Ciencia en el franquismo
Los ingenieros de Franco (Crítica, 2017) es un libro original, ejemplar, electrizante. Partiendo de una premisa obvia –el régimen de Franco no pudo sobrevivir 40 años en un erial científico–, su autor, Lino Camprubí Bueno, desgrana la excepcionalidad del caso español. ¿Cuál fue el papel de nuestros científicos e ingenieros en la construcción del régimen de Franco? Por cortesía de la editorial, reproducimos aquí algunos fragmentos de esta obra.
En el convulso siglo XIX y el primer tercio del XX, la educación e investigación científica en España pasaron por importantes modificaciones, muchas de las cuales fueron protagonizadas antes por médicos e ingenieros que por profesores universitarios. La Junta de Ampliación de Estudios fue entre otras cosas el resultado de una revalorización de disciplinas como la medicina, las matemáticas o la física. ¿Hasta qué punto es cierto que la Guerra Civil y el régimen de Franco supusieron una ruptura total con esas tradiciones? La respuesta a esta pregunta nos pone ante otra de más alcance: ¿puede un estado moderno sobrevivir sin ningún tipo de investigación y pudo hacerlo el régimen de Franco durante cuarenta años?
La misión redentora con que los vencedores legitimaban su poder en la posguerra justificaba a sus ojos el uso de la violencia para aplastar a los disidentes políticos. El régimen estaba en parte fundado en el terror y la represión que acompañaron a la Guerra Civil y a los años inmediatamente posteriores a ella. Como es sabido, esto tuvo importantes consecuencias sobre maestros, profesores e investigadores. Muchos habían perecido en combate, otros huyeron al exilio, fueron apartados de sus puestos o incluso ejecutados. Se les acusaba de haber servido al “Ejército Rojo”, de haberse significado por su apoyo al régimen republicano, o simplemente de no aceptar plenamente la ideología del nuevo régimen. Aquellos científicos e ingenieros que mantuvieron sus puestos tenían que ser cuidadosos para evitar cualquier sospecha de irreligiosidad o desafección al Caudillo. Además, la Guerra Civil había acabado con centros de investigación y recursos y, no menos importante, la ruptura con la República a menudo significó el abandono de programas de investigación, colecciones e instrumentos.
Por todo ello, periodistas e historiadores hablan del franquismo como un tiempo de silencio. Es común decir que los científicos e ingenieros trabajaban bajo el franquismo y subrayar el peso de la censura política e ideológica sobre la investigación en esas condiciones. La asociación común entre ciencia y democracia ha llevado a importantes historiadores a dar por supuesto que la situación política del franquismo era incompatible con la ciencia y la tecnología. Incluso aquellos que admiten la existencia de instituciones y redes de investigación,
les niegan cualquier valor académico con el argumento de que se regían por mandatos políticos y, por tanto, sus investigaciones eran más pseudocientíficas que ajustadas a estándares internacionales propiamente científicos. Cuando aparecen anomalías en esta imagen, algunos historiadores replican que los logros de los científicos e ingenieros fueron posibles a pesar del régimen. De este modo, se salva a los científicos e ingenieros de cualquier contaminación franquista e incluso se les presenta como héroes liberales luchando secreta o abiertamente contra los males de una dictadura asfixiante.
CIENCIA Y DICTADURA
Ahora bien, esta literatura se basa en la combinación de, por un lado, un rechazo al período franquista (fácilmente comprensible) y, por otro, una tradición cientificista que identifica verdad científica con bien moral. Y así, la ciencia, si es verdadera, sólo puede ser democrática. Pero esta visión se apoya en nociones de la ciencia acuñadas en el “mundo libre” durante la Guerra Fría para atacar a la Unión Soviética. El famoso código mertoniano y popperiano para la ciencia hacía de la libertad de pensamiento y la publicidad de los resultados factores esenciales para el avance científico.
Sin embargo, a la vez que los ideólogos oficiales norteamericanos bramaban contra la influencia política en la investigación, y acusaban a la Unión Soviética de injerencias imperdonables, el macarthismo perseguía a científicos sospechosos de filocomunismo, los laboratorios del gobierno inauguraban la Gran Ciencia (en la que la libertad de cada científico quedaba sepultada entre millones de dólares y
En los últimos años se han alzado voces que tratan de entender las relaciones mutuas entre investigación y dictadura franquista
sus obras accesibles sólo a sus colegas técnicos) y el ejército estadounidense se convertía en primera fuente de financiación en disciplinas tan variopintas como la física, las ciencias medioambientales o las ciencias sociales, imponiendo condiciones de financiación y secretismo muy alejados de ningún ideal de ciencia desinteresada y pública. Por supuesto, la financiación se otorgaba a cambio de investigar problemas considerados perentorios para la defensa nacional. Aunque la desconfianza frente al gobierno estadounidense por la guerra del Vietnam alteró esta alianza, la mayor parte de los analistas y el público general consideran que estas disciplinas no dejaron de ser científicas por imperar en ellas el secreto y por estar constreñida y dirigida la libre curiosidad de los científicos.
La mayoría de los historiadores y filósofos de la ciencia hoy día estarían de acuerdo en que los factores considerados “externos” a una ciencia no son distorsionadores, sino fuente de materiales, orientaciones, problemas y contextos. Igualmente, superada la guerra fría, se han escrito historias de la ciencia y la tecnología en la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin que ya no dan por tan evidente la ecuación entre ciencia y democracia parlamentaria.
En el caso español este paso ha sido algo más difícil, probablemente por los orígenes trágicos del régimen y por el peso que tanto en la ideología oficial como en muchos de sus más prominentes investigadores tuvo el catolicismo, a menudo considerado como opuesto a las ciencias modernas. Sin embargo, en los últimos años se han alzado voces que, sin tratar de silenciar la importancia de la situación política, no trazan una línea divisoria entre investigación y dictadura franquista, sino que tratan de entender sus relaciones mutuas. Lo primero y más evidente fue llamar la atención sobre los grandes sistemas tecnológicos construidos en la época, como la aeronáutica o la energía nuclear. Ya en los primeros años del franquismo la inversión en “ciencias aplicadas” al servicio del régimen se multiplicó con respecto a los niveles de antes de la guerra, a menudo en detrimento de la “investigación pura”.
TECNOLOGÍA Y CIENCIA
En este punto, una tentación común ha sido la de explicar el vínculo entre investigación y dictadura reconociendo que Franco estaba interesado en el desarrollo tecnológico, pero no propiamente científico. Esta misma tentación la sufrieron los historiadores de la Alemania nazi y la Rusia soviética hace dos décadas. Pero lo cierto es que en la segunda mitad del
La represión, la ruptura y los mandatos políticos tuvieron importantes efectos sobre la investigación
siglo XX la dicotomía entre investigación científica y desarrollo tecnológico no es tan nítida como lo pudo haber sido en etapas anteriores. De hecho, la distinción de técnica y tecnología viene dada porque las tecnologías están ya coimplicadas con las ciencias modernas. Las instituciones estatales de investigación de todo el mundo se volcaron en la resolución de problemas concretos que reunían a científicos y técnicos y para los que avanzar en determinadas disciplinas era absolutamente necesario. Para construir presas o centrales nucleares, había que formar equipos capaces de participar en desarrollos científicos al más alto nivel. En el caso español, como ya se ha indicado, los ingenieros tenían una alta preparación científica que muchas veces los situaba a la vanguardia del país, haciendo aún más borrosa la línea divisoria.
Por tanto, muy recientemente varios historiadores de la ciencia han abandonado la tentación de establecer una dicotomía entre investigación pura y aplicada y se han enfrentado a la pregunta verdaderamente interesante: ¿qué tipo de investigación física, química, biológica o médica se adaptaba a los fines autárquicos del Nuevo Estado y a sus sistemas de financiación e investigación? Esto les permite discernir por qué algunas disciplinas y no otras florecieron en el régimen y qué formas adoptó la investigación en estas disciplinas para conectar con las necesidades políticoeconómicas, qué temas se favorecieron y que tipos de relaciones internacionales fue necesario desarrollar.
Pero la cuestión principal no es de qué modo la política franquista influyó en la ciencia y la tecnología sino cuáles fueron las relaciones mutuas entre investigación y franquismo y cuál fue el papel de científicos e ingenieros en la construcción del régimen de Franco. La represión, la ruptura, la censura y los mandatos políticos tuvieron importantes efectos sobre la investigación. Poco después de la muerte de Franco, el médico e intelectual Pedro Laín Entralgo (1908-2001) denunció que en el primer franquismo los puestos universitarios se otorgaban no de acuerdo al mérito científico, sino a afinidades ideológicas. El Estado habría impuesto sus prioridades contra la ciencia. Sin embargo, cabe una interpretación opuesta de esta relación causal: los propios científicos e ingenieros fueron clave en la constitución de esa ideología y de la represión, la ruptura y los mandatos políticos propios de la dictadura.
EL CASO LAÍN ENTRALGO
Este argumento tiene un nivel muy simple que se entiende rápidamente con el mismo
La investigación era mucho más que una simple herramienta para el poder político, era constituyente de ese mismo poder
ejemplo de Laín: a pesar de su denuncia posterior, en 1941 había defendido que “el otro medio que hay que conquistar es el docente”, mediante “primero, una vigilancia estrecha en la concesión de becas y pensiones para los futuros docentes; segundo, una vigilancia y una participación en las oposiciones a cátedras; y tercero, una atención vigilante a las residencias y colegios mayores que van a empezar a funcionar”. Otro ejemplo es el de Antonio Gregorio Rocasolano (1873-1941), catedrático de química que en 1940 fue uno de los principales autores de un libro contra las instituciones educativas y científicas de preguerra y que estuvo a cargo de diseñar los criterios para las purgas ideológicas del “comité de depuración” universitario. Estos ejemplos muestran que la lucha no era entre el Estado y la ciencia, sino entre modos incompatibles de entender la ciencia y la tecnología en relación con la religión y la política.
Ni los años más duros de la represión pueden entenderse como un ataque del Estado contra la Ciencia. Tras la Guerra Civil, había científicos enfrentados “hasta la muerte” con otros científicos (y filósofos, y científicos que hablaban en calidad de filósofos, o de políticos, o de religiosos), y cualquier reconstrucción de la represión tiene que tener en cuenta este componente. Pero hay otro nivel del argumento del papel activo de ingenieros y científicos en el régimen de Franco que es históricamente más profundo porque va más allá de la represión y se centra en la propia constitución, formación y consolidación del Nuevo Estado. Los ingenieros de Franco no pierde de vista la importancia de la jerarquía y la autoridad, pero su principal interés es determinar hasta qué punto la historia del propio régimen, más que tomarse como un fondo ya dado en el que se desarrolló la investigación científica y técnica, dependió en aspectos fundamentales de esa misma investigación. La investigación era mucho más que una simple herramienta para el poder político, era constituyente de ese mismo
Los proyectos técnicos de los ingenieros de Franco compartían características con los de colegas extranjeros
poder en tanto que dotó de contenido al régimen en lo que se refiere al manejo del territorio, de las ciudades, de los recursos, de las personas, de las fronteras, de las alianzas internacionales, etc.
LOS INGENIEROS PRIVILEGIADOS
Como en otros países europeos, los pocos cientos de españoles que habían podido costearse y superar la estricta y difícil educación universitaria requerida para obtener el título de ingeniero gozaban de un elevado estatus social y autoridad política. Los ingenieros agrónomos y de caminos, además, eran funcionarios de los respectivos cuerpos de la Administración y se esperaba de ellos que pusieran sus conocimientos y habilidades a disposición de las necesidades inmediatas del Estado, que a menudo ellos mismos debían determinar. Como en otros países, no es sorprendente que los ingenieros se hubieran ganado un papel preponderante en la construcción del estado-nación. Lo que era más excepcional de los ingenieros de Franco era su posición privilegiada en el Nuevo Estado y su misión redentora y autárquica.
Efectivamente, muchos de los científicos e ingenieros que se quedaron en España y mantuvieron sus puestos se beneficiaron ampliamente de las nuevas oportunidades ofrecidas por la situación excepcional. Algunos pasaron a ocupar los puestos abandonados por profesores e investigadores exiliados o caídos en desgracia. Pero las ventajas iban más allá de las carreras personales. José Antonio Valverde, el conocido zoólogo y fundador del Parque de Doñana, explicaba en tono jocoso pero significativo que “entre las ventajas de una dictadura figura la de que para lograr algo no tiene Vd. que convencer a medio Parlamento sino sólo a Tirant lo Blanc”. Esto es una exageración, pero recoge bien la percepción común a ingenieros y científicos de que el nuevo régimen les ofrecía la ocasión para desarrollar sus proyectos sin los altibajos de la política parlamentaria y por tanto para situar a sus disciplinas en el centro de la política dictatorial, convertirse en “ingenieros políticos”, en expresión del ministro de Obras Públicas Alfonso Peña Boeuf (1888-1966).
Las expectativas de estos ingenieros a menudo se veían traicionadas por falta de recursos o por el mayor poder de proyectos alternativos, pero su involucración en producción y defensa los convirtió en personajes clave en la historia del franquismo. La mayoría no eran ministros, sino encargados de proyectos concretos, y su papel como decisores de nivel intermedio es clave para esta historia. Junto con otros administradores, lograron hacer de la investigación en ciertas áreas estratégicas un asunto de estado.
Debo aclarar que escribir la historia política de España desde el punto de vista de sus ingenieros no equivale en absoluto a escribir la historia de ideales tecnocráticos. Los ingenieros y científicos no se pueden considerar tecnócratas políticamente neutros, si es que semejante cosa tuviera algún sentido. Sus proyectos para la economía política implicaban posiciones fuertes referentes a la tradición, la autoridad, el nacionalcatolicismo, la integración total de la economía, la naturaleza española, el lugar de España en Occidente, etc. Estas ideas no se pueden desestimar como “superestructuras” puesto que daban forma a los propios objetos producidos en los laboratorios y dirigidos a transformar el “solar patrio”. Incluso cuando hablaban de “modernización”, los ingenieros y científicos removían constelaciones de significados, prácticas y materiales particulares a sus circunstancias políticas y sociales. Los proyectos técnicos de los ingenieros de Franco compartían importantes características con los de sus colegas en otros países; pero, en tanto agentes políticos, su configuración dependía del contexto político general y, lo que es más importante, transformaba ese mismo contexto.