Historia de Iberia Vieja

La odisea de Cabeza de Vaca

- ELOÍSA GÓMEZ-LUCENA

ES UNO DE LOS NOMBRES MENOS MENCIONADO­S CUANDO SE HABLA DE AMÉRICA. DA LA SENSACIÓN DE QUE LOS ESPAÑOLES LLEGARON A AMÉRICA, PERO QUE SÓLO LO HICIERON DESDE MÉXICO AL SUR. Y NO FUE ASÍ. UN BUEN EJEMPLO DE ELLO ES ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA, QUE HIZO “NUESTROS” MUCHOS TERRITORIO­S DEL ACTUAL ESTADOS UNIDOS. LA INVESTIGAD­ORA ELOÍSA GÓMEZ-LUCENA HA SEGUIDO SUS PASOS Y HA REPETIDO AQUEL ÉPICO VIAJE QUE EFECTUÓ Y QUE AHORA SE PUBLICA EN EL LIBRO DEL ATLÁNTICO AL PACÍFICO (ALMUZARA, 2018).

Viajera inmóvil, padecí junto con Álvar Núñez Cabeza de Vaca los avatares de sus dos aciagas expedicion­es al continente americano. Fantaseé con seguirle las huellas algún día, excusando en lo posible los naufragios, las hambrunas y esclavitud que refiere en Naufragios: crónica de su expedición a la Florida desde que salió del puerto de Sanlúcar en junio de 1527 hasta que pudo regresar a la Península en agosto de 1537. Entremedia­s de estos diez años, el jerezano Álvar Núñez nos cuenta cómo desembarca­ron al norte de la bahía de la Cruz, hoy Tampa (Florida) en abril de 1528.

Desengañad­os de encontrar las riquezas de Apalache y perdidas las naves, construyer­on cinco barcas con el propósito de costear el golfo de México hasta arribar al asentamien­to español de Pánuco (Tampico, México), cercano según el piloto de la expedición pero, en realidad, a unos noveciento­s kilómetros. En la navegación de cabotaje por los actuales estados de Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana y Texas los españoles solían aprovision­arse de agua dulce y comida. Los combates con los indígenas costeños, las enfermedad­es y las tormentas diezmaron la expedición. Una gran ola volcó la barca de Cabeza de Vaca en la isla de Galveston (Texas) que él nombró como Malhado. No solo perdieron las pocas provisione­s que llevaban, sino también la ropa y el armamento.

Era noviembre de 1528 y el frío muy intenso. Desnudos y desarmados, él y tres compañeros (uno de ellos el negro Estebanico) fueron esclavizad­os por los indios de la costa texana durante casi siete años. Al fin, pudieron fugarse los cuatro juntos y cruzar el río Grande o Bravo. Y, por temor a esos indios belicosos, subieron río arriba bordeando las estribacio­nes de la Sierra Madre Oriental para dirigirse hacia el Pacífico, en busca del asentamien­to español de San Miguel de Culiacán (Sinaloa, México). En un poblado del noroeste, los españoles sanaron a unos enfermos mediante imposicion­es de manos y rezos; antes, Cabeza de Vaca había extraído la punta de una flecha que un indio tenía clavada en el pecho. A partir de entonces,

una multitud los acompañaba en su larga caminata. A Culiacán llegaron descalzos, cubiertos por una piel de venado, con las barbas hasta el pecho y los cabellos largos. Era abril de 1536, ocho años desde que desembarca­ron en Tampa en busca de una quimera.

DETRÁS DE UNA QUIMERA

En el verano de 2004, durante el viaje de reconstruc­ción del itinerario de Cabeza de Vaca por el sur de Estados Unidos y el norte de México –del Atlántico al Pacífico–, mi marido el escritor Rubén Caba y yo tuvimos nuestra dosis alícuota de calamidade­s, si bien nada semejantes a las del explorador jerezano. Ni descalzos ni desnudos anduvimos por ese territorio, es cierto. Ni frío glacial ni esclavitud. Pero también soportamos tempestade­s, mosquitos voraces y gazuza ocasionada por un presupuest­o administra­do con más cicatería que liberalida­d.

Tras el rastreo de los lugares donde Cabeza de Vaca sobrevivió con heroico estoicismo durante ocho años, la investigac­ión de los personajes principale­s de la expedición y nuestro análisis de las enfrentada­s teorías acerca del itinerario granaron en el ensayo histórico La odisea de Cabeza de Vaca. Fue una aventura desde Tampa hasta Culiacán, a lo largo de unos seis mil kilómetros, recorridos en coche, autobús y tren.

■ DESNUDOS Y DESARMADOS, ÉL Y TRES COMPAÑEROS FUERON ESCLAVIZAD­OS POR LOS INDIOS DE LA COSTA TEXANA

POR MAR, Y AHORA POR AIRE

En el aeropuerto de Barajas distraje el miedo a volar con la concreción de una inquietud semántica que había aflorado un día de finales de junio cuando Rubén y yo pagamos a la aerolínea norteameri­cana Delta los billetes Madrid-Atlanta-Tampa para el jueves 19 de agosto de 2004. La mayor parte de los que nos disponíamo­s a embarcar este día en el vuelo de las 11.35 hacia Estados Unidos de América éramos españoles y allí no había ni atisbo de conato de motín.

–Conque Estados Unidos de América –mascullé al mostrar mi tarjeta de embarque.

–¿Diga? –el azafato de tierra no estaba para matices en mi tono de voz.

¿Cómo es posible –pensaba camino del avión– que la diplomacia española no haya encontrado un hueco en su agenda para reclamar lo esencial?: el nombre del continente americano es una suplantaci­ón y debe ser sustituido por el de su legítimo descubrido­r.

Ya protestó Antonio Alcedo, un ilustrado quiteño de ascendenci­a española, en la segunda mitad del

Dieciocho: “Llámase impropiame­nte América por el célebre Piloto Florentin Américo Vespucio… Algunos quieren que antes lo descubries­e Sancho de Huelva, arrebatado de una tempestad, el año de 1484; los ingleses dicen que en 1170 ó 1190 la descubrió un tal Madoc que, en dos viages á la Virginia, Florida, Canadá y México, llevó colonos ingleses; pero todo esto es una invención”.

Los veedores de teorías conspirati­vas proclaman que el nombre de América fue el desenlace de una confabulac­ión europea contra España por parte de las potencias emergentes que le disputaban el dominio, sobre todo, en el Nuevo Mundo. También nuestra desidia nacional nos impidió litigar por el legítimo nombre que debió ostentar el cuarto continente. La ONU debería proponer a Colombia que regale su denominaci­ón a todo el continente e instar a Estados

■ LA SUPLANTACI­ÓN EMPEZÓ CUANDO EN 1507 EL ALEMÁN MARTIN WALDSEEMÜL­LER GRABÓ EL NOMBRE DE AMÉRICA EN UN PLANISFERI­O

Unidos a modificar su nombre oficial, que pasaría a ser The United States of Colombia. Si Colombia no quisiera cambiar de nombre, los norteameri­canos podrían elegir en referéndum entre los epónimos Estados Unidos de Columbia o de Cristobali­a.

TODO ES CUESTION DE DINERO

Los españoles deberíamos contribuir –porfié conmigo misma–, mediante las reservas auríferas del Banco de España, a paliar el desembolso que supondría para aquel país cambiar el nombre oficial en todos sus billetes y monedas de dólar. Si lo desearan, la cara con la leyenda In God we trust (“en Dios confiamos”) podría seguir en vigor. Y es que España ejerció su influjo hasta en el símbolo del dólar americano, inspirado en el real de a ocho, moneda española de la primera mitad del Dieciséis y precio que da Sancho a la bacía que don Quijote toma por yelmo de Mambrino. Esta moneda fue durante algún tiempo la más prestigios­a de todas las europeas. Los norteameri­canos la llamaban spanish dollar. De ella copiaron las dos columnas de Hércules, fusionadas en una barra, y la banda del Plus Ultra, convertida en la S del dólar ($).

La suplantaci­ón empezó cuando en 1507 –tres años después de la publicació­n de Mundus Novus, relato de Américo Vespucio en busca de la ruta de la especiería– el clérigo y cartógrafo alemán Martin Waldseemül­ler grabó el nombre de América en un planisferi­o, según portulanos de españoles y portuguese­s.

En Del Atlántico al Pacífico (Almuzara, 2018), la escritora Eloísa Gómez-Lucena reproduce el viaje del insigne explorador Cabeza de Vaca por Estados Unidos y México. Aquí nos cuenta cómo fue su extraordin­aria aventura.

P. ¿Por qué elegiste Cabeza de Vaca como protagonis­ta de tu viaje literario?

R. Álvar Núñez me eligió a mí. La primera edición de Naufragios que tuve estaba prologada por Dionisio Ridruejo. Tras aquella lectura, Cabeza de Vaca formó parte de mi vida literaria para siempre. Quien me conoce, ha soportado con indulgenci­a mi entusiasmo por este personaje a lo largo de muchos años.

Ya en mi primera novela, Expedición al Paraíso (Renacimien­to, 2004), Cabeza de Vaca es un importante personaje de la primera parte. Luego, vino el ensayo La odisea de Cabeza de Vaca (Edhasa, 2008) escrito en colaboraci­ón con mi marido Rubén Caba, en donde rebatimos algunas de las disparatad­as suposicion­es sobre este personaje y su viaje. En este año saldrá una edición crítica de Naufragios. Y en Del Atlántico al Pacífico, sigo los pasos a Cabeza de Vaca, desde Tampa y San Agustín en Florida hasta Culiacán, en el Mar de Cortés, el Pacífico.

P. Normalment­e se piensa en los descubrido­res y viajeros de América del Sur, ¿por qué crees que cuando en España pensamos en aquella época no pensamos también en lo que hoy es Estados Unidos? R. Porque el wéstern ha sido la única informació­n para muchos españoles sin inquietud cultural. Nuestros compatriot­as se han creído la historia versionada por ingleses y norteameri­canos. Pero si los miles de turistas españoles que van al Disneyworl­d de Orlando siguieran en coche hacia el noroeste a tan solo 170 kilómetros se encontrarí­an con San Agustín (St. Augustine, Florida): “The oldest city in the United States and the birthplace of American history”, cuyo escudo sigue siendo el de la Corona de Castilla. Es admirable cómo los norteameri­canos han preservado la población europea más antigua de las que permanecen en Estados Unidos, fundada por Pedro Menéndez de Avilés el 8 de septiembre de 1565, cincuenta y cinco años antes que llegaran los peregrinos del Mayflower. Y el acta de matrimonio de los españoles Vicente Solano y María Vicente (San Agustín, 1598) es el primer documento familiar que consta en los archivos de Estados Unidos.

P. Aquellos viajes fueron tremendos, pero el vuestro no le fue a la zaga…

R. En 36 días hicimos unos 6.000 kilómetros desde que aterrizamo­s en Tampa (Florida, EE.UU) hasta que llegamos a Culiacán (Sinaloa, México). En coche recorrimos los estados sureños, parando en muchos lugares que aún mantienen vivo el recuerdo a los explorador­es españoles. Entremedia­s, hicimos un viajecito en el Natchez, un barco de vapor con aromas a Mark Twain. Cruzamos en taxi el puente internacio­nal entre McAllen (Texas) hasta la Reynosa de Tamaulipas. En Reynosa, sacamos billetes en autobús hasta Chihuahua, recorrimos 1.000 kilómetros en 14 horas. Luego, sacamos asientos para el Chepe, el tren Chihuahua-Pacífico que recorre un bellísimo paisaje a paso de tortuga para no descarrila­r. Al llegar a los Mochis, ya en el Pacífico, tomamos un autobús para bajar por Sinaloa hasta la capital, Culiacán. Y desde Culiacán volamos hasta Atlanta, para cumplir, entre otros, el deseo de acercarnos a los Apalaches, territorio adonde llegó la expedición de Narváez y Cabeza de Vaca en busca de unas quiméricas riquezas.

P. Cabeza de Vaca se encontró mucha diversidad… ¿Vosotros también?

R. Imposible la comparació­n, salimos perdiendo. Cabeza de Vaca fue el primer antropólog­o de Norteaméri­ca. Describe cada tribu de ese extensísim­o territorio cercano al Golfo de México. Detalla sus costumbres, los animales y las plantas que hay, los tipos de huracanes y hasta las tres clases de mosquitos, “todos muy malos y enojosos”.

P.¿Qué pasos de qué explorador te gustaría repetir?

R. Ahora busco financiaci­ón para repetir el viaje que Cabeza de Vaca relata en Comentario­s, su marcha desde la costa brasileña hasta Asunción de Paraguay, cuando iba a tomar posesión del gobierno en el Río de la Plata, en marzo de 1542. Este viaje de unos 1.300 kilómetros se podría hacer con un grupo de mujeres y hombres, indígenas y españoles.

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 ??  ?? Sobre estas líneas, a la izquierda, busto de Cabeza de Vaca en un jardín de esculturas en la ciudad de Houston; a la derecha, portada de su obra Naufragios, en el fondo una de las mejores novelas de aventuras de todos los tiempos. Abajo, la ciudad de Sevilla, donde se encontraba la poderosa Casa de Contrataci­ón.
Sobre estas líneas, a la izquierda, busto de Cabeza de Vaca en un jardín de esculturas en la ciudad de Houston; a la derecha, portada de su obra Naufragios, en el fondo una de las mejores novelas de aventuras de todos los tiempos. Abajo, la ciudad de Sevilla, donde se encontraba la poderosa Casa de Contrataci­ón.
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La epopeya del explorador jerezano le llevó a recorrer las costas de Florida, abajo, adentrarse en Texas, y alcanzar el golfo de California.
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La autora ha seguido los pasos de Cabeza de Vaca en una obra que constituye un permanente diálogo entre el pasado y el presente con el nexo común de la aventura.
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