La primera bruja de América
La vida de Lorenza de Acereto, nacida en Cartagena de Indias, fue un infierno. Vendida a los 12 años a un obseso sexual, aprendió de los esclavos una serie de conjuros para castigar a su marido. Amante de un sargento, el Santo Oficio puso sus ojos en ella y la castigó por sus hechicerías. Esta es la historia de la primera bruja de América.
Lorenza de Acereto nació en Cartagena de Indias en 1586. Era hija de Jerónimo de Acereto, genovés, y María Pérez Espinosa, española. Quedó huérfana a tierna edad, y su padre la abandonó dejándola a cargo del presbítero Luís Gómez de Espinosa, su tío materno. Pero en 1598 al religioso le entraron las prisas por volverse a España, y como su padre se había desentendido de la criatura, la casó (¿vendió?) con tan sólo 12 años con Andrés del Campo, escribano público de 38. El estado de debilidad emocional y carencia afectiva de Lorenza vendría a complicarse todavía más con este matrimonio, pues Andrés del Campo era un obseso sexual. Tenía tres concubinas, dos de ellas cohabitando en la misma casa conyugal. Eran Leonor de Herrera, una mujer separada de su marido; Isabel de Aguilar; y una esclava negra llamada Margarita. Sabemos que con esta última tuvo un hijo, si bien lo más probable es que este hombre tuviera otros vástagos aunque no fueran reconocidos. De todo esto se intuye que Lorenza se inició en la actividad sexual a edad temprana, pero también la deplorable condición de soledad y abuso en la que se encontraba. No sabemos si su tío el presbítero la había educado en los valores religiosos del recato, pero lo que vio en casa del marido no era precisamente el ejemplo más cristiano. Tal vez por eso Lorenzana se echó en los brazos de los negros que tenía a su servicio, esclavos y esclavas que la iniciaron en las artes mágicas, y le enseñaron a hacer brebajes, filtros de amor, conjuros, sortilegios… Los negros eran su refugio, sus aliados; y por lo que se ve, su marido era, en cierto modo, el enemigo, porque fue su primera víctima, tal y como se puede apreciar en el relato del proceso del Santo Oficio.
MAESTRA HECHICERA
A Lorenza no le gustaba nada el panorama que tenía en su casa, con tanta concubina y tanto ardor marital. No
sabemos muy bien si lo que quería era quitarse a la competencia de encima (cosa poco probable, pues entonces se habría cebado con ellas dejando al marido en condiciones de cumplir sexualmente con ella) o si lo que quería era bajarle la libido, y ya de paso, sumirlo en un estado de total y absoluta desgracia física, y a la vista de cómo se las gastó con el esposo, parece que se inclinó por la segunda opción, pues intoxicaba sistemáticamente a su esposo echándole en la comida las sustancias más bizarras que uno pueda imaginar: polvo de calavera, sesos de asno, cabeza de gato triturada, uñas de pies y cabellos humanos, semen con flujo vaginal tras el coito en una copa de licor, copas de vino mezcladas con secreciones femeninas (sudor de las axilas, sangre del menstruación), polvo de soga de ahorcado, piel de sapo cocida… Lorenza también era maestra en un hechizo conocido como el hechizo de la avellanas. Ella se comía una avellana tragándola y sin masticar para expulsarla después al defecar. Entonces cogía la avellana recién evacuada y le agregaba sangre de menstruación. Molía la macabra amalgama y echaba el polvo resultante en la comida del marido. También le daba a comer unas berenjenas de playa, unos frutos venenosos por su alto contenido en solanina, de aspecto similar al de las berenjenas que nosotros conocemos del común, pero de color verde, que hacían que Andrés del Campo entrara en estado de aturdimiento y sopor, acompañado por diarrea, cansancio extremo y alucinaciones, según uno de los testigos (Sebastián Pacheco) que declararon en la causa contra Lorenza.
EL SARGENTO MAYOR
Todas estas lindezas sumieron al marido de Lorenza en un estado catatónico de enfermedad, delirio y locura; presentaba calenturas y hablaba disparates. Obviamente, ni qué decir tiene que al hombre también se le bajó la libido, de modo que Lorenza logró su propósito inicial, aquel para el cual los esclavos negros le habían recomendado llevar a cabo aquellas pócimas rituales: abandonar a las concubinas. Efectivamente, Andrés del Campo, que ya no estaba para mujeres, perdió el interés en el sexo, a costa, eso sí, de perder la salud por el camino. Entonces Lorenza aprovechó para amancebarse con el Sargento Mayor Francisco de Santander (antepasado de Francisco de aula Santander). Sabemos que no fue el único hombre de su vida y que se entregó a los placeres sensuales con diversos amantes; una auténtica superviviente en el misógino mundo que le había tocado vivir, entregada al mejor postor a la edad de doce años. Lorenza eligió no dejarse vencer por su marido y ser ella la que llevase la voz cantante, tratando de esquivar las bofetadas del destino siendo ella la que pegase primero. Sin embargo, a pesar de sus múltiples devaneos sexuales, siempre libre de ataduras, sí que parece que llegó a sentir especial predilección por el Sargento Mayor Francisco de Santander.
Los esclavos y esclavas la iniciaron en las artes mágicas, y le enseñaron a hacer brebajes, filtros de amor, conjuros, sortilegios…
El inquisidor Juan de Mañozga removió Roma con Santiago para abrir una causa por brujería contra Lorenza de Acereto
Así que siguiendo las indicaciones del mulato Juan Lorenzo, usó óleos santos que éste le dio para untarse el rostro con el fin de que la “quisiese bien su amigo” y uso todo tipo de filtros amorosos para retenerlo a su lado.
Las aventuras y escándalos amorosos de Lorenza con Francisco de Santander no pasaron desapercibidas. Por ejemplo, estando él en la cárcel, ella iba a visitarle y a llevarle comida, sin importarle el qué dirán. De hecho, sería esta pasión que ella sentía por él, la que acabaría convirtiéndose en causa de su desgracia. A veces, cuando uno intenta amarrar al otro mediante amarres y filtros de amor, lo que hace en realidad es amarrarse a sí mismo. La cuestión es que el Sargento Mayor tuvo una riña con Juan de Mañozga, conocido por ser uno de los primeros inquisidores de la ciudad. Las fuentes nos hablan de un hombre de mal carácter, y entre sus
muchas prendas, se encontraba la ser extraordinariamente vengativo. Como se la tenía jurada a Francisco de Santander, decidió devolvérsela dándole donde más dolía, y removió Roma con Santiago para abrir una causa por brujería contra Lorenza de Acereto, quien por cierto ya había estado en boca de los inquisidores por sus hechicerías. Ella intentó huir con tres esclavas, pero la prendieron antes de que pudiera darse a la fuga porque los familiares del marido no iban a dejarla a escapar así como así.
UN LARGO PROCESO
Ingresó, o más bien la ingresaron en el convento de las Carmelitas Descalzas a la espera de “juicio”, y en 1613 se inició el proceso de varios meses de duración, durante los cuales Lorenza estuvo encerrada en la cárceles secretas de la Inquisición. En el juicio se la acusó abiertamente de bruja, y de ejecutar hechizos, supersticiones y sortilegios,
En 1613 se inició el proceso de varios meses de duración, durante los cuales estuvo encerrada en la cárceles secretas de la Inquisición
Otros encantamientos que usó fueron la oración de San Marcos, la del Señor de la Calle, el conjuro de las Naranjas o la Suerte del Pan
como el de la oración de la estrella: “Conjúrote estrella la más alta y la más bella. Conjúrote con la una, con las dos, y con los tres y de esta suerte hasta llegar a las nueve. Por el monte olíbete entra, por el monte olíbete entréis, tres boros de enebro negro me cortéis en las muelas de barrabás las amoléis y traigas a fulano atado y amarrado a mi querer y a mi mandar y a toda mi voluntad”. Uno de los conjuros,
rezaba así: “Francisco, con dos te veo, que me ames, que cuantas mujeres veas te parezcan feas y viejas”.
Otros encantamientos que presuntamente usó fueron la oración de San Marcos: “San Marcos de Márquez te marque la hostia preciosa en tu cara con carne, tan humilde vengas a mi como Cristo a la cruz fue a morir, tu cara tiene cruz , la mía te parezca lumbre y luz”; la
del Señor de la Calle: “Señor de la calle, señor compadre, señor conjuelo, que hagáis que fulano o fulana que se abrase por mí y me quiera y que me quiera y que si es verdad que me ha de querer, ladre como perro, rebuzne como asno o cante como gallo”; el conjuro de las Naranjas: “Se toman tres naranjas se les quita la
coronita, se ponen a asar en brasas de lumbre y se les hecha carbón molido, sal y azufre y se pinchan las naranjas con un cuchillo, hecho esto se dicen las palabras del conjuro y se nombran los diablos de las plazas y del matadero”; la Suerte del
Pan: “Tómase un pan y clavo y se hacen dos o tres cruces con la mano sobre el pan y diciendo en nombre de la Santísima Trinidad, se hinca el clavo en el pan por medio y un cuchillo a un lado y después tienen el clavo dos, con sendos dedos en la cabeza y él dice la horca y el otro Ignacio tú y, si ha de suceder la cosa, da la vuelta al clavo con el pan”; la Oración de
Amansar: “Fulano, bravo estas como un león, manso te tornes como Nuestro Señor, tu seas asno y yo (o fulana), el cigarrón”;
o esta otra oración: “Fulano, lejos de casa estas, criados tienes y no me los envías, yo los tengo y te los voy a enviar, tres galgos corrientes, tres liebres prudentes y tres diablos patentes”.
PENA DE DESTIERRO
Lorenza fue una joven que no tuvo una vida fácil y que trató de sobrevivir agarrándose a un clavo ardiendo para resolver sus problemas de (des)amor: la magia de raíz africana. Sea como fuere, el sumario calificó sus actuaciones como claramente heréticas: hechicería y brujería. Lorenza fue condenada al destierro y a pagar 4.000 ducados. Si el proceso inquisitorial hubiera tenido lugar en España, seguramente, habría corrido peor suerte, aunque el destierro era una de las peores cosas que le podía pasar a una persona. Su marido, Andrés del Campo, apeló para recuperar aquellos 4.000 ducados, no para restituir el honor de su esposa, sino porque la plata había salido de su bolsillo. Él mismo había declarado contra ella en el juicio, acusándola por su conducta libertina (como si tener tres concubinas, como él tenía, fuera cosa de santos), por no decir que no le guardaba ningún cariño después de haber sido víctima de sus pócimas. Consiguió ganar la apelación y le fueron devueltos los 4000 ducados. Después de aquello, jamás volvió a saberse nada de ella, y el nombre de Lorenza de Acereto se perdió en la noche de los tiempos. ¿Qué fue de ella? Es un auténtico misterio.
Si el proceso hubiera tenido lugar en España, tal vez habría corrido peor suerte, aunque el destierro era una de las peores penas que había