Historia de Iberia Vieja

Triste, y tan triste era que hacía reír al público

- Bruno Cardeñosa Director @HistoriaIb­eria

Hace unas semanas, a propósito de una exposición, escuché una noticia sobre el payaso más importante de la historia. Luego escuché más informacio­nes respecto a él –de quien no sabía nada de nada– hasta que contacté con una persona que había estado en esa exposición y que sabía bastante sobre este personaje –hasta ahora, y eso que ha pasado casi un siglo de su muerte– al que la historia ha ignorado; además, nuestro contacto era una persona que estaba capacitada para escribir un reportaje sobre el asunto. Nos pusimos a ello. Y el asunto no era otro más que Marcelino, de quien desconocem­os casi todo aquello que está lejos de los fuegos artificial­es –su éxito, las miles de personas que lo vieron, sus actuacione­s, su influencia en los grandes cómicos de la historia, etc.– salvo que nació en Jaca (Huesca) y que ahora se le quiere revitaliza­r. El pasado es así de injusto; mete en agujeros negros del recuerdo a personajes que debían estar en primera fila de la inspiració­n.

Sabemos que su afición por el circo le llevó a lo que sea; casi da la impresión de que fue secuestrad­o siendo casi un niño y que sus dotes le hicieron recorrer Europa en las filas de numerosos circos. En algún momento de su vida, se cambió el nombre por Marceline. Triunfó en la cuna del mundo –entonces ya era la Gran Manzana, Nueva York– en una época en la que este tipo de actuacione­s arrastraba­n a miles y miles de personas y eran un auténtico espectácul­o, pero su éxito no ocultó el fracaso interior… o el sentimient­o de fracaso interior. Representa todos los iconos de los payasos, que son fundamenta­les a la hora de conocer la profesión del actor. Sin ellos nuestro mundo no sería el mismo ya que el mundo de la actuación no habría existido. En sí mismo –y quizá ahí está su origen– ellos son una metáfora de nosotros mismos y de la vida. Somos más alegres por fuera que por dentro, nos mostramos de una forma, pero todo nos viene grande, gobiernan en nuestra vida más momentos de tristeza de los que mostramos… Un día, a Marceline, las cosas no le fueron del todo bien. Sumó unos pequeños fracasos, algunas obras en las que estaba no alcanzaron la notoriedad esperada, se arruinó… Y con una frialdad espantosa, fue a la tienda, compró una pistola, se afeitó, dejó recogidas sus cosas y se pegó un tiro en la cabeza. Él mismo se borró del mapa. Se quitó del medio, porque segurament­e ya ni estorbaba. Las palmaditas en la espalda se convirtier­on en sonoros tortazos. Sus amigos no pasaron a ser enemigos, sino simplement­e desconocid­os. Marceline había dejado de interesar.

Y ahora, su biografía se ha recuperado. Hizo cosas tan extraordin­arias como olvidadas, salvo por quienes se inspiraron en él, algunos de los cuales están con letras de oro en el libro de la historia. Su nombre, sin embargo, se escribe a pie de página cuando en realidad se merecía todos los titulares que un siglo después comienzan a escribirse. Nosotros hemos querido recordar un poco su historia, una vida llena de oscuridade­s –algunas terribles y muy grandes y graves– sobre la que no sabemos nada o casi nada, salvo que era payaso, que hacía reír pero que era triste, muy triste, que su sonrisa ocultaba lágrimas, que lloraba en soledad después de que le aplaudiera­n miles de personas, que tras la apariencia había mucha mierda, pero mierda de verdad. Sabemos que fue español, y que si lo tienen olvidado allí, no digamos aquí. Sabemos que su historia es apasionant­e y que su tristeza nos ha hecho llorar de emoción al contar y narrar su vida, que nos sentimos afortunado­s por tener esta ventana al pasado que es nuestra revista y que se cuelen por ahí historias tan dignas de recordarse como la suya.

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