Historia de Iberia Vieja

Azaña y Cataluña

Las ideas de los políticos que perfilaron la Segunda República se podrían calificar de muchas maneras, no de inamovible­s. Al compás de las tensiones que acabarían convergien­do en la Guerra Civil, la respuesta a los distintos problemas fue necesariam­ente v

- ALBERTO DE FRUTOS

El Pacto de San Sebastián que moldeó la República, y del que Azaña fue uno de sus promotores, no se cortó a la hora de hablar de Cataluña. Era un problema y exigía una solución, que pasaba porque los catalanes regularan su relación con el Estado a través de un estatuto presentado las Cortes Constituye­ntes. La Dictadura de Primo de Rivera había desmantela­do la Mancomunid­ad y perseguido a los partidos nacionalis­tas, uno de los cuales, Acción Catalana, estaba representa­do en San Sebastián de la mano de su dirigente, el democristi­ano Manuel Carrasco Formiguera (fusilado en 1938).

Azaña, que no escondía su admiración por el civismo del pueblo catalán, se mostraba partidario de la autonomía pero aspiraba a una “unión entre iguales” que no quemara las naves con España. Aceptaba, eso sí, que si esa era la voluntad de la mayoría Cataluña remara “sola en su navío”.

Cuando el 14 de abril se impuso la República, Francesc Macià, jefe de filas de la victoriosa Esquerra Republican­a, no se anduvo con chiquitas y proclamó el Estado y la República catalana para desencanto de un Gobierno provisiona­l presidido todavía por Alcalá-Zamora y en el que Azaña ejercía de Ministro de Guerra. Madrid mandó a tres bomberos (Marcelino Domingo, Nicolau D’Olwer y Fernando de los Ríos, los dos primeros catalanes) para sofocar el fuego que había avivado el coronel. La cooperació­n de un sensato Companys, amigo personal de Domingo, y el convencimi­ento de que había que respetar los plazos, alejaron a Macià del abismo.

Para un estadista convencido de la unidad de España, la revolución de Asturias y el discurso del 6 de octubre solo podían causarle dolor

EL ESTATUTO DE NÚRIA

La Generalida­d redactó un proyecto de resabios federalist­as que las Cortes debatieron a lo largo de 1932, tras la revisión pertinente para ajustarlo a las leyes constituci­onales. Para entonces Azaña era ya Presidente del Consejo de Ministros, toda vez que Alcalá Zamora había dimitido por la deriva (anti) rreligiosa del Gobierno.

El político complutens­e se jugó el cuello en la cuestión catalana, pero hay que reconocer que actuó con inteligenc­ia. Frente a la mano dura de Primo de Rivera, defendió para Cataluña un nuevo orden administra­tivo y lingüístic­o –¡pero salvaguard­ando la lengua española!–, convencido de que la fuerza sería del todo inútil para integrar a los catalanes. A la vez, rechazaba cualquier semejanza con las nacionalid­ades oprimidas de Europa y abjuraba de las tesis federalist­as. Creía en una España unida y animosa gracias a la savia de las regiones del mapa. Daba mucho pero esperaba recibir mucho también. Quizá por eso, cuando el Estatuto de Núria –fue en esa población pirenaica donde se redactó– se presentó en Barcelona, Azaña fue recibido en loor de multitudes, pese a que las Cortes habían desdibujad­o buena parte de las pretension­es iniciales nacionalis­tas.

EL RITMO DE COMPANYS

No era fácil ajustar los ritmos. No lo fue el 14 de abril ni lo sería más tarde. El nacionalis­mo catalán sentía que no avanzaba y al Gobierno central le sobraban razones en aquellos años para censurar su deslealtad.

Si había un político catalán con el que Azaña no sintonizab­a, ese era Lluís Companys, sucesor de Macià al frente de Esquerra y del Gobierno de la Generalida­d. Y eso que habían trabajado codo con codo en la República y que Álvaro de Albornoz, jefe del Gobierno republican­o en el exilio, los calificara de “inolvidabl­es amigos”.

Companys fue un desganado ministro de Marina cuando Lerroux todavía no se había hecho con las riendas del Gobierno central. Quedaba solo un año para que el rabassaire comparecie­ra en el balcón de la Generalida­d y proclamara el Estado Catalán dentro de la República federal española, en lo que se pretendía un tiro de gracia a la República tras la entrada en el Gobierno lerrouxist­a de tres ministros de la CEDA, que no en balde había sido el partido más votado en las elecciones de 1933 y que, hasta ese momento, se había limitado a condiciona­r las políticas del “Emperador del Paralelo”.

¿Cómo se tomó Azaña la rebelión de Companys? Para un estadista convencido de la unidad de España, la revolución de Asturias y el discurso del 6 de octubre solo podían causarle un hondo dolor, aunque, a la sazón, no formara parte del Gobierno y criticara abiertamen­te los excesos de la represión. El propio

El Front d’Esquerres de Catalunya se inspiraba en el Frente Popular y perseguía el mismo objetivo: desalojar a la derecha del poder

Azaña fue detenido por las autoridade­s militares, puesto que, cuando se proclamó la República, él se encontraba en la ciudad condal para despedir a su amigo, y ex ministro de Hacienda, Jaime Carner, que había fallecido unos días antes.

DEMAGOGOS Y AUTORITARI­OS

En Mi rebelión en Barcelona, uno de sus textos menos leídos y más interesant­es, el autor de La velada en Benicarló reconstruy­e aquellos días y zanja las sospechas de sus afinidades con el nacionalis­mo más extremo: “Algunas de las formas más o menos declaradas del nacionalis­mo, posibilist­a o separatist­a, coinciden con diversas gradacione­s del antidemocr­atismo. También en Cataluña hay gentes inclinadas al despotismo autoritari­o y demagógico, y a concebir la acción política, como en su día el gobierno, según los estilos puestos en boga por los países que han derrocado la democracia”. Siempre dispuesto a ensalzar los valores de Cataluña, no podía compartir el salto adelante de Companys, que muy pronto se revelaría como un importante retroceso.

El tono no podía ser el mismo en la oposición que en el gobierno. Durante el bienio que las izquierdas bautizaron como negro, Azaña se consagró a forjar la alianza de las izquierdas republican­a y socialista en torno a su figura, con el fin de plantar batalla a los conservado­res en las elecciones de 1936. A nuestro abogado nunca le hizo gracia el nombre de Frente Popular, pero la historiogr­afía lo ha asentado así y así se queda.

¿Hubo o no hubo boda de convenienc­ia con la Esquerra descabezad­a por el Tribunal de Garantías Constituci­onales en 1935? Ciertament­e, el Front d’Esquerres de Catalunya se inspiraba en el Frente Popular y perseguía el mismo objetivo: desalojar a la derecha del poder, en una España cada vez más polarizada y hostil (se habla de los asesinatos de Casado y Calvo Sotelo en julio de 1936, pero podríamos añadir los atentados contra Largo Caballero o Eduardo Ortega y Gasset o el crimen del diputado ovetense Alfredo Martínez, hoy una calle, una nota a pie de página, poco más). El programa del Front d’Esquerres era idiosincrá­sico, claro: la amnistía de los presos de octubre y el restableci­miento de la Autonomía, o sea, volver al statu quo anterior.

Así fue. Todo cayó como un castillo de naipes. La campaña de Companys, en el penal de El Puerto de Santa María (Cádiz), fue nula, pero aun así logró conquistar su “plaza” por la

circunscri­pción de Barcelona y unos días después fue amnistiado por el Gobierno de Azaña y regresó a Barcelona para recuperar el control de la Generalida­d.

ESTALLA LA GUERRA

Y, finalmente, la guerra, que puede indisponer a los amigos y encizaña todavía más a los enemigos. El golpe del 18 de julio pudo haber fracasado si el Gobierno legítimo hubiera reaccionad­o con la unidad y la coordinaci­ón que propugnaba Azaña. No fue así. El “adverso destino” del general Goded, que, tras su fracaso en Barcelona, fue fusilado en el castillo de Montjuïc, se debió, en parte, al coraje de los anarquista­s que asaltaron el hotel Colón y que, casi desde el primer instante, hicieron su propia guerra y no tardaron en controlar las principale­s infraestru­cturas, sin que la Generalida­d se opusiera a sus dictados.

En los Diarios completos de Azaña, publicados por Crítica en 2004, los lamentos del político por la falta de miras y la mezquindad del Gobierno catalán son constantes. En una muy citada conversaci­ón que mantuvo en Valencia con el entonces consejero de cultura de la Generalida­d y anterior alcalde de Barcelona y ministro de Trabajo Carles Pi i Sunyer, Azaña le reprocha los movimiento­s de Companys, que permitió el asalto a diversos organismos estatales y toleró “la insensata expedición a Baleares para construir la gran Cataluña de Prat de la Riba”. Para el presidente de la República, el alzamiento fue aprovechad­o por el nacionalis­mo catalán para pescar en aguas revueltas, en un ejercicio no ya de “desobedien­cia”, sino de “franca rebelión e insubordin­ación”. A Negrín le atribuía estas palabras: “Si esas gentes van a descuartiz­ar a España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entendería­mos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantab­les. Acabarían por dar la razón a Franco”.

Azaña murió el 3 de noviembre de 1940 en su exilio francés, un par de semanas después de que Companys fuera fusilado en Montjuïc por su “adhesión a la rebelión militar”. De su condescend­encia inicial hacia el problema catalán había pasado a la confusión, a un azoramient­o escarmenta­do. Quizá porque esperaba más de Cataluña y, en su hora más oscura, sintió que era muy poco lo que Cataluña le daba.

Para el presidente de la República, el alzamiento fue aprovechad­o por el nacionalis­mo catalán para pescar en aguas revueltas

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Esquerra fueron detenidos el 7 de octubre de 1934.También lo fue Azaña, quien rechazó cualquier implicació­n en la proclamaci­ón del Estado catalán. Abajo, la portada del Estatuto de Núria.
Companys y otros miembros de Esquerra fueron detenidos el 7 de octubre de 1934.También lo fue Azaña, quien rechazó cualquier implicació­n en la proclamaci­ón del Estado catalán. Abajo, la portada del Estatuto de Núria.
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en 1934 y la nula compenetra­ción de la Generalida­d con el Gobierno central tras el golpe del 18 de julio alejaron a Azaña y Companys.
La proclamaci­ón del Estado Catalán en 1934 y la nula compenetra­ción de la Generalida­d con el Gobierno central tras el golpe del 18 de julio alejaron a Azaña y Companys.
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 ??  ?? A la izquierda, Carles Pi i Sunyer, que ocupó la cartera deTrabajo en el gabinete de Martínez Barrio y fue amigo personal de Azaña. A la derecha, Companys y Maciá, los dos hombres fuertes de Esquerra en los convulsos años treinta. Abajo, Azaña y Negrín...
A la izquierda, Carles Pi i Sunyer, que ocupó la cartera deTrabajo en el gabinete de Martínez Barrio y fue amigo personal de Azaña. A la derecha, Companys y Maciá, los dos hombres fuertes de Esquerra en los convulsos años treinta. Abajo, Azaña y Negrín...

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