Historia de Iberia Vieja

Top Spain: La tecnología española que alumbró al mundo

- ALEJANDRO POLANCO MASA

En los siglos XVI y XVII España era toda una potencia política, económica, artística y literaria. Por pura lógica, el Imperio no se pudo construir, y mucho menos mantener en el tiempo, sin unas innovacion­es tecnológic­as capaces de sortear los conflictos con las potencias rivales. Durante siglos se ha olvidado que España no sólo brilló en lo literario o en lo pictórico, sino que contó con los más sorprenden­tes avances científico­s. Esta es la desconocid­a historia de la tecnología española en el Siglo de Oro.

En las últimas décadas, gracias al tesón de grandes historiado­res de la ciencia como José María López Piñero o Nicolás García Tapia, el oscuro panorama de la ignorada tecnología española del pasado está siendo iluminado. Desde finales de la Edad Media las monarquías de los reinos cristianos de España habían concedido cédulas de privilegio a quienes tuvieran potencial para explotar bosques, minas, molinos o, también, a los inventores que hubieren ideado ingenios sobresalie­ntes. Vendrían a ser esas cédulas algo así como parientes lejanos de nuestras patentes de invención, otorgadas con la intención de proteger a los inventores ante competidor­es desleales durante un periodo determinad­o de tiempo. Llegado el reinado de Carlos I, este sistema de protección de las innovacion­es técnicas ya se había convertido en algo habitual, conservánd­ose muchos documentos sobre ingenios en el vallisolet­ano Archivo General de Simancas. De hecho, la primera Real Cédula de Privilegio otorgada en España, diríase que la primera “patente” española, fue concedida el 18 de agosto de 1522 a un inventor catalán llamado Guillén Cabier sobre cierto tipo de embarcació­n capaz de navegar incluso en tiempo de calma, posiblemen­te gracias a un sistema de rueda de palas impulsada por fuerza animal o humana. No se tiene constancia de que Cabier lograra construir su barco, cosa que, al parecer, sí logró más adelante el toledano Blasco de Garay, genial inventor de todo tipo de molinos, máquinas destilador­as y, cómo no, de cierto barco movido con palas que fue probado a mediados del siglo XVI. La fuerza motriz para aquellas palas procedía de la “tracción” humana, y no tenía nada que ver con el vapor, como se pensó en algunas ocasiones por cierto malentendi­do relacionad­o con una máquina, ésta sí de vapor, con la que Blasco de Garay sugería depurar agua del mar.

El empeño en mejorar las embarcacio­nes era vital para mantener una flota moderna en un mundo en el que otras naciones miraban hacia España con intención de luchar por una posición en los mercados mundiales de especias, mercancías o metales preciosos. Por esta razón, numerosas innovacion­es técnicas de la España de la época estaban encaminada­s a la mejora de los barcos, como fueron por ejemplo las innovacion­es en instrument­os de navegación o las novísimas bombas de achique destinadas a los buques españoles, construida­s bajo privilegio otorgado por Carlos I al portugués Diego Ribeiro en 1526, con privilegio posterior para surtir de estas bombas a los barcos españoles que data de 1531.

Gran parte de la documentac­ión que nos descubre ese tipo de ingenios, hasta hace poco olvidados, procede del Archivo de Simancas, lugar que visité recienteme­nte para consultar de primera mano cierto grueso volumen de cédulas que data de 1606 y que guarda verdaderas joyas que nos hablan de un genio llamado Jerónimo de Ayanz y sus máquinas, que se adelantaro­n siglos a las propias de la Revolución Industrial. Sin embargo, antes de repasar somerament­e tan fascinante figura, cabe recordar a otros ignotos genios de nuestro Siglo de Oro, que con sus invencione­s

El empeño en mejorar las embarcacio­nes era vital para mantener una flota moderna en un mundo en permanente lucha

contribuye­ron al sostenimie­nto del Imperio español.

INVENTORES DE LEYENDA

Poco a poco van emergiendo de la oscuridad los nombre de inventores asombrosos que en su tiempo fueron ampliament­e admirados, para pasar más tarde al olvido. Un caso singular es el del ingeniero de origen italiano Juanelo Turriano. Su fama llegó a ser tan grande que, después de su muerte, se le atribuyero­n todo tipo de máquinas que no fueron construida­s por él, como pasó con el gran ingenio diseñado en 1603 por el militar vasco Pedro de Zubiaurre para elevar las aguas del río Pisuerga en Valladolid. Lo mismo sucedió con cierta obra, única en su género, en la que se recopilan ingenios de todo tipo. Se trata de los “Veintiún libros de los ingenios y de las máquinas”, que durante mucho se pensó que era obra de Juanelo, pero hoy se sabe de su autor debió ser un genio de origen aragonés, muy posiblemen­te Pedro Juan de Lastanosa, que nos visitará en uno de los recuadros.

Ahora bien, nada de esta fama exagerada viene a reducir la genialidad de Turriano. Si tras su muerte se convierte en sinónimo de grandes máquinas fue porque en vida logró dar vida a ingenios asombrosos. Juanelo fue relojero en la Corte de Carlos I, empleo en el que desarrolló sobresalie­ntes aparatos que no sólo eran capaces de marcar el ritmo del paso del tiempo, sino las posiciones de los astros. Con Felipe II fue nombrado Matemático Mayor y fue igualmente encargado de participar en la reforma del calendario por parte del papa Gregorio XIII. Juanalo es recordado sobre todo por sus ingenios creados en Toledo, lugar en el que vivió gran parte de su vida. En la capital manchega diseñó todo tipo de máquinas volantes, rodantes, e incluso un posible remedo de robot conocido como “el hombre de palo” que cuenta con leyenda propia. Sin embargo, todo aquello no eran más que ideas sobre el papel o bien esbozos de tecnología­s con las que Juanelo soñaba, pero lo que realmente levantó admiración fueron las gigantesca­s máquinas con las que lograba elevar el agua del Tajo hasta la ciudad de Toledo, con un mecanismo conocido desde entonces como “el artificio de Juanelo”. Empleando la propia energía del río, estas máquinas llevaban agua hasta la ciudad sorteando un desnivel de casi cien metros a través de un complicado juego de

La fama de Turriano llegó a ser tan grande que, después de su muerte, se le atribuyero­n todo tipo de máquinas que no fueron construida­s por él

grandes palas y “cucharas” que conformaba­n una impresiona­nte estampa de “gigante mecánico”.

EL GENIAL JERÓNIMO DE AYANZ

En un tiempo en el que se congregaro­n tantos genios sin igual, aparece un personaje que, de haber vivido en otro lugar más propio a ensalzar a sus figuras de la ciencia y la técnica, hoy tendría estatuas por doquier y hasta su propia serie de televisión biográfica. Ciertament­e, aquel ambiente propicio para el desarrollo de grandes obras de ingeniería nos recuerda la existencia de figuras inmensas como Juan de Herrera, mencionado siempre como arquitecto del monasterio de El Escorial, entre muchas otras grandes obras. Pero también fue inventor y matemático, facetas hoy bastante olvidadas: diseñó máquinas de medición, grúas e ingenios hidráulico­s, presas, puentes, ingenios para el saneamient­o de aguas… su inventiva no tenía límites.

Bien, tal y como he mencionado, entre tan grande alineación de genios asombrosos, aparece alguien que puede considerar­se como un personaje sin igual: Jerónimo de Ayanz. El comentado volumen de cédulas reales de 1606 custodiado en Simancas es, por sí solo, una obra maestra de la ingeniería. Se trata de una colección de documentos administra­tivos que, a modo de privilegio­s de invención, como se hace hoy con las patentes, nos muestra a un hombre adelantado siglos a su época.

Esos documentos del siglo XVI nos descubren a una figura que llama la atención, precisamen­te, por haber sido completame­nte olvidada hasta tiempos recientes. ¿En qué otro lugar podrían haber caído en la oscuridad las obras de un genio como éste? Porque Jerónimo de Ayanz y Beaumont, navarro de nacimiento, destacó sobresalie­ntemente en todo lo que emprendió: fue soldado, artista, gestor y, sobre todo, ingeniero. No sólo creó diversos tipos de máquinas hidráulica­s, molinos de viento y tecnología­s para la metalurgia de metales, sino que se adelantó casi dos siglos a las máquinas de vapor de la Revolución Industrial vistas “por primera vez” en Inglaterra. Su patente para una máquina de vapor de tipo moderno de 1606 es, hasta ahora, la más antigua conocida en todo el mundo para un ingenio de ese tipo.

Jerónimo pasó a servir como militar desde su juventud, tiempo en el que fue instruido en todo tipo de artes y ciencias, destacando sobre todo como matemático. Luchó con gran valentía en Francia, Flandes, el norte de África y en mil y un lugares más, convirtién­dose en toda una leyenda viva por su fuerza y tenacidad en combate, siendo por ello incluso protagonis­ta de una obra de Lope de Vega. Era todo un héroe, no le hacía falta nada más, pues con sus hazañas había logrado ya fama y fortuna, pero quiso el destino que en 1587 fuera nombrado Administra­dor General de Minas del Reino de España. El puesto no era un sencillo, ni mucho menos. El Imperio Español dependía de la producción de los cientos

Entre tan grande alineación de genios, aparece alguien que puede considerar­se como un personaje sin igual: Jerónimo de Ayanz

de minas de metales, como la plata y el oro, que se desplegaba­n a lo largo de su inmenso territorio. Era necesario contar con un gestor impecable que fuera capaz de poner orden en España y las Américas para facilitar el flujo de metales preciosos. Y fue en este puesto en el que Jerónimo de Ayanz destacó sobre cualquier otro.

Jerónimo detectó todo tipo de problemas en las minas y decidió aplicar todo lo que sabía de ingeniería militar y de matemática­s en el empeño de solucionar­los. Pero no fue un simple gestor, porque visitó minas, se implicó de lleno en las problemáti­cas de ingeniería necesarias para mejorar todo aquello que estaba a su cargo y, para colmo, revolucion­ó la manera de utilizar la tecnología. En pocos años diseñó sistemas modernos de extracción de aguas para las minas, métodos de purificaci­ón de aire que pueden considerar­se como el primer ejemplo de uso de “aire acondicion­ado” en el mundo, máquinas de vapor modernas destinadas a mover bombas y otros ingenios. Con todas estas máquinas, descritas en sus “patentes” de 1606, logró hacer que minas ya abandonada­s volvieran a ser productiva­s y mejoró la seguridad en todas aquellas en las que se aplicó su tecnología. Lo más triste es que, estaba tan adelantado a su tiempo, que tras su muerte sus máquinas fueron cayendo en el olvido, sólo siendo superara su tecnología siglos más tarde.

Con todas estas máquinas, descritas en sus “patentes” de 1606, logró hacer que minas ya abandonada­s volvieran a ser productiva­s

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? Busto de Juanelo Turriano.
Busto de Juanelo Turriano.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? A la izquierda y sobre estas líneas, sendas láminas en Los veintiún libros de los ingenios
y de las máquinas, obra del Pseudo Juanelo Turriano del siglo XVI. En la otra página, abajo, más ejemplos de los artificios plasmados en este auténtico tratado...
A la izquierda y sobre estas líneas, sendas láminas en Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, obra del Pseudo Juanelo Turriano del siglo XVI. En la otra página, abajo, más ejemplos de los artificios plasmados en este auténtico tratado...
 ??  ?? Ruinas del artificio de JuaneloTur­riano enToledo.
Ruinas del artificio de JuaneloTur­riano enToledo.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain