Una investigación SECRETA
El trabajo que debían llevar a cabo los espías para desprestigiar a Alfonso y Carmen tenía una limitación importante que no debían saltarse por nada del mundo: absolutamente nadie podía entrarse de lo que estaban haciendo. Y nadie era nadie. Si el marqués de Villaverde llegaba a sospechar que le estaban investigando o si llegaba a oídos de Franco que agentes del servicio secreto estaban hurgando en la vida de su yerno, las consecuencias podían ser fatales no solo para los implicados, sino para el director del servicio e, incluso, para el mismo vicepresidente del Gobierno. En España no se espiaba así como así a la familia del dictador.
San Martín transmitió el encargo de Carrero Blanco a unos cuantos de sus directivos –no más de tres– con la orden tajante de que nadie se enterara de lo que iban a hacer, ni siquiera los agentes operativos que en los siguientes meses iban a ejecutar la misión. A los hombres de su confianza les matizó que para evitar sobresaltos, debían tener claro que nadie seguiría, ni intervendría teléfonos ni correspondencia al marqués de Griñón. Un acuerdo que disciplinariamente todos aceptaron sin rechistar.