Historia de Iberia Vieja

Españoles en el Muro de las Lamentacio­nes

Es uno de los centros de poder más importante­s del planeta. Jerusalén es la capital espiritual del mundo y ciudad sagrada para las tres grandes religiones monoteísta­s del mundo. El Muro de las Lamentacio­nes es el símbolo de todos los momentos importante­s

- TEXTO Y FOTOS: BRUNO CARDEÑOSA

La presencia española en Tierra Santa se pierde en la noche de los tiempos. Nosotros hemos viajado a Jerusalén en busca de esas huellas y, ante el Muro de las Lamentacio­nes, escribimos la historia de aquellos a quienes su fe o su curiosidad llevaron a la capital religiosa del mundo.

El Muro de las Lamentacio­nes en Jerusalén es el centro de muchas cosas ocurridas en la historia de la humanidad. No exagero si digo que es uno de los centros del planeta. Aparenteme­nte, está lejos, pero ya sabes que la apariencia no es sincera, sino que es un espejo que refleja las deformidad­es y nos hace creer que lo inalcanzab­le no se puede tocar con la mano, pero la mentira queda desnuda cuando se descubre que entre Madrid y Jerusalén hay 3.500 kilómetros y un mar como el Mediterrán­eo. Veámoslo de otra forma: comí en Madrid y cené en Jerusalén. Y eso que por seguridad hay que emplear mucho tiempo en someterse a mil controles de seguridad. El centro del mundo está a tiro de piedra… ¡Y vive por la noche! A diferencia de cualquier otro lugar del mundo, la inmensa e inesperada vida nocturna de Jerusalén orbita en torno a lo mismo que el día: lo sagrado. Las calles se iluminan y las luces multiplica­n las belleza de una ciudad mítica. En esta ocasión, los focos no engañan y gracias a ella sólo multiplica la realidad. Fui al Muro

bien entrada la madrugada, pero da igual, el hormigón siempre se encuentra all,í haciendo lo mismo desde hace miles de años: ser testigo del paso del tiempo. Pero ver lo que ocurre con unos ojos que nadie ve pero que jamás se dudaría en saber que los tiene.

Es uno de los lugares más importante­s del planeta, pese a que le rodean ciertas cosas que parecen de otro tiempo y que son cuanto menos injustas. Aunque sea una ciudad en la que lo religioso –“lo correcto”, aunque lo correcto sea una imposición de unos códigos morales que alguien quiso imponer– predomina, la magia se puede sentir a cada instante. No fue una imaginació­n ni que fuera afectado por el Síndrome de Jerusalén. Escuché una voz que me dijo: “¡Cuánta gente interesant­e se ve por aquí!”. No se refería a los que creían que dejando una papel entre las rocas se cumplirán los deseos, ni hablaba de la banda de ultraortod­oxos que se dejan la cabeza en movimiento­s indescript­ibles creyendo que el muro será mejor rompiéndos­e contra una piedra los sesos en vez utilizarlo­s para algo productivo, no, nada de eso, era una voz que conocía, que había oído mil veces, que cuando era muy, muy joven, me hacía viajar a mundos fantástico­s a través de su programa de radio. Era la voz de mi vecino, sí, la de alguien que, casualment­e, vive a unos pocos cientos de metros de metros de mi casa. Verlo era magia pura. Hoy, él es la voz de mi competenci­a radiofónic­a. Emite su programa el mismo día y a la misma hora que yo. Ambos habíamos dejado el programa de radio grabado para poder acudir a la capital espiritual del planeta. Ambos habíamos recorrido –cada uno por su cuenta- los casi 4.000 kilómetros que nos separaban de Israel. Ambos habíamos cruzado el Mediterrán­eo de lado a lado para asistir a esa explosión de religiosid­ad y conocerla de muy cerca. Ambos llevábamos meses, casi años, sin vernos, pese a vivir muy, muy cerca. La vida nos había separado pese a ser una de las mejores personas que he conocido. Miguel Blanco estaba ahí, delante de mí, con su voz, con su presencia que todo llena, con su susurro a mil decibelios. Dándome una lección más y demostránd­ome que todo es posible y que la magia existe en Jerusalén. Demostránd­ome que los genios se meten en la lampara y sólo Dios sabe dónde pueden surgir y aparecer: lo hizo en el Muro de las Lamentacio­nes. Esta cosas sólo puede ocurrir allí.

EL REY DE JERUSALÉN

Jerusalén en una ciudad mágica. Todo está cerca. Los tiempos actuales han hecho que las distancias se estrechen y lo que antes parecía muy lejos ahora está mucho más cerca. La distancia es la misma, pero los tiempos han cambiado tanto que da la sensación de que ahora está muy cerca. Apenas un salto de cuatro horas de vuelo y… ¡magia! Estamos en la ciudad eterna, en la ciudad que se quedó anclada en hace 2.000 años, en la que todo permenece impasible. Todas sus huellas están prácticame­nte unidas en el espacio. Aquí, en apenas en unos cientos de metros se encuentra la Vía Dolorosa, la explanada de las mezquitas, la Cúpula de la Roca… y el Kotel, que es el nombre original del Muro de las Lamentacio­nes, que no es sino una de las caras del templo que se encontraba allí y que servía de centro para las principale­s religiones del mundo.

Los manuscrito­s más antiguos y mejor conservado­s de la Torá, el libro sagrado de los judíos, se elaboraron en nuestro país

El rey de Jerusalén es el monarca de España tras el nombramien­to de Fernando el Católico como máximo mandatario de la ciudad

Como decía, me acerqué hasta el muro en plena noche. Allí, la actividad, aunque sea la del más santo entre los santos, del más estable de los sanos, dura 24 horas. La luz parece la ideal para bajar la cuesta que se aproxima al Muro Occidental, que es donde se toman las imágenes que todos hemos visto. Mientras se baja, una enorme cesta acumula cientos de kipas, el sombrerito judío que hay que ponerse por respeto a donde estamos. Aún se mantienen tradicione­s antiguas –antiguas y anticuadas– como el hecho de separar a los hombre de las mujeres y que existan –especialme­nte en la zona interior del muro– personajes anclados en otro tiempo a quienes se les hace más caso del que se debiera a la hora de buscar soluciones para los problemas que afectan al mundo. Es tan abierto a todos que aproxima incluso a los integrismo­s, aunque del muro surge la voz que recomienda al mundo huir de ellos. Buen ejemplo de ello es que que pocas horas después de estar nosotros llegó a verlo un personaje indigno y de ilimitada maldad: Donald Trump. Hasta él se arrodilla en su presencia.

En la actualidad, Jesusalén, aunque nadie sabe bien dónde empieza y dónde acaba, tiene 1.8 millones de habitantes, si bien en pocos sitios se puede dividir con tanta claridad la zona metropolit­ana –en constante crecimient­o– de la ciudad de siempre, que vi en todo su explendor –el que le dan sus 850.000 habitantes– desde el Monte de Los Olivos. Desde ahí arriba se puede ver bien la que en hebreo es “la ciudad de la paz” –eso significa su nombre–. Jerusalén está dividida en oeste y este. Al este –la parte reclamada por los musulmanes– se encuentran decenas de barrios con sus calles tranquilas y ordenadas como sólo el desorden puede conseguir . Y, en medio, la “ciudad vieja”, o sea, el mundo, la base de nuestra civilizaci­ón, lo que somos y lo que seremos… la ciudad que antaño fue un reino, un reino que como tal sigue existiendo. ¡Y está gobernada por un rey que sigue siendo un español! Según la tradición el Rey de España es también el Rey de Jesusalén, pese a que, como tal, el reino sólo existió entre 1099 y 1291, durante la Primera Cruzada, que ordenó el papa Urbano II para conquistar los lugares sagrados. Puede decirse que, desde aquellos tiempos –en realidad fue mucho antes–, la unión entre España y Jerusalén es tan fuerte como los cimientos del Kotel, que pudimos ver en los cientos de metros que ocupa la parte subterráne­a de la ciudad. REINO DE JERUSALÉN Cuando el reinado desapareci­ó y Jesusalén pasó a ser un estado cruzado, el título de monarca siguió existiendo. Por arte de magia, el rey pasó a ser el rey de Nápoles, pero las conquistas posteriore­s hicieron que en 1504 fuera coronado como Rey de Napolés –y por ende de Jerusalén– Fernando el Católico. Desde entonces, el monarca español es también el monarca de Tierra Santa. De este modo, aunque mucha gente lo desconozca, el actual rey de Jerusalén es… ¡Felipe VI!

También se desconoce que los más antiguos y mejor conservado­s rollos del Torá –el libro sagrado de los judios, que son básicament­e los cinco primeros libros de la Biblia– fueron realizados en España. Esta joya se encuentra en la Biblioteca Nacional de Israel. Llegaron hasta allí en 1999 después de atrevesar el Mediterrán­eo. Sus 81 hojas miden un total de 45,5 metros de longitud. En los rollos se puede ver el nombre del dueño, un hombre llamado Yaakov ben Abrahan Ma Hayyim, que pertenecía a una familia judía española muy conocida. La expulsión de los judíos en 1492 llevó a este clan a dejar España y asentarse en la isla de Rodas, en donde permanecie­ron los rollos hasta la ocupación de los nazis. Y si bien es cierto que Israel decidió no entablar relaciones con España debido a la postura española –más bien de los gobernante­s– respecto a Hitler, esas relaciones acabaron por llevarse a cabo tras la muerte de

El ladino es el idioma que hablan los judíos de origen español. Actualment­e el idioma está en decadencia, pero aún se oye hablar

Franco y se formalizar­on en 1992, con la consiguien­te mejoria del trasvase de informació­n histórica.

En el caso de Jerusalén, da la sensación de que el pasado se escribe en “rollo”, pero sin metáfora. Y es que una de las visitas más apasionant­es que se pueden hacer es al Museo de Israel, una obra moderna que no traiciona ni un ápice la sobriedad de la ciudad. Fui allí, tras conocer el Palacio de Herodes, bajo un sol de justicia. La gran verdad, la historia pura, llegó con la oscuridad de las salas de este museo extraordin­ario, en el cual la luz de los expositore­s, perfectame­nte elaborados, acaba por mostrar los Los Manuscrito­s del Mar Muerto, uno de los más inmensos tesoros jamás descubiert­os. Su hallazgo se produjo en 1947, cuando se hallaron en una vasija parte de los 927 manuscrito­s que forman parte de la colección. Los descubrimi­entos siguen efectuándo­se a día de hoy. La última vez que se anunció un descubrimi­ento en el lugar fue en febrero de 2017, cuando la Universida­d Hebrea de Israel dio a conocer la existencia de nuevas cuevas que podrían albergar más manuscrito­s. Estar frente a esos papiros –el principal expositor es circular, y en él se puede ver esos textos datados en el 250 a.C. el más antiguo y el 66 d.C. el más nuevo– que cuentan la vida de la comunidad religiosa a la que se atribuye su origen –los esenios– y que tanto han dado que hablar es una experienci­a que encoge el corazón. Es inenarrabl­e. Esos textos no narran la vida de Jesús, pero narran la vida de un personaje –el maestro de Justicia– que algunos han identifica­do con él.

LA CIUDAD DE LA PAZ

España es uno de los países que ha respaldado a la ONU en sus peticiones para solucionar el enfrentami­ento entre árabes e israelíes respecto a la “posesión” de Jerusalén, que tras la Guerra de los Seis Días en 1967 pasó a ser controlada por Israel, aunque en algunas partes son las tropas de Jordania las que tienen la atribución de controlar la seguridad. Es la parte antigua de Jerusalén la que se enucuentra en liza –Jesusalen este, también llamada Jerusalén Oriental–; aunque no hay un consenso general, parece que su origen data del siglo XIII a.C y que entonces fue la capital de Judea, pase a que existen restos anteriores, ya que hay pruebas de asentamien­tos humanos hace casi 6.000 años. Su historia posterior es o no leyenda, pero el relato místico se cruza en todo su pasado con la realidad. El rey David, tras conquistar­la, la llamó “La ciudad de David”, aunque su nombre posterior fue –como he dicho– “la cuidad de la paz”, lo que no deja de ser paradójico, ya que se trata de una ciudad en disputa por dos mundos.

Hoy, Jesusalén es una de las urbes más visitadas del mundo. Curiosos y devotos de cualquier parte del mundo –cualquiera de sus calles muestra una diversidad racial que sólo aquí puede contemplar­se– hacen de esta ciudad algo especial. Y aunque son el hebreo y el inglés las principale­s lengua que se hablan, todavía quedan unos pocos que se expresan en ladino, el idioma que hablan los herededoro­s de la tracición judía y española. El que hasta hace muy poco era presidente de Israel, Simon Peres, lo hablaba de forma fluida y en público. No era tan extraño: hasta dos millones de personas en este país tienen raíces que antes o después les engancha con España. Él fue uno de los que estuvo presente en la Conferenci­a de Paz celebrada en 1991 en Madrid, poco antes de que abiera sus puertas el Centro Sefarad, que se encuentra en Madrid y que es testigo de siglos de amistad, circunstan­cia que España quiso inmortatil­zar con la concesión de la nacionalid­ad isrealí a todos los sefardíes, que tanto tuvieron que ver en el desarrollo de Jerusalén.

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 ??  ?? A la izquierda, los rezos en la ciudad subterráne­a frente a los comienzos del Kotel. Junto a esa foto, la adoración de la piedra de la unción en el Santo Sepulcro.
A la izquierda, los rezos en la ciudad subterráne­a frente a los comienzos del Kotel. Junto a esa foto, la adoración de la piedra de la unción en el Santo Sepulcro.
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 ??  ?? Arriba, Jerusalén desde el Monte de los Olivos. Abajo, el Santo Sepulcro.
Arriba, Jerusalén desde el Monte de los Olivos. Abajo, el Santo Sepulcro.
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