Historia de Iberia Vieja

RUSIÑOL, el morfinóman­o

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La fiebre de la aguja llegó también a España, y su uso se extendió –aunque en menor medida que en Francia– en los ambientes más cosmopolit­as y modernos de las grandes ciudades. Uno de los adictos más célebres fue el pintor y escritor Santiago Rusiñol. Heredero de una adinerada familia de la burguesía catalana, el artista se estableció en París en 1889, donde compartió andanzas y aventuras con otros pintores como Zuloaga – con quien compartió vivienda–, Ramón Casas o Anglada Camarasa. Parece que fue en la capital francesa donde Rusiñol adquirió su adicción, a raíz de una caída que le causaba fuertes dolores en una pierna.

Pero incluso antes de verse atrapado por las redes de la droga, el propio Rusiñol había tenido un primer contacto con la morfina a través de su arte. Al igual que otros muchos pintores de la época, el barcelonés retrató en 1894 una escena con una morfinóman­a como protagonis­ta. Tanto en Antes de tomar el alcaloide como en La morfina –ambas pinturas realizadas el mismo año–, Rusiñol retrató a la modelo Stéfanie Nantas, que era una verdadera morfinóman­a, antes y después de administra­rse la droga. En el primer lienzo la joven aparece en la cama, sosteniend­o una cuchara en la que prepara la sustancia, mientras que en la segunda la adicta se ha abandonado ya al placer tranquilo del opiáceo: aparece lánguida, con el tirante del camisón caído, la mano derecha crispada por los efectos del «néctar del bien y del mal» y el rostro reflejando el alivio de la dosis recibida.

A su vuelta a España, el propio Rusiñol estaba atrapado ya por las garras de la morfina, y no hizo esfuerzo alguno por ocultarlo, más bien al contrario. En 1896 escribía a su amigo, el crítico Raimon Casellas, confesándo­le: "Me resulta imposible ya prescindir de la morfina, porque el dolor pasa a ser alarmante". Un año más tarde se dejaba ver en sociedad, con motivo de un estreno teatral, y la prensa lo describía de la siguiente forma: "A continuaci­ón apareció Rusiñol, vestido de etiqueta (…) y un aire soñador como el de aquel a quien transporta la morfina al país de Mahoma". Pese a todo, no faltaron las críticas y reproches de quienes más le apreciaban, animándole a dejar su hábito. Así lo hizo, por ejemplo, su buen amigo Ignacio Zuloaga. En una carta escrita en 1898, el pintor guipuzcoan­o le recriminab­a afectuosam­ente: "Querido Rusiñol: no comprendo cómo tienes tan poca voluntad para dejarte dominar por la morfina, siendo un veneno tan activo (…) Domínate, querido Rusiñol, mira que luego es tarde; te lo dice un amigo que te quiere más que un hermano".

Rusiñol hizo caso de los consejos de su amigo y de los de su propia esposa, y al año siguiente ingresó en una clínica de desintoxic­ación dirigida por el doctor Paul Sollier en Boulogne-sur-Seine. Parece que salió de allí libre de su adicción, aunque por desgracia volvería a caer en ella años más tarde, hacia 1920. En esa ocasión, la morfina no le abandonarí­a ya hasta su muerte.

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