El orden divino
Tras su trabajo en televisión en la primera década del siglo, y en su segundo largo para la pantalla grande –después de la inédita en España Dreamland (2013)–, la austriaca Petra Volpe (Suhr, 1970) vuelve la mirada hacia la historia de su propio país para relatar el triunfo de la lucha feminista por el sufragio universal. El orden divino se sitúa en los momentos previos al suceso, ambientado en un pequeño pueblo en plena montaña.
Sus protagonistas: la joven ama de casa Nora, la veterana luchadora Vroni y Hanna, la rebelde sobrina de Nora, junto a algunas otras mujeres y a los sorprendidos y no siempre bienintencionados hombres del lugar, van a vivir días de una conmoción inesperada y por momentos con carácter apocalíptico. Están en los albores de 1971, cuando el gobierno de Suiza otorgó –con un país todavía no convencido al cien por cien– el derecho al voto a las mujeres.
RUTINA DOMÉSTICA
Eso todavía no lo sabe Nora, no lo saben ni su marido, ni sus hijos ni su suegro –los dueños y señores del hogar–, y ni imaginan siquiera los acontecimientos que van a sucederse en cadena. Primero, Nora acompaña a su sobrina a la capital para que esta se despida de su novio; para vigilarla, más bien. Pero Hanna desaparece, sembrando la confusión en la familia y provocando una desmedida reacción del padre de la chica. A continuación, cuando Nora plantea en su casa la posibilidad de encontrar un trabajo que la permita salir de la esclavizadora rutina doméstica, se encuentra con la cerrada oposición de su marido, que se lo prohíbe terminantemente, amparándose en las leyes en vigor.
Y entonces el hombre debe ausentarse para cumplir el servicio militar. Nora aprovecha para empezar a documentarse sobre el movimiento feminista, y paralelamente a su conocimiento surge en ella un
sentimiento de rebeldía que comienza por pequeños –pero traumáticos– gestos en su propia casa, frente a sus hijos y su suegro, y acaba por revolucionar a todo el pueblo, con la complicidad de Vroni, la radical Graziella –la única mujer que lleva ella sola su negocio– y algunas otras congéneres más ilustradas y concienciadas. Entre todas organizan una reunión informativa, a la que asiste prácticamente todo el pueblo.
Desde finales de los años sesenta, con el aldabonazo del mayo del 68, que se dejó sentir en toda Europa, los movimientos sufragistas de las mujeres tomaron fuerza allí donde aun eran necesarios. En la propia Suiza, también; y en las grandes ciudades –Berna, Zurich y otras capitales– se crearon importantes núcleos de presión; pero en los pueblos apartados y mal comunicados, la sociedad seguía siendo tan jerarquizada en el patriarcado y tan machista como décadas atrás. Por eso, a pesar de cierta ligereza emparentada con la comedia, la película de Petra Volpe bordea a ratos la tragedia; sobre todo cuando, en el meollo del argumento, la reunión promovida por la mujeres termina como el rosario de la aurora y la misma Nora es obligada a volver a su casa arrastrada por su airado marido.
EL PORQUÉ DEL TÍTULO
Naturalmente, lo que el relato no tiene es suspense, porque la conclusión es conocida. Pero el ritmo de los acontecimientos no decae nunca, y las interpretaciones –de un reparto lleno de absolutos desconocidos– son de una altura y una sinceridad admirables. Eso hace que El orden divino –ese que dicta que las mujeres no están capacitadas para el gobierno, según los muy varoniles mandamases del pueblo– componga un mosaico de personajes, de mayor o menos recorrido, que parecen sacados de un documental y que llevan en volandas al espectador a lo largo de su lucha reivindicativa, tan justa y necesaria como sorprendente en la Suiza de avanzado el siglo XX.