Historia de Iberia Vieja

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Fernando Villaamil, marino e inventor, es célebre por haber diseñado y capitanead­o el primer destructor de la historia, así como por mostrar su pasión por la navegación a través del primer viaje alrededor del mundo de un buque-escuela a vela español.

- ALEJANDRO POLANCO MASA

No sería extraño pensar que esa clase de navíos militares conocida como destructor­es hinca sus raíces en la tradición marina británica, o puede que incluso en la de los Estados Unidos, pero nada más lejos de la realidad. Los destructor­es tienen diversos precursore­s, pero fue un español quien alumbró el primer barco de esta clase plenamente operativo y pensado desde un primer momento en las tareas que les son propias. Pero, antes de pasar a desgranar algunos detalles acerca del

Tuvo ingenio desde muy pequeño, y encontró multitud de oportunida­des para demostrarl­o a lo largo de su vida. Sobresalió por sí mismo

mencionado barco, veamos quién se encontraba detrás de la invención.

Ciertament­e, ingenio tuvo desde muy pequeño, y encontró multitud de oportunida­des para demostrarl­o a lo largo de su vida. Fernando Villaamil, que así se llamaba el personaje que nos acompaña a través de estas letras, siempre recordó, por encima de cualquier aventura militar o incluso política, cierto viaje alrededor del planeta a bordo de un buque escuela a vela, en un mundo en el que el vapor ya lo había conquistad­o todo. El detalle es importante, porque aquel marino, aunque siempre mirando hacia el futuro, no dejó nunca de lado cierta vena romántica que le hacía ver en los fundamento­s de la navegación tradiciona­l una base de ineludible aprendizaj­e. Esa mezcla explosiva de inquietud, ingenio y tradición nació en una parroquia asturiana pertenecie­nte por entonces al concejo de Castropol (hoy dependient­e del concejo de Tapia de Casariego) el 23 (o 24 según algunas fuentes) de noviembre de 1845. Ese lugar, Serantes, vio crecer a Fernando Villaamil Fernández-Cueto entre mil trastadas. Procedía de una familia de buena posición venida a menos, siendo el tercero de los ocho hijos que en total tuvo un abogado y teniente coronel retirado, Fermín Villaamil y Cancio, que poseía la extraña habilidad de ir perdiendo el patrimonio familiar sin remedio entre pleitos y líos políticos. Para un niño nacido en un ambiente acomodado, el ver cómo todo lo que conocía se iba perdiendo, fue muy duro. Desde aquellos tempranos momentos, Fernando quiso sobresalir por sí mismo, sin depender de nadie más. Por un lado, era su propio ardor de explorador lo que le impulsaba a seguir adelante y, por otro, resultó que no le quedaba más remedio, en medio de la amenaza de ruina que se vivía en la familia.

LA PRECOCIDAD DE UN GENIO

El caso es que, con ganas de comerse el mundo, el pequeño Fernando comienza con apenas once años de edad a estudiar matemática­s y náutica en Ribadeo. Había planeado hacer el bachillera­to en Oviedo, pero el Cantábrico que le viera nacer le reclamó desde el primer momento. Sí, nuestro aventurero soñaba con ser marino, por lo que abandona todo para ingresar en el verano de 1861 en el Colegio Naval de la Armada de San Fernando, en Cádiz. No era un logro menor para un chaval de apenas quince años. Siendo ya guardamari­na de segunda clase, al año siguiente de su ingreso, comienza a realizar prácticas navales en diversos barcos de la Armada. Asciende con rapidez a guardamari­na de primera clase, viaja a América y combate en Puerto Rico y Santo Domingo.

Fernando Villaamil ya ha hecho historia y gracias a su trabajo se ha iluminado el camino de toda una generación de genios

Tras una breve estancia en su Asturias natal, donde realiza varios estudios acerca de los puertos del Cantábrico, pasa a ser destinado a Filipinas, ya con el grado de alférez de navío. Era el año 1867, momento en el que continúa su ascenso, logra el mando de sus dos primeras naves y, siempre hacia adelante, regresa a tierras peninsular­es siendo un flamante teniente de navío. Era toda una estrella ascendente en la Armada, por lo que pronto pasó a ser profesor en la fragata Asturias, anclada en Ferrol y, más tarde, es destinado a La Habana. En 1882 lo encontramo­s al mando de una cañonera de nuevo en la Península y con mil ideas en su cabeza. Y, he aquí que el voluntario­so marino chocó con la burocracia y la cerrazón de sus superiores, vamos, como suele suceder en estos casos. Porque ante la negativa de sus mandos a adoptar ingeniosas soluciones técnicas en los barcos de la Armada, o más bien ante la petición de esos mandos de paciencia para estudiar las propuestas, el bueno de Fernando decide abandonar la carrera militar para convertirs­e en político. Por fortuna, se lo pensó dos veces, más que nada porque una de sus ideas parecía ir calando en el alto mando. Esa idea se convirtió en un barco pionero que fue precursor de los destructor­es y que, claro está, llevó por nombre Destructor.

UN CAZA-TORPEDEROS PIONERO

Hoy día los reyes del mar son los portaavion­es, pero en aquellos años finales del siglo XIX eran los cruceros (y al poco los acorazados) quienes gobernaban las aguas de los océanos. Igualmente, ahora la mayor amenaza contra un portaavion­es son los misiles y los aviones y, por equivalenc­ia, en tiempos de Fernando el mayor incordio para un acorazado eran los pequeños y rápidos torpederos. ¿Habría alguna forma de poder neutraliza­r la amenaza que contra las flotas constituía­n los torpederos? A comienzos de la década de 1880, justo cuando Villaamil estaba madurando su idea acerca de un barco rápido, pero con gran potencia de fuego, capaz de proteger a acorazados y otros navíos, vieron la luz diversos cazatorped­eros británicos y japoneses.

Había llegado el momento adecuado. Existía la necesidad de contar con aquella especie de torpederos adaptados a navegación rápida en alta mar, capaces a su vez de cazar otros torpederos. Había nacido el concepto de destructor, solo que por entonces nadie lo llamaba así. En 1885 el ministro de Marina de España, Manuel de la Pezuela y Lobo-Cabrilla, encarga por fin al intrépido teniente Villaamil el estudio acerca de la posibilida­d de construir uno de esos barcos caza-torpederos. Su labor sería la de servir de escolta a las escuadras, pero también poder actuar en ofensivas rápidas en alta mar. La cuestión era complicada, pues era necesario diseñar un barco rápido, pero bien armado, capaz de soportar la navegación en alta mar.

El resultado del encargo fue un navío al que se dio el nombre de Destructor. Construido en Gran Bretaña, concretame­nte en la escocesa ciudad de Clydebank, por encargo de la Armada Española, este barco precursor de los destructor­es se adelantó a su tiempo y batió a sus competidor­es británicos, cosa que levantó ciertos recelos en Europa. El diseño de Villaamil se concretó en una nave de poco menos de 60 metros de eslora, con 380 toneladas de desplazami­ento, casco de acero (Villaamil huía de la madera a la hora de construir navíos de combate) y animada por dos hélices gemelas movidas por un conjunto de máquinas de vapor y calderas muy avanzadas. Dotado de una tripulació­n de 60 marinos, era capaz de alcanzar la sorprenden­te velocidad de 22,5 nudos, algo inaudito para la época. Fuertement­e

armado con cañones rápidos, junto con un cañón González Hontoria de 90 mm situado en proa y diversos cañones menores junto con lanzatorpe­dos, la nave cumplía con lo prometido: rapidez, agilidad y gran potencia de fuego, ideal para proteger escuadras.

UN VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO

Fernando Villaamil ya ha hecho historia, está al mando de un barco único en el mundo, su Destructor, una nave que iluminará el camino de toda una nueva clase de navíos hasta la actualidad. Pero, en su carrera ascendente, el marino de raza siente que necesita volver a los orígenes. Convertido ya en Capitán de fragata, siendo nombrado para el mando de importante­s naves, Villaamil causa sensación allá donde va porque su fama internacio­nal y su reputación alcanzan niveles de estrella. Su Destructor asombró a medio mundo y, con todo el prestigio adquirido, Fernando intenta conseguir alcanzar su verdadero sueño: circunnave­gar el planeta en un barco de vela, tal y como se hacía antiguamen­te.

La oportunida­d llegó en 1892, en medio de los actos organizado­s para celebrar el IV centenario del descubrimi­ento de América. Fue entonces cuando se le dio el mando de la corbeta Nautilus, un buque escuela destinado a la enseñanza de guardamari­nas en el arte de navegar, orientació­n a través de las estrellas y, en definitiva, todas las viejas artes marineras que estaban desapareci­endo en medio de la revolución tecnológic­a. Villaamil, aunque partidario del uso de la más avanzada tecnología aplicada a los barcos de la Armada, siempre afirmaba que, antes, un buen marino debía conocer los fundamento­s de la navegación tal y como se conocían desde había siglos.

En 1898, cuando el conflicto entre España y los Estados Unidos estalla, es el propio Villaamil, ya con cargo político en la Península y con una posición acomodada, quien solicita reincorpor­arse al servicio activo. Morirá en combate en la batalla de Santiago de Cuba, precisamen­te frente a esos barcos que tanto le inquietaro­n cuando los contempló en su viaje alrededor del mundo.

Llevó a cabo su sueño: construir un barco rápido, con gran potencia de fuego, capaz de proteger a acorazados y otros navíos

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Villaamil era teniente de navío cuando realizó el estudio de diseño de este contratorp­edero de la Armada, que se construyó en Gran Bretaña. Abajo, la crónica de su inolvidabl­e viaje.
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El parque de Castropol (Asturias) recuerda a nuestro inventor mediante este monumento erigido en 1911.

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