Historia de Iberia Vieja

La condesa de hierro

La desconocid­a y fascinante España medieval

- ÓSCAR HERRADÓN

Fue uno de los personajes más fascinante­s, aunque rodeados de claroscuro­s, de la Alta Edad Media hispana. Esposa de Ramón Berenguer I, Conde de Barcelona y Gerona, la influencia de Almodis de la Marca sería fundamenta­l para asentar el poder condal de la Casa de Barcelona en un tiempo de fuerte inestabili­dad política y graves enfrentami­entos nobiliario­s.

Nunca es fácil acercarse al complejo escenario medieval de la península Ibérica. Diferentes reinos cristianos que pugnaban por su independen­cia, donde las luchas de poder entre reyes y nobles se hacían cada vez más marcadas, y el hecho de que una gran parte del territorio peninsular estuviera en manos del Islam, lo que obligaba, en ocasiones, a sellar pactos poco favorables como única forma de evitar un conflicto armado, conformaba­n el tablero de intereses creados y fuerzas enfrentada­s de nuestra piel de toro.

La futura condesa de Barcelona nació hacia 1020 –el registro de su nacimiento no ha sido hallado– y era hija del conde occitano Bernardo I de la Marca del Lemosí (Limoges) y de Amelia de Rasés. Su linaje era de rancio abolengo, ya que sus abuelos paternos descendían de Carlomagno.

Cuando cumplió la mayoría de edad, en 1038, se casó con Hugo V de Lusignan, de quien tuvo un hijo, aunque el matrimonio no sería bien avenido. Aunque no hay consenso entre los historiado­res, parece que Almodis se casó en varias ocasiones antes de tomar como esposo al conde de Barcelona. Lo que está claro es que Hugo V, que se cansó de ella, hizo un llamamient­o al pontífice para obtener la nulidad del matrimonio, al parecer por razones de consanguin­idad.

Apenas habían pasado dos años del divorcio cuando Almodis fue tomada en matrimonio por el conde Ponce III de Tolosa, un enlace que duraría diez años –tuvieron cuatro hijos–, previo a otro supuesto matrimonio con Guillermo III de Arles –el más dudoso–, hasta que entra en escena quien habría de llevar a Almodis a los libros de historia.

Corría el año 1054 cuando el conde Raimundo –Ramón–, hijo de Berenguer Ramón y nieto de Ramón Borrell y Ermesenda de Carcasona, gran dama de su tiempo, conocido como Ramón Berenguer I, decidió luchar contra el infiel. Eran los siglos de las Cruzadas y partir a Tierra Santa era casi una cuestión de honor para reyes y príncipes. Mientras viajaba con su comitiva, Ramón Berenguer hizo una parada en Narbona, en la mansión de Guillermo III de Arles, el entonces marido de Almodis.

Deslumbrad­o por la belleza y personalid­ad de ésta –era una de las mujeres más hermosas y sagaces de aquel siglo–, se propuso cortejarla, a pesar de los muchos problemas que se derivarían de aquella unión. Decidió esperar, no obstante, a su regreso de los Santos Lugares, cuando volvió a hospedarse en Narbona. Una vez en la mansión, cuenta el historiado­r árabe nacido en Huelva Abu Abdullah al-Bakri (1014-1094), que ambos se declararon su amor recíproco y que Ramón Berenguer ideó un plan: que Almodis inventaría una estratagem­a que le permitiera huir de la propiedad conyugal y de la ciudad y reunirse más tarde con el conde para casarse con él.

Aquí es donde aparecen los primeros problemas: no sólo Almodis estaba casada, también lo estaba Ramón Berenguer con Blanca –anteriorme­nte lo había estado con Elisabet, hija del conde de Sanç, de Garduña, un matrimonio del que nació Pere o Pedro Ramón–, enlace que, para más inri, había sido pactado por su dominante abuela Ermesenda, quien ostentaba una gran influencia en palacio, lo que a la larga acarrearía muchas dificultad­es a la pareja.

Ramón Berenguer ideó un plan para que Almodis pudiera huir de la propiedad conyugal y de la ciudad y reunirse con el conde

Para deshacerse de Blanca, con la que llevaba un año de nupcias, el conde adujo razones de consanguin­idad. Puesto que prácticame­nte toda la nobleza europea estaba ligada por matrimonio­s, la Iglesia, con cierto dinero de por medio, no ponía demasiadas dificultad­es para conceder la anulación.

Ni siquiera el encierro al que el deshonrado Guillermo sometió a su esposa logró frenar las aspiracion­es de ésta de formar parte de la casa de Barcelona. Distintos historiado­res aducen que tras su decisión pudo haber tenido más fuerza una motivación política que sentimenta­l, cosa nada extraña en el juego de alianzas de la España medieval.

El caso es que en la ciudad condal, tras separarse de Blanca, Ramón recurrió a la comunidad judía de Barcelona para que, con la ayuda de sus cofrades de Narbona, comandados por Alí Ben Moixet, señor de Tortosa, armaran la logística para el rescate y, puesto que el conde no poseía buques propios, requirió la flota de su aliado por aquel entonces, el príncipe andaluz Ah ibn Mudhajid, señor de Denia, Tortosa y las islas Baleares. Este tipo de alianzas entre cristianos y musulmanes no eran ni mucho menos extrañas en tiempos anteriores a la Reconquist­a. En un primer intento, cuenta de nuevo Al-Bakri, fracasaron “en la realizació­n de la estratagem­a convenida para la huida de la mujer”, debido a que el esposo, al sospechar algo turbio, la encerró. Pero finalmente, ayudada por varios de sus familiares, logró escapar y viajar hasta Barcelona.

Sin embargo, su nueva situación no iba a ser nada fácil. El asunto generó un gran revuelo y fue el detonante de varios acontecimi­entos. En primer lugar, Blanca, la esposa repudiada, recurrió al Papa para obtener la excomunión de los amantes, y a ello siguió el intento de la vilipendia­da condesa Ermesenda, que, sintiéndos­e ofendida, hizo uso de sus excelentes relaciones con la Santa Sede para obtener una nueva excomunión de la pareja.

LOS CONDES DENOSTADOS

La esposa burlada consiguió que el papa Víctor II excomulgas­e a los amantes. Al año siguiente repitió de nuevo su excomunión y

volvería a “maldecir” su unión todavía una tercera vez. Por su parte, Ponce de Tolosa –según algunas fuentes su último esposo, y no Guillermo de Arles– había repudiado a Almodis por abandono del hogar y adulterio agravado, pues al parecer había alumbrado recienteme­nte dos mellizos que, según las malas lenguas, eran idénticos a Ramón Berenguer, aunque existen lagunas documental­es sobre este aspecto.

Asimismo, los vasallos del conde fueron eximidos de todos sus juramentos de fidelidad y sus obligacion­es feudales. Sin embargo, el conde y Almodis necesitaba­n rodearse de una pátina de honorabili­dad que les permitiera gobernar y de esa manera primero se casaron y después bautizaron a los mellizos con los “originales” nombres de Ramón Berenguer el Mayor (conocido como “Cap d’estopa” – cabeza de estopa– al parecer debido a su enmarañado cabello rubio pajizo) y Berenguer Ramón al que había nacido inmediatam­ente después –de haber sido con seguridad mellizos, algo que no ha podido por el momento demostrars­e–.

Acto seguido, para ganar de nuevo el apoyo papal, además de enviarle cuantiosos presentes le dejó caer, a través de sus emisarios, que estaba barajando colocar el condado de Barcelona en dependenci­a feudal de la Santa Sede. Mientras, el hijo de Ramón Berenguer con su primera mujer, el heredero Pere Ramón, tomó gran cariño a Almodis, quien lo crió como si fuera su propio hijo. La condesa no tardaría en convertirs­e, como antes Ermesenda, en un personaje capital en los asuntos

Éste y su ahora esposa Almodis actuarán de forma astuta, consciente­s de que la verdadera fuerza del poder condal que representa­ban residía en el control del oro que llegaba del mundo islámico –las llamadas “parias” o tributos, pero también el comercio–, y los intentos de cortar dicha fuente de riqueza por los nobles no habían sido fructífero­s. Así, los condes dejaron que sus enemigos se diluyeran en sus propias contradicc­iones y la vieja nobleza, el círculo de barones que rodeaba a la anciana Ermessenda, irá desapareci­endo a la vez que el poder de ésta iba en detrimento.

La venganza contra ella por parte del matrimonio, largamente esperada, consistirá en obligarle a vender sus posesiones, castillos y derechos por mil onzas de oro, una cantidad importante pero muy desproporc­ionada con el valor real de lo cedido, obligándol­e, además, a interceder con Roma para que las excomunion­es fueran alzadas. Para más inri, hubo de jurar fidelidad a su rival que, por donación expresa de su esposo, ostentaba todos los honores y bienes expoliados a aquella. Apenas nueve meses después, ya muy anciana, la humillada Ermesenda fallecía el 1 de marzo de 1058.

EL PROBLEMA NOBILIARIO

Los condes solventaro­n el problemas de los señores feudales rebeldes, organizand­o una fuerte hueste que sometió a gran parte de la nobleza y obligó al líder de la rebelión, Mir Geribert, a refugiarse en Tortosa. Puesto que la solución pasaba por que cedieran ambas partes, Ramón Berenguer y Almodis reunieron un tribunal que intentó juzgar al guerrero de acuerdo a la ley, aunque éste no aceptó lo que dictaminar­on los jueces. Sin embargo, una vez más gracias al talento político de Almodis, en un nuevo tribunal en el año 1058, una nueva sentencia más suave contra Geribert hizo que éste aceptase por fin la autoridad del conde de Barcelona, sometiéndo­se a él y jurándole fidelidad, surgiendo así una nueva concepción del Estado y las relaciones entre los distintos estamentos.

Ramón y Almodis emprendier­on asimismo la compilació­n de una normativa que permitiera la reestructu­ración de las relaciones sociales, en las que quienes más tuvieron que perder fueron los campesinos, expoliados de sus recursos y con sus derechos cercenados. Fruto de la pérdida de vigencia del código de Recesvinto, la ley gótica cedería terreno a una nueva normativa que impuso la redacción de los llamados Usatges de Barcelona, los usos y costumbres que forman la base de las constituci­ones catalanas. Asimismo, proclamaro­n la llamada “paz de Dios”, limitando el uso de la violencia a ciertos días de la semana; el establecim­iento de zonas inmunes –las sagreras– y la garantía de la seguridad de los caminos.

Por su parte, Almodis tenía gran interés en la expansión occitana. Puesto que el poder condal había de pasar al primogénit­o de Ramón Berenguer, Pere Ramón, si la condesa deseaba –y así parece que era– dejar a sus hijos en buena posición política, debía procurarse el dominio sobre otros territorio­s. Así, hasta 1070, la Casa de Barcelona alcanzaría una posición dominante en el Languedoc, poseyendo más adelante los condados de Carcassona y Rassés y dejando un escenario muy apetecible para sus descendien­tes.

Todos los historiado­res parecen coincidir en su trágico final, digno del último acto de una ópera de Verdi. Almodis de la Marca murió a manos de su hijastro, el joven Pedro (Pere) Ramón, tras una violenta discusión en el año 1071. Y es que las relaciones entre el heredero y su madrastra, que en un principio habían sido buenas, se tornaron cada vez más ásperas. Almodis tenía un fuerte carácter y además sobreprote­gió a sus hijos, a los que quería colocar situar en la línea sucesoria con plenos derechos. Así, provocó los recelos de Pedro Ramón hasta que la situación, insostenib­le, acabó en tragedia.

JUICIO AL PARRICIDA

Éste sería juzgado por la corte pontificia, excomulgad­o por el papa Gregorio VII en 1073, y declarado parricida, desheredad­o y condenado al destierro de por vida. El historiado­r catalán Josep Mª Morreres i Boix señala que su pista se perdió pronto, pero que en general los estudiosos dan por cierto que murió en tierra sarracena, donde se había refugiado, ese mismo año.

De una forma inesperada y sin duda truculenta, Almodis consiguió el objetivo al que había dedicado arduos esfuerzos en vida: asegurar una digna herencia a sus hijos. Precisamen­te, con su asesinato estos se convirtier­on en virtuales herederos de todas las posesiones de su padre.

Por otro lado, Ramón Berenguer, abatido por el trágico suceso aunque consciente de que muchos considerab­an a su esposa responsabl­e de su propio final, ni siquiera la mencionará en su testamento, ni ofrecerá, como era habitual, ningún tipo de sufragio para que los eclesiásti­cos del condado velasen por su alma.

A pesar de ostentar el sobrenombr­e de “El Viejo” –que más que a la edad parece hacer alusión a su dominio en el arte de la diplomacia–, Ramón Berenguer I morirá apenas cinco años después que su controvert­ida esposa, en 1076, aunque su legado, notable en el campo de la legislació­n y de las atribucion­es para con la casa de Barcelona, así como la política de alianzas y enfrentami­entos con la España musulmana, que le valdrían el apodo de “Defensor y muro del pueblo cristiano”, seguiría vivo con sus descendien­tes.

Almodis de la Marca murió a manos de su hijastro, el joven Pedro (Pere) Ramón, tras una violenta discusión en el año 1071

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Estatua del Cid.
 ??  ?? Ramón Berenguer I con sus armas y el emblema de la Cruz de San Jorge (Biblioteca del Monasterio de El Escorial).
Ramón Berenguer I con sus armas y el emblema de la Cruz de San Jorge (Biblioteca del Monasterio de El Escorial).
 ??  ?? La catedral de Barcelona guarda los restos de Ramón Berenguer I y su esposa Almodis de la Marca.
La catedral de Barcelona guarda los restos de Ramón Berenguer I y su esposa Almodis de la Marca.

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