Churchill en la guerra de Cuba
Hablar de Winston Churchill es hacerlo de uno de los personajes clave en los dos grandes conflictos bélicos que sacudieron el mundo en la primera mitad de siglo XX, pero Winston Churchill ya conocía la guerra desde mucho tiempo atrás, aunque, curiosamente
El 4 de junio de 1940, en medio de la caótica situación que estaba devastando Europa por el empuje militar nazi, Winston Churchill pronunció uno de los discursos más emotivos de su carrera política. Aquel día salieron de su boca palabras dirigidas a insuflar valor a una población británica que veía angustiada cómo Hitler había ido aniquilando a sus adversarios uno a uno y había dejado a Gran Bretaña prácticamente sola contra la maquinaria bélica nazi. Con tono serio y firme, dijo: “Llegaremos hasta el final; lucharemos en Francia; lucharemos en los mares y océanos; lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire; defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el coste; lucharemos en las playas; lucharemos en los aeródromos; lucharemos en los campos y en las calles; lucharemos en las colinas, nunca nos rendiremos…”.
No pronunciaba palabras vacías: sabía perfectamente el enorme sacrificio que les estaba pidiendo a sus compatriotas y no se trataba de una situación nueva para él, ya que en la Primera Guerra Mundial había tenido que tomar decisiones que causaron la muerte a muchos soldados del ejército británico y ahora no le iba a temblar el pulso ante los acontecimientos que se avecinaban. Sabía lo que significaba ser soldado, lo duro que era y los peligros que se arrostraban en el frente. Había abandonado una situación cómoda y un país en paz para saber cómo siente un soldado.
LA INSURRECCIÓN CUBANA DE 1895
Había sido hacía muchos años, en el siglo XIX, cuando Winston Leonard Spencer Churchill era un oficial de 20 años recién graduado y con ansias de combatir. Entonces, acudió al único conflicto importante que se libraba en aquel lejano 1895: la Guerra de Cuba. Cómo apareció un jovencísimo Winston Churchill en medio del conflicto cubano a finales del siglo XIX es uno de los aspectos más desconocidos de este gran personaje de la Historia y merece, por las conexiones que tiene con nuestro país, ser relatado.
En 1895, un jovencísimo e imberbe Churchill acababa de graduarse como subteniente en el 4º Regimiento de Húsares junto con su buen amigo Reginald Barnes. Ambos poseían el ímpetu de la juventud que les otorgaban sus veinte años y se mostraban ansiosos por participar en alguna acción bélica que pusiera a prueba su valía y sus conocimientos y aptitudes militares adquiridas en la academia.
Sin embargo, las ilusiones de estos dos amigos se vieron alteradas ya que, por raro que pareciera, en aquellos momentos el Imperio Británico se encontraba bastante tranquilo y las campañas que se
habían ido llevando a través de su amplio territorio eran o bien inexistentes o no ofrecían aliciente alguno.
Debido a esta falta de acción y aprovechando un permiso de tres meses tras su graduación, tanto Churchill como Barnes fijaron sus ojos en un conflicto que, en realidad, ni les iba ni les venía: la guerra que se estaba librando en Cuba desde el 24 de febrero de 1895 tras un levantamiento simultáneo de 35 localidades cubanas, entre el ejército español y los insurgentes cubanos.
Parecía el conflicto perfecto para foguearse en batalla pero, ¿cómo enviar a dos oficiales británicos a un conflicto tan lejano? De nuevo sus ilusiones parecían esfumarse. No obstante, Churchill no estaba dispuesto a quedarse en casa. Por ese motivo, escribió una carta a un viejo amigo de su padre, Sir Henry Wolff, quien en ese momento era nada más y nada menos que el embajador británico en Madrid. Una vez leídos los requerimientos del joven Churchill, y haciendo valer sus elevadas influencias en la Corte española, Wolff consiguió para Churchill y Barnes los permisos de las autoridades militares españolas para acudir como observadores del ejército británico así como varias cartas de presentación dirigidas, entre otros, al general Martínez Campos.
En noviembre de 1895 Churchill y Barnes embarcaron rumbo a Nueva York para, desde allí, acceder a la isla de Cuba
Poseía el ímpetu de la juventud y se mostraba ansioso por participar en alguna acción bélica que pusiera a prueba su valía y aptitudes
El paisaje le dejó absorto y cuando por fin llegaron a La Habana, la ciudad, sus gentes y todos los placeres les parecieron increíbles
y comenzar así esa gran aventura que habría de marcar el carácter de uno de los líderes más importantes de Gran Bretaña y del mundo.
CHURCHILL EN CUBA
La primera visión de la isla causó una gran impresión en el joven Churchill. Como diría años más tarde, “con razón los españoles la llaman la Perla de las Antillas”. El paisaje le dejó absorto y cuando por fin llegaron a La Habana, la ciudad, sus gentes y todos los placeres que ofrecía a los visitantes les parecieron increíbles.
Sin embargo, su estancia en la capital duró poco ya que los dos británicos fueron informados de que Martínez Campos se encontraba en una gira por la isla para inspeccionar los fortines y guarniciones españolas. Churchill y Barnes decidieron acudir a Santa Clara, donde les habían informado que podían encontrarse con el general y, después de un viaje en ferrocarril, con los vagones protegidos por planchas de acero y escoltado por soldados a la cabeza y a la cola del tren, consiguieron llegar hasta donde se encontraba el comandante de las tropas españolas en Cuba.
Una vez ante Martínez Campos y quizá por la indiferencia que este mostró hacia los dos oficiales extranjeros, fueron puestos bajo la tutela de uno de sus ayudantes, el teniente Juan O’Donnell, hijo del duque de Tetuán. La química fue instantánea. Churchill dejó escrita la grata impresión que le causó y en su libro Mis años mozos apuntó que “hablaba extremadamente bien el inglés”.
En sus conversaciones, O’Donnell les sugirió que se incorporasen a una columna móvil que acababa de partir, comandada por el general Suárez Valdés, hacia la pequeña población de Sancti-Spíritus. Eran tantas las ansias de los dos amigos por alcanzar dicha columna a caballo, que los españoles les tuvieron que advertir de que el enemigo estaba escondido en todas partes y que “cincuenta jinetes pueden pasearse tranquilamente, ir donde les plazca… dos no pueden ir a ningún lado”.
Sin embargo, estas advertencias, aunque tenidas en cuenta por los jóvenes oficiales británicos, no los amedrentaron y, tras un viaje que les
Churchill y Barnes se presentaron al general Suárez Valdés, un veterano militar que había participado en la expedición de Prim a México
llevó a tomar el ferrocarril desde Santa Clara a Cienfuegos y de Cienfuegos a Las Tunas por mar para, desde allí, llegar por fin a Sancti-Spíritus nuevamente en tren, Churchill consiguió llegar hasta la columna móvil de Suárez Valdés.
La guerra estaba cada vez más cerca.
BAUTISMO DE FUEGO
El joven Winston observó con desagrado la localidad de Sancti-Spíritu, que describió como una “ciudad vulgar y además insalubre. Padecía una doble epidemia: de viruelas y de fiebre amarilla”.
Tras pasar la noche en esta localidad, apareció al día siguiente la columna comandada por Suárez Valdés. Churchill relató en sus memorias que la columna a la que debía incorporarse era “importante; cuatro batallones que sumaban unos tres mil infantes, dos escuadrones de caballería y una batería de montaña. Los soldados parecían hallarse en perfectas condiciones y no mostraban ninguna señal de fatiga por la marcha efectuada. Vestían uniformes de algodón que acaso habían sido blancos en su origen, pero que, con la pringue y el polvo, viraban hacia un color parecido al caqui. Su equipo era pesado y llevaban doble dotación de municiones; se tocaban con grandes sombreros de Panamá. Fueron calurosamente acogidos por sus compañeros y, al parecer, también por la población civil”.
Después de dejar un tiempo prudencial para que los militares españoles se acomodasen en su nuevo destino, Churchill y Barnes se presentaron al general Suárez Valdés, un veterano militar de 60 años que había participado en la expedición de Prim a México y tenía una amplia experiencia en combates tanto en Cuba como en Puerto Rico.
El general explicó a los jóvenes oficiales británicos, a través de un intérprete, que su idea era partir al día siguiente. Al alba, Churchill y Barnes ya se encontraban montados en sus respectivos caballos y la columna inició su marcha, descrita por nuestro protagonista en estos términos: “En la penumbra, largas hileras de hombres se dirigen con paso cansino en busca del enemigo. Quizá está muy cerca, quizá nos espera a un kilómetro de aquí”.
La columna se internó en la manigua y, durante días, no hizo otra cosa que avanzar hacia delante buscando un enemigo que parecía no existir.
PRIMER COMBATE
El 29 de noviembre de 1895, la columna se encontraba en un pueblo llamado Arroyo Blanco, donde el general Suárez Valdés había destacado dos batallones y un escuadrón para aprovisionar varias guarniciones de la zona, mientras los 1.700 hombres restantes saldrían al encuentro de los rebeldes para atacarles.
El día siguiente, justo el día que Churchill cumplía los 21 años, tuvieron lugar los primeros combates. Su regalo de cumpleaños, por tanto, fue su anhelado
bautismo de fuego en una guerra que no era la suya y con un ejército que nada tenía que ver con su patria.
Churchill recogió aquel momento en su diario para más tarde plasmarlo en su libro Mis años mozos: “Salimos temprano con bruma baja y bruscamente fue atacada la retaguardia de la columna (….) El tiroteo se produjo a doscientos metros de donde estábamos nosotros; hacía mucho ruido y por ello resultaba impresionante. Pero viendo que por allí no llegaba ninguna bala, pronto me tranquilicé. Mi actitud era la de aquel optimista que se preocupaba muy poco de lo que le ocurriera con tal de que no le ocurriera a él”.
Esa fue la primera vez que Churchill tuvo constancia de lo que era la guerra, pero, en su calidad de informador para el ejército británico, no pudo más que ser un espectador forzoso de aquellos combates que se están librando tan cerca de él.
Tan cerca que incluso llegó a ver la muerte, como él mismo recogió al escribir que “…bruscamente, muy cerca, según me pareció, partió una descarga desde el linde del bosque. El caballo que estaba detrás de mí, que no era el mío, dio un brinco (…). Era castaño. La bala le había entrado entre las costillas y formaba un círculo rojo oscuro de unos treinta centímetros de diámetro sobre el pelaje. Tenía la cabeza baja pero se mantenía de pie. Estaba herido de muerte, pues le quitaron la silla y la brida. Mientras observaba este espectáculo no pude por menos pensar en la bala que había herido al caballo: aquella bala pasó a veinte centímetros de mi cabeza. Aquello era “el fuego”. Era algo. Y empecé a juzgar mi aventura de manera más seria de lo que había hecho hasta entonces”.
Pero estos primeros tiroteos no fueron nada más que simples escaramuzas para los soldados españoles, que ya sabían a esas alturas lo que los insurgentes cubanos eran capaces de hacer. La columna no se detuvo y siguió avanzando hasta que la noche les sorprendió. Montaron un campamento a orillas de un río y todo parecía indicar que iban a pasar una noche tranquila ya que, incluso, pudieron disfrutar de un baño.
Acomodados en hamacas, después de cenar, el campamento se vio sorprendido por una lluvia de balas y, nuevamente, Winston Churchill volvió a ver la muerte más de cerca de lo que le hubiera gustado, tal y como él mismo relató: “Me hubiera gustado dejar la hamaca y acostarme en el suelo, pero como nadie se movía me pareció más correcto imitarles. Me tranquilicé observando que entre el fuego enemigo y mi cuerpo se encontraba la hamaca de un oficial español corpulento, casi grueso. Nunca he tenido nada contra los hombres gordos. Por fin me dormí”.
Después de aquella noche tan ajetreada, la columna prosiguió al día siguiente su persecución a un enemigo que semejaba un fantasma que aparecía y desaparecía, aprovechándose de su gran conocimiento del terreno, y que hostigaba a los españoles con tiroteos y pequeñas emboscadas, que, como recordaría Churchill muchos años después, no causaban muchos heridos, pero “aquellas balas que atravesaban la columna
Fue la primera vez que Churchill tuvo constancia de lo que era la guerra, aunque no fue más que un mero espectador de los combates
en el sentido de la longitud, amenazaban la vida de todo el mundo”.
La persecución de la columna del general Suárez Valdés a los rebeldes cubanos acabó y, por fin, pudo encontrarse con el enemigo en campo abierto, ya que las fuerzas cubanas se habían hecho fuertes en un terreno formado por un camino ancho que discurría entre un cercado de alambre y una hilera de árboles. A cada lado, se abrían dos grandes extensiones herbáceas y, delante del camino, se alzaba una loma.
Suárez Valdés, quizá cansado ya de ese juego del gato y el ratón, decidió atacar y adoptar una táctica sencilla que consistía, como Churchill describió en sus memorias, en que “al llegar el primer batallón a terreno descubierto, dos compañías se adelantaron sobre cada uno de los flancos y se desplegaron. La caballería tomó posición a la derecha del camino; la artillería, en el centro”.
En su condición de observadores del ejército británico, Churchill y Barnes avanzaron por el camino junto a Suárez Valdés y su Estado Mayor hasta situarse a unos cincuenta metros por detrás de la línea de tiradores. Tras una tensa calma, las pequeñas nubes que formaban las descargas de los fusiles cubanos comenzaron a aparecer, preludiando los horribles sonidos de las detonaciones, primero poco a poco y, después, convirtiéndose en una auténtica lluvia mortal de balas. Seguidamente,
Después de aquella noche tan ajetreada, la columna prosiguió al día siguiente su persecución a un enemigo que semejaba un fantasma
Alentado por la resistencia cubana, Churchill se dispuso a resistir hasta el último suspiro ante el empuje del III Reich
el fuego cubano fue contestado por la infantería española mientras avanzaba hacia el enemigo, hasta que la loma de donde salían las balas de los rebeldes estuvo a menos de quinientos metros.
Churchill, impresionado, recogió aquellos momentos en su cuaderno: “Allí nos detuvimos y nos quedamos quietos sobre nuestras monturas, sin ningún resguardo, sin ningún camuflaje, observando el ataque de la infantería. Mientras tanto, las balas se incrustaban en los troncos de las palmeras que resonaban con golpes sordos o secos”. Los británicos no dejaron de admirar la buena preparación de los soldados españoles que, según el futuro Premier británico “se mostraban ardorosos y tuvimos que echar mano de todo nuestro pundonor para salvar las apariencias”.
Finalmente y con muy pocos heridos, la tropa española consiguió tomar la posición y poner en fuga a las fuerzas cubanas que, aprovechándose una vez más del conocimiento del terreno, huyeron adentrándose en la zona de selva. Sin embargo, la columna ya no podía proseguir la búsqueda del enemigo puesto que las provisiones comenzaban a escasear.
Por ese motivo, el general Suárez Valdés ordenó a sus hombres que se retirasen hasta La Jicoteca. Para Churchill y Barnes aquella orden significaba el fin de su aventura en tierras cubanas junto al ejército español. Como el joven oficial británico recogió, “satisfechos el honor español y nuestra propia curiosidad, la columna regresó a la costa y nosotros a Inglaterra”. La presencia en la Guerra de Cuba de Winston Churchill había durado 18 días.
Las vivencias de Winston Churchill en la Guerra de Cuba le aportaron al futuro líder británico algo más que experiencia en combate, ya que también adquirió importantes conocimientos y una visión de lo que ocurría más allá de las Islas Británicas. Durante su convivencia con los militares españoles, el joven se dio cuenta de que “otras naciones compartían con nosotros los mismos sentimientos respecto a sus propias posesiones. Y comprendí que aquellos hombres reaccionaban en el caso de Cuba exactamente como nosotros con Irlanda. Eso me impresionó mucho (…) Hasta entonces había simpatizado secretamente con los rebeldes o, en todo caso, con la rebelión; pero empecé a comprender hasta qué punto podían sentirse desdichados los españoles ante la posibilidad de perder Cuba”.
Después del conflicto entre Cuba y España, Churchill libraría nuevas batallas, ya como soldado británico, puesto que casi inmediatamente participó en la expedición de lord Kitchener contra el Mahdi en Sudán así como en la guerra de los Bóer, antes de dedicarse a la política. Pero si hubo un tiempo donde especialmente le sirvió su experiencia en Cuba fue, sin duda, durante los trágicos días de la Segunda Guerra Mundial. En aquel periodo, vio peligrar el Imperio británico tal y como había sucedido en aquellos lejanos días con los restos del Imperio español.
Alentado por la resistencia cubana, de la que aprendió que es imposible someter a un pueblo que posee un mínimo de condiciones, se dispuso a resistir hasta el último suspiro ante el empuje del III Reich.
Como el mismo dejó escrito: “En aquellas selvas y en aquellas montañas habían bandas de hombres harapientos pero bien armados y municionados (…) hombres para quienes la guerra solo significaba pobreza, riesgos y penalidades… cosas que no temían. Y así los españoles se encontraban, a su vez, vencidos por las guerrillas. Se movían como los convoyes de Napoleón en la Península, legua tras legua, día tras día, en un mundo de inasibles enemigos que acá y allá, los diezmaban mediante ataques salvajes”.
Aquellas lecciones, aprendidas en las guerras coloniales y sobre todo en los días que convivió con las tropas españolas destinadas en Cuba, marcaron el carácter de Winston Churchill. Quizá aquella experiencia le hiciese reflexionar y preparar su discurso más emotivo: “Nunca nos rendiremos”.