La España que nunca existió
Grandes construcciones que no vieron la luz
Las ciudades se hacen también de sueños: rascacielos que no pasaron del plano a las nubes, proyectos que se estancaron, monumentos irrealizables, estaciones de ferrocarril o catedrales que se quedaron sin presupuesto… El paisaje urbano sería muy distinto también si la piqueta no se hubiera cebado con obras a la vanguardia de la arquitectura. La realidad es la que es, pero en este artículo no hablamos de ella, sino de la utopía que solo existió en la cabeza de los grandes creadores.
Lo ya perdido es inmenso, véase por ejemplo lo sucedido con tantos castillos, murallas como las de Ciudad Real, con sus 130 torreones, curiosos edificios como la inclinada Torre Nueva de Zaragoza o inmensos palacios como el la Ribera, en Valladolid, que contaba con su propio zoológico. Son sólo pequeñas píldoras de todo un universo de grandes obras que se han perdido para siempre pero, ¿qué hay de aquellas que pudieron haber existido? Proyectos sobre monumentos, catedrales, palacios o todo tipo de infraestructuras, existen por millares, y allá donde se mire se puede encontrar un ejemplo de gran obra nunca llevada a cabo. En muchas ocasiones no se pasó del papel o de un simple esbozo, pero en muchas otras se estuvo a punto de llevar a la realidad algo que, por azares del destino, o bien por falta de capital, pasó definitivamente a ser olvidado. He aquí, como ejemplos de la España que nunca existió, algunos casos de proyectos de grandes obras que nunca llegaron a hacerse realidad. RECORDANDO A COLÓN En Madrid, a poco que se camine, se pueden encontrar localizaciones para todo tipo de proyectos arquitectónicos nunca llevados a cabo. He ahí la Catedral de la Almudena que, si bien se pudo completar, no se parece en nada al proyecto original neogótico del marqués de Cubas. Ahora que, si en grandiosidad había que competir, el proyecto de ese templo no tenía nada que hacer contra uno de los más imponentes monumentos que jamás se hayan diseñado.
Originalmente iba a ser instalado en Estados Unidos pero, claro está, dadas sus características era prácticamente imposible encontrar los recursos para levantarlo. El monumento a Colón ideado por el célebre arquitecto Alberto de Palacio, autor de obras como el Palacio de Cristal del Retiro, la estación de Atocha o la sede del Banco de España, era tan imponente que dejaba en nada a la torre Eiffel y se hubiera convertido en un icono tan memorable como el famoso gigante de metal parisino. Corría el año 1891 y, cómo no, tocaba celebrar por todo lo alto el cuarto centenario del descubrimiento de América por Cristóbal Colón. Alberto de Palacio ganó el concurso oficial creado para elegir una obra emblemática que recordara tan magno acontecimiento en la Exposición Universal de Chicago de 1893. Pero la cosa no pasó de unos impresionantes grabados que incluso fueron reproducidos a toda página por periódicos de todo el mundo o revistas como Scientific American. El proyecto asombró a todos, y no era para menos: sobre una inmensa estructura de metal de cien metros de altura se iba a alzar una esfera que representaba el planeta Tierra
con 200 metros de diámetro, coronada con un monumental modelo de carabela. En Chicago no se movió un dedo para levantarlo, cosa lógica debido a su coste, por lo que el arquitecto cambió de escenario y adaptó el proyecto para que fuera construido en Madrid, en el Retiro, al lado de su Palacio de Cristal. Allí, en medio de la capital de España, se levantaría este imponente globo terráqueo coronado por un modelo a tamaño natural de la carabela Santa María. La esfera sería visitable y contaría con tiendas, museos y hasta un gran planetario en su interior. Debido a su absolutamente brutal magnitud, nunca se planteó llevarlo a cabo, a pesar de haberse movido hilos para ello. El coste hubiera sido demasiado algo pero, de haberse construido, se hubiera convertido en el símbolo indiscutible, no sólo de Madrid, sino de toda España. AUTOGIROS EN LA CASTELLANA El eje norte-sur que supone el Paseo de La Castellana se ha convertido en uno de los más vitales de Madrid. Aunque hinca sus raíces en proyectos del siglo XVII, no fue hasta el siglo XX cuando se fue convirtiendo en el símbolo que hoy ha llegado a ser. En sus diversas ampliaciones pudo haber contado con ciertas construcciones que podrían haberse convertido en emblemáticas de la ciudad, pero que no se llevaron a cabo.
Nuevamente fue el arquitecto Alberto de Palacio quien ideó un gran monumento, esta vez más factible, dedicado al rey Alfonso XIII y localizado en La Castellana. La idea era imponente, ni de lejos tan grande como el proyecto de la gigantesca esfera del mundo del Retiro, pero ni mucho menos era pequeña con sus cuarenta metros de altura. Un monumento de gran tamaño, que recuerda lejanamente al dedicado a Victor Manuel II en Roma, estaría coronado con una estatua ecuestre del rey. Alrededor, grandes jardines, cascadas y fuentes monumentales, hubieran articulado el paseo de una forma muy diferente a como lo conocemos. Todo ello levantado a modo de gran auditorio conformado como rotonda en medio del paseo, tal y como se refería en La Construcción moderna el 30 de enero de 1918:
…el monumento y sus accesorios, constituidos por obras de escultura y jardinería envolventes del mismo, ocuparán un espacio circular perfecto de 200 metros de diámetro. Este espacio circular decorativo estará rodeado por dos trozos de paseo,
que servirán de empalme al actual de la Castellana con la prolongación proyectada. En cada una de las dos uniones de este paseo anular con el de la actual Castellana y el de su prolongación se proyecta una gran puerta monumental, que servirá de ingreso a este
inmenso círculo, exposición permanente del arte. El referido monumento estará constituido por cinco partes, que son: Primera. Basamento. Segunda. Gran puerta de ingreso, sobre cuya parte superior se destacará la estatua ecuestre de Alfonso XIII, que la servirá de coronamiento. Tercera. Una fuente monumental de gran altura, formada por cuatro inmensas cascadas, que semejarán bóvedas acristaladas de forma parabólica, que producirán variadísimos efectos de luz cuando estén bañadas por los rayos solares. Cuarta. Un gran salón para recepciones y conciertos rodeado de balcones y galerías de cristales con vistas en todas las direcciones. Y, finalmente, como remate del
Sobre una inmensa estructura de metal de cien metros de altura se iba a alzar una esfera que representaba el planeta Tierra
monumento, una elegante bóveda, sobre la que flote la bandera española.
Aquel proyecto, originalmente ideado hacia 1915, no se llevó a cabo pero, décadas más tarde, La Castellana estuvo a punto de ver cambiar su figura de forma muy diferente. Nos encontramos en la Plaza de Colón en los años treinta del siglo pasado. Aquí se levantaba la añeja Casa de la Moneda, destinada finalmente al derribo en los años setenta. ¿Con qué llenar el espacio ocupado por el viejo edificio? La propuesta del arquitecto Casto Fernández-Shaw fue de lo más audaz y tenía oportunidad para ser llevada a cabo. Se trataba de levantar una gran estación central para ferrocarriles y autobuses en pleno centro de Madrid. Ahora bien, lo más original de este proyecto de “estación de enlace” se encontraba en que, en lo alto, albergaría las pistas de aterrizaje y despegue de líneas de autogiro. Como proyecto para centralizar el tráfico en la ciudad se consideró algo genial, pero nunca se construyó, viendo la luz en cambio la estación de Chamartín tiempo después, eso sí, sin pistas elevadas para autogiros ni nada parecido. EL CHICAGO EUROPEO La ciudad de Chicago aventajaba a Nueva York en la carrera por ser la ciudad de los rascacielos hasta comienzos del siglo XX, pero hubo otro lugar que, con ría en lugar de canales, quiso convertirse en un remedo de Chicago en Europa. Todo partía del proyecto del arquitecto Secundino Zuazo conocido como “Reforma viaria parcial del interior de Bilbao”, que data de 1922. Hoy Bilbao sería un lugar muy diferente de haberse llevado a cabo: se hubiera derribado gran parte del casco viejo creándose amplias avenidas rodeadas de grandes edificios, entre ellos una mole de oficinas de veinte plantas. El proyecto fue merecedor de elogios, como puede leerse por ejemplo en Nuestro tiempo, julio de 1922:
Es un trabajo muy notable donde se demuestra, con razones de gran fuerza, la conveniencia y necesidad del ensanche de la opulenta villa. Estúdianse en él todos los aspectos de la importantísima reforma que, además de embellecer a Bilbao, lo higienizará, acabando con el malsano sistema de hacinamiento característico de casi todas nuestras viejas urbes. El pasado impone ciertos respetos, pero la salud pública los exige todos y el crecimiento extraordinario de la ciudad vasca reclama una más extensa área. Bilbao se ahoga en
Lo más original del proyecto se encontraba en que, en lo alto, albergaría las pistas de aterrizaje y despegue de líneas de autogiro