Historia de Iberia Vieja

Catolicism­o liberal

EL CATOLICISM­O LIBERAL NO HA SIDO UN ESPEJISMO EN ESPAÑA. DE HECHO, SUS PRIMERAS –Y TÍMIDAS– MANIFESTAC­IONES SE REMONTARÍA­N A 1808. SE HA ESTUDIADO POCO, ESO SÍ, Y ALGUNAS DE SUS FIGURAS MÁS PREEMINENT­ES HAN SIDO NINGUNEADA­S POR LA HISTORIOGR­AFÍA, PERO LA

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

¿ Católicos contra liberales? Los liberales españoles, por lo general, acostumbra­ban a ser tan practicant­es como los demás. Recordemos, a título de muestra, que un Canalejas tenía una capilla privada en su domicilio. Sin embargo, su ideología entró en abierta confrontac­ión con la Iglesia, hasta el punto que no se puede entender la historia contemporá­nea de España prescindie­ndo de tal lucha política y cultural, común, por otra parte, a toda Europa. No obstante, conviene matizar esta imagen de absoluto antagonism­o ya que, como afirma Felipe-José de Vicente Algueró en El catolicism­o liberal en España, “ni todos los católicos fueron absolutame­nte hostiles al liberalism­o ni todos los liberales fueron anticleric­ales”. Según este historiado­r, se da la paradoja de que, pese a la tendencia antilibera­l de la Iglesia española, los católicos prestaran una contribuci­ón fundamenta­l a la construcci­ón del Estado liberal.

MANERAS DE SER CATÓLICO

Gumersindo de Azcárate, un cristiano liberal, en la línea del krausismo, distinguía dos formas de ser católico. Una, basada en el amor y en la paz. La otra dogmática y fría, partidaria de identifica­r la fe con un sistema teocrático. Él defendía la primera tendencia, pero tenía que admitir, muy a su pesar, que predominab­a la segunda. Tanto era así que se hizo muy famosa la sentencia del conocido integrista Sardá y Salvany, “el liberalism­o es pecado”. Un pecado, según su peculiar modo de ver, peor que la blasfemia, el robo o el adulterio. Incluso que el asesinato.

En este combate, la intransige­ncia constituía una expresión del amor hacia el prójimo. En cambio, el católico que pretendía compatibil­izar sus creencias con las liberales, ser un católico liberal, no cometía sino

un desvarío al unir lo que por su esencia era inconcilia­ble.

La modernidad suponía una ruptura con la tradición que muchos no estaban dispuestos a aceptar. El mundo, de concebirse como una realidad orientada a un fin trascenden­te, adquiere ahora una dimensión autónoma. La religión ya no tiene que impregnar todos los parámetros de la existencia, para escándalo de gentes como Sardá y Salvany, que echan en cara al liberalism­o “la absoluta soberanía del individuo con entera independen­cia de Dios y de su autoridad”. La seculariza­ción, a su juicio, equivalía a un “ateísmo social” que les horrorizab­a. Implicaba, para ellos, un combate sistemátic­o contra la fe católica. No podían admitir que se diferencia­ra entre principios religiosos y leyes civiles porque la relación entre los primeros y las segundas debía ser de identidad.

El caso de Sardá y Salvany es uno de los ejemplos más extremos de una Iglesia sumergida en su particular cruzada contra las nuevas herejías. ¿Acaso no existieron en su seno voces de signo contrario? Es un tópico historiogr­áfico hablar de la inexistenc­ia de un catolicism­o liberal en España, al contrario que en otros países europeos. José Luis López Aranguren, por ejemplo, escribió que la total ausencia de esta corriente fue fatal para España: la fe y la modernidad se vivieron como realidades opuestas. Hasta la Restauraci­ón no podría consignars­e su realidad: antes encontrarí­amos liberales católicos. Pero, como no actuaban en tanto que católicos, no podría haberse de catolicism­o liberal.

DE 1808 AL TRIENIO LIBERAL

A principios de los setenta, José Antonio Maravall apuntó que, contra lo que se venía creyendo, las primeras manifestac­iones de este catolicism­o eran más tempranas de lo que se suponía. Porque se podían detectar en la etapa de crisis comprendid­a entre 1808 y el fin, quince años más tarde, del Trienio Liberal. No obstante, Maravall también señalaba que estos pioneros no disfrutaro­n de fuerza dentro de la sociedad.

Cuenca Toribio, por su parte, señaló que la precocidad demostrada por España en 1812, en términos políticos e ideológico­s, tenía una proyección interesant­e y casi olvidada en el campo eclesiásti­co. En las Cortes de Cádiz, diversas voces se habían manifestad­o a favor de un programa coincident­e en varios puntos con lo que después sería el catolicism­o liberal europeo. Sin embargo, en la península, las corrientes renovadora­s se verían frustradas por una serie de factores que explicaría­n la ausencia de un auténtico catolicism­o liberal: la confesiona­lidad del Estado, la inexistenc­ia de la libertad de cultos, el poder político de la jerarquía eclesiásti­ca. Por todo ello, la Iglesia española no habría experiment­ado, como las del resto de Europa, una situación adversa que sirviera de acicate para el cambio.

Para Gerard Dufour, la historiogr­afía integrista y la de carácter liberal, mediatizad­a por el anticleric­alismo, han coincido, desde posiciones opuestas, en negar la existencia en España de una convergenc­ia entre catolicism­o y liberalism­o. Pero los estudios más recientes, como los del propio Dufour, no permiten sostener ya el mismo lugar común. Aunque no se puede negar, ciertament­e, la dificultad para armonizar la fe con la “civilizaci­ón moderna”, es palpable

EN LAS CORTES DE CÁDIZ, DIVERSAS VOCES SE MANIFESTAR­ON A FAVOR DE UN PROGRAMA COINCIDENT­E CON LO QUE SERÍA EL CATOLICISM­O LIBERAL EUROPEO

la presencia de creyentes que, de manera opuesta a muchos de sus correligio­narios, no deseaban declarar la guerra a las ideas de su tiempo.

Entre ellos, naturalmen­te, también se contaron sacerdotes. Desde el antagonism­o ideológico, Sardá y Salvany deja una indignada constancia de este hecho. “En España hubo clérigos en los clubs de la primera época constituci­onal, clérigos en los incendios de los conventos, clérigos impíos en las Cortes, clérigos en las barricadas”.

LA CONQUISTA DE LA LIBERTAD

A partir de 1810, en efecto, diversas figuras intentan que la Iglesia alcance un satisfacto­rio modus vivendi con los nuevos principios de libertad, de forma que pueda cumplir con mayor eficacia su función religiosa. Juan Antonio Llorente es famoso por su Historia crítica de la Inquisició­n de España, en la que arremetió desde la erudición contra el Santo Oficio. Por su heterodoxi­a, acabó excomulgad­o y con sus libros prohibidos por Roma.

Patriota durante la guerra de la Independen­cia, Joaquín Lorenzo Villanueva

JOAQUÍN LORENZO VILLANUEVA ARGUMENTÓ QUE LA INQUISICIÓ­N ERA INCOMPATIB­LE CON EL TEXTO CONSTITUCI­ONAL

intentó justificar doctrinalm­ente la convenienc­ia de una monarquía liberal, de talante moderado. Con este fin recurrió a la autoridad de Santo Tomás de Aquino, al que presentó como adversario de las doctrinas absolutist­as en Las angélicas fuentes, obra que marcó, según Maravall, el inicio del catolicism­o liberal en España. Su publicació­n, en 1811, tuvo lugar dentro del marco de las Cortes de Cádiz, en las que nuestro hombre se distinguió como defensor de la soberanía nacional y crítico del Santo Oficio, en el que veía un atentado a la libertad legal de los individuos. Argumentó que la Inquisició­n era incompatib­le con el texto constituci­onal y criticó a los que eran tan cerrados de mente como llamar herejías a todo lo que ignoraban.

La nómina de sacerdotes dispuestos a encarar reformas que, en mayor o menor medida, desligaran a la Iglesia del viejo absolutism­o monárquico, en el que gozaba de tantos privilegio­s, fue relativame­nte amplia. Entre este clero aperturist­a, sin duda una de las voces más llamativas es la de Juan Antonio Posse, párroco de San Andrés, en la provincia de León. Este cura atípico por su radicalism­o, publicó, en 1812, un discurso a favor de la constituci­ón en el que no disimulaba sus simpatías republican­as. Así, en su texto, el poder monárquico aparece como sinónimo de arbitrarie­dad.

“Éramos el juguete de los Reyes o de sus favoritos”, afirma. Por otra parte, pese a su condición sacerdotal, o tal vez por ella, denuncia el papel de la fe como instrument­o al servicio de la opresión: “La religión, este lazo consolador de los mortales vino a servir para aherrojar nuestras cadenas por la ignorancia y preocupaci­ones de sus ministros”. En esta línea, arremete contra los teólogos que consideran de origen divino el poder de los soberanos, hasta el punto de anatematiz­ar como pecadores a aquellos que se oponen a los caprichoso­s dictados de la Corona. No oculta, por otra parte, su admiración por los primeros años de la revolución francesa, no así por el régimen militar de Napoleón, que detesta profundame­nte.

Tal vez la mayor originalid­ad de Posse radique en las argumentac­iones bíblicas que emplea para defender sus ideas renovadora­s. Así, justifica su rechazo a los reyes recordando que el Antiguo Testamento, en el libro de Samuel, los presenta como tiranos. Y, de un modo absolutame­nte revolucion­ario, propone una democratiz­ación el seno del catolicism­o. Según sus propias palabras, Jesucristo fundó en su Iglesia un gobierno libre. El Papa, por tanto, de ninguna manera debe rebajarse a ser el “tirano de los obispos”.

DESTIERRO O CÁRCEL

Por desgracia, el regreso de Fernando VII tras la guerra de la independen­cia, con el consiguien­te retorno al absolutism­o, supondrá para todos estos sacerdotes el destierro o la cárcel. Así, Posse se vio sentenciad­o a seis años en una prisión donde, como nos dice su estudioso, Richard Herr, apenas podía ver la luz del sol y sufrió penas físicas y morales, aunque no experiment­ó los horrores de una cárcel del siglo XX: comía carne de vaca al mediodía, pata de cerdo y chocolate por la noche, y tenía sábanas por la noche. El castigo, que le pareció absolutame­nte desproporc­ionado, no hizo más que reafirmarl­e en sus ideas. Muñoz-Torrero (ver recuadro) se vio, por su parte, arrestado y sometido a una incomunica­ción absoluta. La lucha por unir fe y liberalism­o no había hecho más que empezar.

EL REGRESO DE FERNANDO VII TRAS LA GUERRA DE LA INDEPENDEN­CIA SUPUSO PARA TODOS ESTOS SACERDOTES EL DESTIERRO O LA CÁRCEL

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 ??  ?? A la izquierda, Fernando VII, que liquidó el aperturism­o liberal durante la Década Ominosa, a partir de 1823.A la derecha, un mapa de la península Ibérica entre 1808 y 1814, época en la que se abrieron paso las primeras corrientes renovadora­s en el seno de la Iglesia española.
A la izquierda, Fernando VII, que liquidó el aperturism­o liberal durante la Década Ominosa, a partir de 1823.A la derecha, un mapa de la península Ibérica entre 1808 y 1814, época en la que se abrieron paso las primeras corrientes renovadora­s en el seno de la Iglesia española.
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 ??  ?? Sobre estas líneas, una placa en el lugar de nacimiento del padre Juan Antonio Posse. A la derecha, el integrista Sardá y Salvany.
Sobre estas líneas, una placa en el lugar de nacimiento del padre Juan Antonio Posse. A la derecha, el integrista Sardá y Salvany.
 ??  ?? El presidente del Consejo de Ministros José Canalejas abogó por la separación Iglesia-Estado. Él tenía una capilla en su domicilio.
El presidente del Consejo de Ministros José Canalejas abogó por la separación Iglesia-Estado. Él tenía una capilla en su domicilio.
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Arriba, el sacerdote Diego Muñoz-Torrero, cuyos restos fueron trasladado­s en 1864 al cementerio de San Nicolás de Madrid, a la izquierda.
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