Historia de Iberia Vieja

Luis Cernuda

- /A.F.D.

Luis Cernuda (1902-1963) fue el poeta del amor, el olvido y, como diría Lorca, del “misterio”. Alumno de Pedro Salinas en Sevilla, su primer libro, Perfil del aire (1927), publicado por la revista Litoral, no fue bienvenido: le acusaron de seguir a Guillén sin aportar nada nuevo. Durante el homenaje a Góngora en su ciudad natal, asistió como público y conoció a Lorca (“la sal de nuestro mundo eras”, escribirá tras su muerte), y poco después, ya en Madrid, a Vicente Aleixandre. Aunque a la sazón no era muy popular, Gerardo Diego lo incluyó en su antología de 1932, por lo que recibió algunas críticas, y cuatro años después, con motivo de la publicació­n de La realidad y el deseo, título que hoy agrupa el conjunto de su obra, Lorca le organizó un homenaje al que acudió la “crema” de la poesía de la época: el citado Aleixandre, Rafael Alberti y María Teresa León, Pablo Neruda, Manuel Altolaguir­re, José Bergamín...

Comprometi­do con la República, colaboró con las Misiones Pedagógica­s y Culturales, fue voluntario de las milicias populares y partió al exilio en 1938. Su corazón dijo basta en México. La hija de Altolaguir­re, Paloma, fue quien descubrió su cadáver.

El rastro de Garcilaso, Bécquer, Shakespear­e, Mallarmé y Hölderlin se reconoce en la obra de Cernuda, quien, siendo alumno de Salinas y por recomendac­ión suya, leyó también a André Gide, homosexual como él: “Me figuro que Salinas no podía suponer que con esa lectura me abría el camino para resolver, o para re-

conciliarm­e, con un problema vital mío decisivo”, dijo. Cernuda no calló su condición, si bien sus poemas amorosos no precisan de adjetivos explicativ­os.

Tras la Guerra Civil, publicó algunos de sus mejores libros, Las nubes, Ocnos, obra maestra de la prosa poética en la que trata de descifrar su génesis como poeta, Como quien espera el alba, Vivir sin estar viviendo, Con las horas contadas y Desolación de la quimera, en la que se acusa el peso del destierro y el desengaño, la frustració­n y el dolor.

Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero porque no he vivido.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío.

Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma...

El deseo es una pregunta cuya respuesta no existe.

Si mis ojos se cierran es para hallarte en sueños detrás de la cabeza.

Unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua; pero todos, temprano o tarde, serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden.

No es el amor quien muere, somos nosotros mismos.

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman.

Sigue, sigue adelante y no regreses, fiel hasta el fin del camino y tu vida.

La noche por ser triste carece de fronteras.

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