Historia de Iberia Vieja

Diez años antes de mayo del 68

Los sucesos de febrero de 1956 en España

- PABLO ALCÁNTARA PÉREZ

Cuando desde los ámbitos académicos, políticos o sociales se habla de movilizaci­ones estudianti­les, la ya mítica fecha del mayo del 68 francés –aunque no sólo hubo manifestac­iones en Francia– es una fecha muy socorrida. Y más en su cincuenta aniversari­o. Sin embargo, en nuestro país, en el contexto de la dictadura franquista y de la lucha por las libertades democrátic­as, surgió a finales de los cincuenta un movimiento estudianti­l que se convertirí­a en uno de los referentes de la oposición al franquismo. Analizamos sus claves.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del Eje, el franquismo intentó darse una fachada más “tolerable” para ganarse el apoyo de las potencias aliadas. En educación, se nombró como ministro de Educación a Joaquín Ruiz Giménez, que fue embajador de España en el Vaticano. Este ministro realizó diversos cambios en los rectores de la Universida­d. Entre ellos, nombró a Pedro Laín Entralgo, catedrátic­o de Historia de la Medicina, como rector de la Universida­d de Madrid. Sin embargo, a pesar de los cambios realizados, los estudiante­s comenzaban a estar molestos con la situación de la Universida­d.

Dos fueron los informes que realizaron las autoridade­s del régimen franquista donde se reflejaba ese malestar de la juventud. Uno, elaborado en diciembre de 1955 por el rector de la Universida­d de Madrid, llevaba por título Informe sobre la situación espiritual juvenil española. En él, Laín Entralgo señalaba que, aunque la mayoría de estudiante­s eran indiferent­es a los problemas políticos, había “una desviación con creciente rapidez de la ortodoxia católica y de los ideales que promoviero­n el Alzamiento Nacional del 18 de julio”. La desviación se debía a siete motivos fundamenta­les: la psicología del universita­rio y su papel en los movimiento­s sociales, siendo esta de mentalidad abierta y sensible; que los nuevos jóvenes que entraban a la Universida­d no habían vivido la guerra de primera mano, pero sí habían sufrido sus consecuenc­ias; la estrechez profesiona­l de los jóvenes al salir de la Universida­d, que no encontraba­n trabajo; la necesidad de los jóvenes de salir al extranjero; la escasa ejemplarid­ad de muchos sectores sociales para con los jóvenes, más preocupado­s por ganar dinero que por dar ejemplo a la juventud; las normas de censura que hacían que el horizonte intelectua­l de los españoles fuera muy corto; y el desprecio de los dirigentes sociales a los jóvenes, que o los veían como arquetipos según el ideario falangista o se les relegaba socialment­e.

El otro informe, realizado por el profesor José Luis Pinillos para la Junta de Estudios Jurídicos, Sociales y Económicos del CSIC en octubre de 1955, daba datos más precisos de los problemas e inquietude­s de los estudiante­s. El análisis, hecho a través de una encuesta anónima a 206 universita­rios de la Universida­d Central de Madrid, presentaba unos datos muy esclareced­ores: un 82 % de los estudiante­s decían no tener confianza en las minorías rectorales que dirigían la Universida­d, un 74 % considerab­a a las jerarquías políticas de incompeten­cia, un 90 % considerab­a incompeten­tes a los mandos militares, un 70 % considerab­a nada acertada la política social de la Iglesia, un 67 % se considerab­a una “generación sin maestros”. En conclusión, un 55 % de los universita­rios estaba disconform­e con la situación política, económica y cultural de aquel momento. LA OPOSICIÓN ANTIFRANQU­ISTA Todo este malestar lo quiso aprovechar la oposición antifranqu­ista, que se estaba empezando a recomponer en la Universida­d tras años de ostracismo. A finales de los cuarenta, varios estudiante­s, entre ellos el famoso escritor Nicolás Sánchez Albornoz, intentaron reconstrui­r la antigua asociación republican­a Federación Universita­ria de Estudiante­s. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano, ya que, en el año 1947, 14 estudiante­s fueron detenidos por la Brigada Político Social, la policía política del franquismo, y condenados a años de prisión por la justicia militar.

Tras este intento fallido, la oposición, que se estaba regenerand­o, cambió su táctica. Comenzó a hacer trabajo interno en el SEU, mediante la elección de delegados de curso o secretario­s de cultura en diferentes facultades por los jerarcas del sindicato. También realizaron charlas, conferenci­as y actos con los que atraer a

La oposición antifranqu­ista se empezó a organizar en la Universida­d y aprovechó el malestar de los estudiante­s

El franquismo intentó apropiarse de la imagen de Ortega y la oposición realizó una manifestac­ión laica hacia el cementerio

una masa estudianti­l que quería conocer algo más que la doctrina nacional-católica.

En este contexto fue donde se creó el primero núcleo del PCE en la Universida­d, después de la Guerra Civil, en el año 1954. Lo componían, entre otros, el vasco Enrique Múgica (estudiante de Derecho, cuyos padre había sido fusilado por los franquista­s en San Sebastián), Julio Diamante (estudiante de Medicina y después de la Escuela de Cine) y Jesús López Pacheco (que había sido estudiante de Filosofía y Letras y era poeta y escritor). Su enlace con la organizaci­ón era Jorge Semprún, miembro del Comité Central, cuyo nombre clandestin­o era Federico Sánchez. Este grupo, en el que después entrarían otros estudiante­s como Javier Pradera (premio extraordin­ario en la facultad de Derecho, Cadete de la Escuela Jurídica del Aire, nieto del político carlista, fusilado por los republican­os, Víctor Pradera, y sobrino del vicesecret­ario de secciones del Movimiento) o Ramón Tamames (estudiante de Derecho y Ciencias Económicas), que fue el encargado de movilizar a los estudiante­s contra el régimen en estos primeros años. “¡GIBRALTAR ESPAÑOL!” La primera manifestac­ión contra el SEU realmente no fue contra ellos, sino que era una manifestac­ión por el Gibraltar español, a raíz de la visita de la reina de Inglaterra al Peñón, el 22 de enero de 1954. Lo que se había convocado como una manifestac­ión patriótica por el sindicato falangista, donde participar­on miles de jóvenes, se convirtió en una movilizaci­ón donde se gritaron consignas contra la dictadura y por la libertad de expresión. Y todo porque el embajador británico había llamado al Ministerio de Gobernació­n para pedir que cesaran la manifestac­ión. En un momento en que la dictadura franquista quería dar buena imagen en el exterior, no se podían permitir aquel alboroto, por lo que la prohibiero­n. Sin embargo, el SEU no avisó de la prohibició­n y la policía cargó contra unos manifestan­tes perplejos, que pasaron de la indiferenc­ia política a la indignació­n.

Para canalizar dicho malestar, los universita­rios del PCE decidieron realizar un Congreso de Jóvenes Escritores en la Universida­d de Madrid, donde se pudiera leer a poetas que estaban en el exilio y atraer a los estudiante­s a la oposición. En un principio, dicho Congreso contó con el apoyo del Rector, que les dio un despacho en la Ciudad Universita­ria y también del SEU, que participó en la coordinaci­ón del evento. También participó el escritor Dionisio Ridruejo, que había sido uno de los fundadores de Falange y había luchado en la División Azul.

Sin embargo, tanto la Universida­d como el sindicato falangista dejaron de promociona­r el Congreso tras la movilizaci­ón que convocaron por la muerte del filósofo Ortega y Gasset, el 29 de octubre de 1955. El franquismo intentó apropiarse de su imagen y la oposición realizó una manifestac­ión laica hacia el cementerio, con más de mil asistentes. Para el estudiante Julio Diamante fue “el primer acto masivo de estudiante­s contra el régimen”. Se colgó una esquela sin cruz en la Universida­d y se leyeron textos de Ortega donde se reivindica­ba la libertad de expresión.

Tras esta suspensión, los estudiante­s del PCE decidieron la convocator­ia de un Congreso Nacional de Estudiante­s,

donde intentaría­n crear una organizaci­ón plenamente democrátic­a para los estudiante­s, ya que el SEU prohibía sus actos. LOS SUCESOS DE FEBRERO El 1 de febrero de 1956, los estudiante­s que habían formado la oposición anti-SEU se reunieron en el club Tiempo Nuevo para promulgar el “manifiesto a los estudiante­s madrileños”, donde se hacía un análisis de las dificultad­es de la juventud y los firmantes pedían la promulgaci­ón del Congreso estudianti­l para solucionar sus problemas. A partir de aquel momento se sucedió una semana llena de acontecimi­entos que tendrían su punto culmen el 9 de febrero.

La oposición ya no la formaban solo militantes del PCE. También había antiguos miembros de la dictadura franquista que, con los años, comenzaron a hacer una crítica al régimen. Tal fue el caso del anteriorme­nte mencionado Dionisio Ridruejo, Miguel Sánchez Mazas, hijo del fundador de Falange Rafael Sánchez Mazas, o José María Ruiz Gallardón, pasante de Ramón Serrano Suñer.

Tanto la oposición como el régimen movieron sus fichas para conseguir el apoyo de los estudiante­s. La oposición se reunió con sectores del SEU contrarios a Franco, como los miembros de la asociación Primera Línea, falangista­s contrarios al dictador, y pidieron firmas para su manifiesto, consiguien­do unas 1.500 entre los universita­rios.

El SEU, presionado por los estudiante­s, decidió convocar el 4 de febrero una Cámara Sindical en la Facultad de Derecho para recoger las opiniones de los alumnos. Asistieron 700 universita­rios, que principalm­ente se dedicaron a abuchear al Sindicato y a pedir que hubiera elecciones libres para elegir a los cargos. Estas elecciones se celebraron en dicha Facultad el día 7; perdieron los candidatos oficiales. El SEU, apoyado por camisas azules de Falange, anunció la suspensión de los comicios.

La anulación provocó la ira de los estudiante­s, que ese mismo día se manifestar­on (hubo alrededor de 1.000). Intentaron una movilizaci­ón

En la oposición también había antiguos miembros de la dictadura franquista, críticos ya con el régimen

En los altercados cayó herido un estudiante falangista. No se supo nunca quién había disparado

desde la Universida­d Central, en la calle San Bernardo, hasta la Ciudad Universita­ria. Sin embargo, grupos de falangista­s impidieron que se movieran, y hubo reyertas y peleas dentro del recinto universita­rio. Se rompió una de las flechas del símbolo de Falange que estaba dentro de la Universida­d y los falangista­s, envalenton­ados porque se había profanado uno de sus símbolos, hicieron guardia al día siguiente: ya no sólo había militantes del sindicato falangista, sino miembros de la Guardia de Franco, camisas viejas de Falange.

El 9 de febrero se dio el gran enfrentami­ento. Se celebraba el día del Estudiante Caído, en homenaje a Matías Montero, militante del SEU asesinado en 1934. Cuando acabaron los actos, un grupo de falangista­s se fue a la Universida­d de San Bernardo. En el cruce con la calle Guzmán el Bueno se encontraro­n con un grupo de estudiante­s que había salido de la Universida­d Central en protesta contra el SEU. Fue ese día, en ese momento, cuando la policía decidió actuar, cargando contra los manifestan­tes. En los altercados, cayó herido un estudiante falangista, Miguel Álvarez Pérez. No se supo nunca quién había disparado, aunque todo apunta a que fue un falangista, ya que algunos de ellos llevaban arma. LAS CONSECUENC­IAS Estos acontecimi­entos sacudieron tanto a la dictadura franquista como a la oposición. Para los primeros, supuso una crisis importante de Gobierno. El mismo día 9 se suspendier­on las clases y el día 10 fueron derogados los artículos número 14 (“Los españoles tienen derecho a fijar libremente su residencia dentro del territorio nacional”) y 18 del Fuero de los Españoles (“Ningún español podrá ser detenido sino en los casos y en las formas que prescriben las Leyes. En el plazo de 72 horas, todo detenido será puesto en libertad o entregado a la Autoridad judicial”) por un periodo de tres meses, mediante el estado de excepción. Los cargos políticos relacionad­os con la Universida­d también sufrieron las consecuenc­ias de los sucesos de febrero. El decano de Derecho, Torres López, fue cesado el 12, Laín dimitió de su puesto como rector, y el 16 fueron cesados el Ministro de Educación, Ruiz-Giménez, y el Secretario General del Movimiento, Fernández Cuesta.

Los detenidos fueron llevados a la cárcel de Carabanche­l, donde pasaron entre quince días y tres meses

En la prensa del régimen se emprendió una campaña contra los estudiante­s que se habían manifestad­o contra el SEU y, mientras Miguel Álvarez Pérez se debatía entre la vida y la muerte, los periódicos lo loaban como a un mártir. Los estudiante­s de la oposición temían “que si moría Miguel Álvarez, se produjera una noche de cuchillos largos y nos asesinarán”, como recordaba Julio Diamante.

Miguel Álvarez finalmente sobrevivió, y no hubo noche de los cuchillos largos. Lo que sí hubo fueron detencione­s por parte de la policía de los principale­s cabecillas de las movilizaci­ones contra el SEU. En dichas diligencia­s llegaron a participar policías como Roberto Conesa (que se haría famoso en los años de la Transición), Eduardo Comín Colomer (famoso por sus obras sobre masonería, anarquismo y comunismo) y Saturnino Yagüe, jefe de la BPS en Madrid.

Habían conseguido detener a la plana mayor del PCE en la Universida­d. Sin embargo, en vez de suponer una victoria para el régimen, aquello fue más bien una bomba de relojería en sus manos. Porque no eran trabajador­es o antiguos republican­os, con los que durante años se habían ensañado –sólo hay que recordar la muerte en dependenci­as policiales del socialista Tomás Centeno, allá por 1953–. Eran universita­rios, la mayoría de ellos hijos, nietos o familiares de altos jerarcas del régimen franquista. Eran “hijos de vencedores” y caras conocidas de la dictadura como Ridruejo.

Aquellas detencione­s tuvieron repercusió­n no sólo en la prensa clandestin­a (como en Mundo Obrero, periódico del PCE), sino también en la internacio­nal, como en The New York Times. Si les tocaban, la repercusió­n internacio­nal, en un momento en el que el franquismo quería abrirse al mundo, podía ser muy grave. Incluso entre los detenidos había un policía, Juan Lamberto Gómez Perales, a quien habían encargado vigilar las actividade­s de la oposición del exilio en Francia y que conocía a otro de los detenidos, Antonio López Campillo, y le había ofrecido pasarle informació­n policial.

De ahí que en los interrogat­orios los estudiante­s no fueran golpeados en ningún momento. Así lo recuerdan la mayoría de testigos, como Javier Pradera o Julio Diamante. Sin embargo, sí que sufrieron vejaciones: pasaron más de diez días en dependenci­as policiales, cuando la ley únicamente permitía 72 horas. Pero el estado de excepción permitió que se les mantuviera el tiempo que quisieran los policías.

Sin embargo, no consiguier­on nada en los interrogat­orios. Los detenidos fueron llevados a la cárcel de Carabanche­l, donde pasaron entre quince días y tres meses según los casos, hasta el fin del estado de excepción. En la cárcel crearon una especie de Universida­d Libre, donde aquellos jóvenes daban charlas sobre diferentes cuestiones (economía, filosofía, política, etc.). La causa por los sucesos del 56 quedó sobreseída dos años después, sin que ninguno de los acusados fuera mandando a prisión, un duro golpe para los policías que los habían detenido. La oposición, sobre todo la del PCE, lo vio como una victoria que se reflejó en su nueva política de “reconcilia­ción nacional”.

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es fascinante. De falangista pasó a ser un notorio socialdemó­crata.
La trayectori­a intelectua­l de es fascinante. De falangista pasó a ser un notorio socialdemó­crata.
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Enrique Múgica fue uno de los jóvenes contestari­os contra el franquismo y miembro del PCE.
 ??  ?? Pedro Laín Entralgo, rector de la Universida­d de Madrid.
Pedro Laín Entralgo, rector de la Universida­d de Madrid.
 ??  ?? la fachada de la Universida­d Central de Madrid en la calle San Bernardo; un carné de afiliación al SEU de 1954.
la fachada de la Universida­d Central de Madrid en la calle San Bernardo; un carné de afiliación al SEU de 1954.
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 ??  ?? Semprún era el enlace del Comité Central con el núcleo del PCE en la Universida­d.
Semprún era el enlace del Comité Central con el núcleo del PCE en la Universida­d.
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 ??  ?? A la izquierda, portada de Arriba del 11 de febrero de 1956; a la derecha, la noticia de la muerte de Matías Montero, el militante del SEU que fue asesinado en 1934.
A la izquierda, portada de Arriba del 11 de febrero de 1956; a la derecha, la noticia de la muerte de Matías Montero, el militante del SEU que fue asesinado en 1934.
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