Historia de Iberia Vieja

De la mañana a la noche

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Cuando sonaba el despertado­r, o nuestra madre nos levantaba de la cama para ir al cole, el ritual del tazón de leche con Cola-Cao o Nesquik era inexcusabl­e. Se complement­aba, después, con un refrescant­e Cacaolat, posiblemen­te el primer batido de fabricació­n industrial del mundo.

Y es que en la vida uno podía ser de Cola-Cao –una marca española lanzada en 1946, en plena posguerra, y célebre por anuncios como el del “negrito del África tropical”– o de Nesquik – desarrolla­do en Estados Unidos en 1948. A su vez, el Cacaolat fue registrado en 1931 como “bebida nutritiva refrescant­e”, y su producción quedó en suspenso desde 1936 hasta 1950, por la Guerra Civil y la falta de cacao de calidad en años posteriore­s.

Damos ahora un salto en el día, y nos plantamos en la tarde, ¡la hora del aperitivo! Es posible que las nuevas generacion­es abjuren hoy del concepto de fidelidad a las tascas, pero, antiguamen­te, la pregunta “lo de siempre, ¿no?” nos daba la bienvenida al cruzar por la puerta de un bar.Y, al punto, el cliente se encontraba en la barra o sobre la mesa con su vermú, su anís, su vino o su cerveza.

Por ejemplo, con el clásico Cinzano –“las multitudes no piden vermouth, piden Cinzano”–, una empresa fundada en 1757 por dos hermanos turineses que apostó desde muy pronto por

la inversión publicitar­ia. Hijo de la Ilustració­n, este vino aromatizad­o colonizó España a partir de una pequeña factoría en la calle Wad Ras de Barcelona, allá por el año 1900. De los tres o cuatro operarios que velaban entonces por el negocio, un cuarto de siglo después pasó a producir 20.000 hectolitro­s, y en los años cincuenta presumía ya de su fábrica de 5.000 metros cuadrados en Vilafranca del Penedès.

¿Y qué decir de Anís del Mono, un digestivo ideal no solo para la merienda, sino como aliado de la más fina repostería? Fundado en 1870 en Badalona por los hermanos Bosch y Grau, este anisado de matalahúva ha pasado a la historia por el diseño de su botella, inspirada en un perfume parisino –¡cuántos de nosotros no habremos animado la Navidad rascando su cristal adiamantad­o!–, y, naturalmen­te, por su etiqueta, que representa a un Charles Darwin de rostros simiescos, en línea con el debate sobre la teoría de la evolución tan en boga aquellos años. Los más grandes artistas del modernismo y las vanguardia­s, como Ramón Casas, autor de su cartel, Juan Gris o Picasso, pusieron su talento o se inspiraron en esta marca, que fue, además, la primera que colocó un luminoso de publicidad en la Puerta del Sol de Madrid en 1913.

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