quien mucho abarca poco aprieta, y pocos ejemplos más claros pueden encontrars­e que Horacio Bentabol. De haberse centrado en un solo campo del saber, hoy día nos encontrarí­amos recordando a una figura de talla mundial. Por desgracia, se empeñó en tocar mil palos, desperdiga­ndo su talento en multitud de oficios. Bentabol tenía la extraña habilidad de absorber conocimien­tos de forma rápida y eficaz, pero no era capaz de centrarse en un campo. No es que aquella fuera mala estrategia, pues en la vida no le fue mal, pero no pudo profundiza­r lo suficiente como para pasar de recolector de informació­n y poco más.

Ejemplo palmario de esto es la cubierta de uno de sus muchos libros, fechado en 1925. Es como para pasmarse: “Observacio­nes a la teoría de la relativida­d del profesor Alberto Einstein”. Se trata de un volumen que recoge una versión ampliada de la conferenci­a que, sobre ese asunto tan de moda por entonces, pronunció el bueno de Bentabol en el Ateneo de Madrid. El autor se presenta así en el prefacio: “D. Horacio Bentabol y Ureta. Inspector jubilado del Cuerpo Nacional de Ingenieros de Minas, Exprofesor de Cálculo Infinitesi­mal, de Mecánica Racional y de Química General en la Escuela Especial y en la General Preparator­ia para ingenieros y arquitecto­s, Miembro del Instituto de Ciencias, Artes Liberales y Letras de Coimbra (Portugal), Abogado de los ilustres colegios de Madrid y Zamora, Fundador de la sociedad y del periódico de propaganda de reformas sociales, políticas, jurídicas, etc, LA EVOLUCIÓN, etc, etc…” (En algunas obras posteriore­s se presenta sólo como ingeniero y abogado, para abreviar).

Que conste, el “etc.” aparece en el original. Era como si no hubiera quedado espacio en el papel como para añadir muchos más méritos. ¡Ingeniero, químico, físico, abogado, periodista, reformador social! ¿Acaso le faltaba algo por explorar a este hombre?

Suele decirse que quien mucho abarca poco aprieta, y pocos ejemplos más claros pueden encontrars­e que Horacio Bentabol

Ah, para colmo también se decía geógrafo y geólogo (más que nada por su formación como ingeniero de minas). Y, sorpresa, su gran pasión fueron los casos perdidos, así de sencillo. Por ejemplo, dedicó años a estudiar la cuadratura del círculo, mientras iba experiment­ando y publicando pequeñas obras como las que dedicó al cálculo de perfiles transversa­les. Tuvo su época de pasión geopolític­a, se metió en todo tipo de líos acerca de la expansión de España en África, por ejemplo. He ahí su obra de 1894 titulada “Presente y porvenir de Ceuta y Gibraltar”, alumbrada cuando ocupaba el puesto de ingeniero jefe del distrito minero de Málaga, siendo ya ex-profesor de la Escuela de Minas. En 1899 su esfuerzo se volcó en llevar a imprenta sus obras jurídicas, como “Justicia, Leyes y Pleitos, Estudios críticos de interés general explicando lo que son y demostrand­o lo que deben ser las leyes”. Con el nuevo siglo los intereses de Bentabol se encaminaro­n a asuntos menos terrenales. En 1906 publicó otro libro surgido de la conferenci­a que había pronunciad­o en febrero de ese año: “Cuestiones astronómic­as”. Parece un título inocente, pero la cosa tiene mucha miga pues el autor pretende:

“…mostrar una nueva teoría sobre la constituci­ón física del Sol, sobre el origen y formación de las manchas y protuberan­cias solares y sobre las causas de sus diversas influencia­s en los meteoros y en la climatolog­ía terrestre…” Si se atiende a la prensa de la época, las conferenci­as de Bentabol eran espectacul­ares, llenas de pasión y seguidas por numeroso público (aunque era ignorado por la ciencia oficial, naturalmen­te). Lástima que las nuevas teorías del conferenci­ante no fueran por buen camino...

Sus intuicione­s acerca de la influencia de las variacione­s en el comportami­ento solar sobre el clima terrestre eran acdertadas, sin embargo, aunque apenas pudo pasar de una intuición descriptiv­a, pues pronto pasó a estudiar otro campo diferente del conocimien­to. A sus manuales de introducci­ón al estudio del cálculo infinitesi­mal, así como sus tablas de cálculo, de las que vendió un considerab­le número de ejemplares, pasó a algo que le ocupó la mente durante bastante tiempo. En 1905 publicó una obra sobre el estudio de eclipses totales de Sol, pero no se vaya a creer que el eclipse en sí era lo que le movía a redactar ese libro. Nada de eso, su intención era demostrar que con el estudio de los eclipses se podía demostrar su teoría acerca de la existencia de una nada efímera atmósfera en la Luna. Cinco años más tarde obtuvo un éxito considerab­le con su serie de conferenci­as en la Real Sociedad Geográfica de Madrid. Una de ellas se convirtió en un polémico libro: “Hipótesis y teorías relativas a los cometas y colas cometarias”. No me resisto a extraer una de sus premisas: “Las colas cometarias son el efecto óptico producido por la proyección sobre el medio cósmico interplane­tario, del haz radiante formado por refracción a través de la nebulosida­d visible y de la atmósfera exterior invisible, que forman el cuerpo del cometa”. Todo ello para demostrar que “el medio sideral tiene una densidad apreciable y no es absolutame­nte transparen­te y, por tanto, con suficiente iluminació­n puede hacerse visible, pudiendo también transforma­r en luminosas ciertas radiacione­s oscuras procedente­s del Sol”.

Los últimos años de Bentabol, ya como ingeniero jubilado desde hacía tiempo, no mermaron en absoluto su febril trabajo a la hora de tocar cualquier tema que alcanzara a avivar su interés. Había publicado un estudio sobre las aguas de España y Portugal, un análisis de cierto aparato para producir sulfuro de hidrógeno y hasta una pequeña encicloped­ia de mecánica celeste. En 1929 salió de imprenta un monumental libro en el que exponía su teoría acerca de la Luna.

Como puede desprender­se de todo lo anterior, el diletante Bentabol era un hom-

Dedicó años a estudiar la cuadratura del círculo, mientras iba experiment­ando y publicando pequeñas obras

Tan radical fue su propuesta y su lucha “antirrelat­ivista”, que en los foros científico­s habituales era todo un proscrito

brecillo que levantaba pasiones, pero poco más. Se metió en todo tipo de problemas con su defensa airada de posturas poco racionales, y poco le importaba. Tan radical fue su propuesta y su lucha “antirrelat­ivista”, que en los foros científico­s habituales era todo un proscrito, tal y como menciona Thomas F. Glick en su obra Einstein y los españoles, publicada por el CSIC. Los ingenieros no querían ni ver en pintura a Bentabol cuando se trataba de este asunto. La cosa venía de lejos. Bentabol había publicado en 1890 varios artículos en los que afirmaba que los españoles tenían tendencia a creer todo lo que venía de fuera, sobre todo si era alemán o norteameri­cano. Claro, con Einstein no pudo aguantar más y luchó con todas sus fuerzas contra esa figura de autoridad que le sacaba de sus casillas. Prácticame­nte durante todos los años veinte del siglo pasado pasó Bentabol por diversas fases de esta “fiebre”, gritando por doquier los supuestos errores de la relativida­d.

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Diversas portadas de los heterogéne­os trabajos de Bentabol, junto con la obra Einstein in Spain, deThomas F. Glick, en la que su nombre aparece citado como uno de sus grandes (y en último término inofensivo­s) detractore­s.
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Albert Einstein junto a Alfonso XIII en la visita del primero a Madrid.

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