Catolicismo liberal
EL CATOLICISMO LIBERAL NO HA SIDO UN ESPEJISMO EN ESPAÑA. DE HECHO, SUS PRIMERAS –Y TÍMIDAS– MANIFESTACIONES SE REMONTARÍAN A 1808. SE HA ESTUDIADO POCO, ESO SÍ, Y ALGUNAS DE SUS FIGURAS MÁS PREEMINENTES HAN SIDO NINGUNEADAS POR LA HISTORIOGRAFÍA, PERO LA
¿ Católicos contra liberales? Los liberales españoles, por lo general, acostumbraban a ser tan practicantes como los demás. Recordemos, a título de muestra, que un Canalejas tenía una capilla privada en su domicilio. Sin embargo, su ideología entró en abierta confrontación con la Iglesia, hasta el punto que no se puede entender la historia contemporánea de España prescindiendo de tal lucha política y cultural, común, por otra parte, a toda Europa. No obstante, conviene matizar esta imagen de absoluto antagonismo ya que, como afirma Felipe-José de Vicente Algueró en El catolicismo liberal en España, “ni todos los católicos fueron absolutamente hostiles al liberalismo ni todos los liberales fueron anticlericales”. Según este historiador, se da la paradoja de que, pese a la tendencia antiliberal de la Iglesia española, los católicos prestaran una contribución fundamental a la construcción del Estado liberal.
MANERAS DE SER CATÓLICO
Gumersindo de Azcárate, un cristiano liberal, en la línea del krausismo, distinguía dos formas de ser católico. Una, basada en el amor y en la paz. La otra dogmática y fría, partidaria de identificar la fe con un sistema teocrático. Él defendía la primera tendencia, pero tenía que admitir, muy a su pesar, que predominaba la segunda. Tanto era así que se hizo muy famosa la sentencia del conocido integrista Sardá y Salvany, “el liberalismo es pecado”. Un pecado, según su peculiar modo de ver, peor que la blasfemia, el robo o el adulterio. Incluso que el asesinato.
En este combate, la intransigencia constituía una expresión del amor hacia el prójimo. En cambio, el católico que pretendía compatibilizar sus creencias con las liberales, ser un católico liberal, no cometía sino
un desvarío al unir lo que por su esencia era inconciliable.
La modernidad suponía una ruptura con la tradición que muchos no estaban dispuestos a aceptar. El mundo, de concebirse como una realidad orientada a un fin trascendente, adquiere ahora una dimensión autónoma. La religión ya no tiene que impregnar todos los parámetros de la existencia, para escándalo de gentes como Sardá y Salvany, que echan en cara al liberalismo “la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad”. La secularización, a su juicio, equivalía a un “ateísmo social” que les horrorizaba. Implicaba, para ellos, un combate sistemático contra la fe católica. No podían admitir que se diferenciara entre principios religiosos y leyes civiles porque la relación entre los primeros y las segundas debía ser de identidad.
El caso de Sardá y Salvany es uno de los ejemplos más extremos de una Iglesia sumergida en su particular cruzada contra las nuevas herejías. ¿Acaso no existieron en su seno voces de signo contrario? Es un tópico historiográfico hablar de la inexistencia de un catolicismo liberal en España, al contrario que en otros países europeos. José Luis López Aranguren, por ejemplo, escribió que la total ausencia de esta corriente fue fatal para España: la fe y la modernidad se vivieron como realidades opuestas. Hasta la Restauración no podría consignarse su realidad: antes encontraríamos liberales católicos. Pero, como no actuaban en tanto que católicos, no podría haberse de catolicismo liberal.
DE 1808 AL TRIENIO LIBERAL
A principios de los setenta, José Antonio Maravall apuntó que, contra lo que se venía creyendo, las primeras manifestaciones de este catolicismo eran más tempranas de lo que se suponía. Porque se podían detectar en la etapa de crisis comprendida entre 1808 y el fin, quince años más tarde, del Trienio Liberal. No obstante, Maravall también señalaba que estos pioneros no disfrutaron de fuerza dentro de la sociedad.
Cuenca Toribio, por su parte, señaló que la precocidad demostrada por España en 1812, en términos políticos e ideológicos, tenía una proyección interesante y casi olvidada en el campo eclesiástico. En las Cortes de Cádiz, diversas voces se habían manifestado a favor de un programa coincidente en varios puntos con lo que después sería el catolicismo liberal europeo. Sin embargo, en la península, las corrientes renovadoras se verían frustradas por una serie de factores que explicarían la ausencia de un auténtico catolicismo liberal: la confesionalidad del Estado, la inexistencia de la libertad de cultos, el poder político de la jerarquía eclesiástica. Por todo ello, la Iglesia española no habría experimentado, como las del resto de Europa, una situación adversa que sirviera de acicate para el cambio.
Para Gerard Dufour, la historiografía integrista y la de carácter liberal, mediatizada por el anticlericalismo, han coincido, desde posiciones opuestas, en negar la existencia en España de una convergencia entre catolicismo y liberalismo. Pero los estudios más recientes, como los del propio Dufour, no permiten sostener ya el mismo lugar común. Aunque no se puede negar, ciertamente, la dificultad para armonizar la fe con la “civilización moderna”, es palpable
EN LAS CORTES DE CÁDIZ, DIVERSAS VOCES SE MANIFESTARON A FAVOR DE UN PROGRAMA COINCIDENTE CON LO QUE SERÍA EL CATOLICISMO LIBERAL EUROPEO
la presencia de creyentes que, de manera opuesta a muchos de sus correligionarios, no deseaban declarar la guerra a las ideas de su tiempo.
Entre ellos, naturalmente, también se contaron sacerdotes. Desde el antagonismo ideológico, Sardá y Salvany deja una indignada constancia de este hecho. “En España hubo clérigos en los clubs de la primera época constitucional, clérigos en los incendios de los conventos, clérigos impíos en las Cortes, clérigos en las barricadas”.
LA CONQUISTA DE LA LIBERTAD
A partir de 1810, en efecto, diversas figuras intentan que la Iglesia alcance un satisfactorio modus vivendi con los nuevos principios de libertad, de forma que pueda cumplir con mayor eficacia su función religiosa. Juan Antonio Llorente es famoso por su Historia crítica de la Inquisición de España, en la que arremetió desde la erudición contra el Santo Oficio. Por su heterodoxia, acabó excomulgado y con sus libros prohibidos por Roma.
Patriota durante la guerra de la Independencia, Joaquín Lorenzo Villanueva
JOAQUÍN LORENZO VILLANUEVA ARGUMENTÓ QUE LA INQUISICIÓN ERA INCOMPATIBLE CON EL TEXTO CONSTITUCIONAL
intentó justificar doctrinalmente la conveniencia de una monarquía liberal, de talante moderado. Con este fin recurrió a la autoridad de Santo Tomás de Aquino, al que presentó como adversario de las doctrinas absolutistas en Las angélicas fuentes, obra que marcó, según Maravall, el inicio del catolicismo liberal en España. Su publicación, en 1811, tuvo lugar dentro del marco de las Cortes de Cádiz, en las que nuestro hombre se distinguió como defensor de la soberanía nacional y crítico del Santo Oficio, en el que veía un atentado a la libertad legal de los individuos. Argumentó que la Inquisición era incompatible con el texto constitucional y criticó a los que eran tan cerrados de mente como llamar herejías a todo lo que ignoraban.
La nómina de sacerdotes dispuestos a encarar reformas que, en mayor o menor medida, desligaran a la Iglesia del viejo absolutismo monárquico, en el que gozaba de tantos privilegios, fue relativamente amplia. Entre este clero aperturista, sin duda una de las voces más llamativas es la de Juan Antonio Posse, párroco de San Andrés, en la provincia de León. Este cura atípico por su radicalismo, publicó, en 1812, un discurso a favor de la constitución en el que no disimulaba sus simpatías republicanas. Así, en su texto, el poder monárquico aparece como sinónimo de arbitrariedad.
“Éramos el juguete de los Reyes o de sus favoritos”, afirma. Por otra parte, pese a su condición sacerdotal, o tal vez por ella, denuncia el papel de la fe como instrumento al servicio de la opresión: “La religión, este lazo consolador de los mortales vino a servir para aherrojar nuestras cadenas por la ignorancia y preocupaciones de sus ministros”. En esta línea, arremete contra los teólogos que consideran de origen divino el poder de los soberanos, hasta el punto de anatematizar como pecadores a aquellos que se oponen a los caprichosos dictados de la Corona. No oculta, por otra parte, su admiración por los primeros años de la revolución francesa, no así por el régimen militar de Napoleón, que detesta profundamente.
Tal vez la mayor originalidad de Posse radique en las argumentaciones bíblicas que emplea para defender sus ideas renovadoras. Así, justifica su rechazo a los reyes recordando que el Antiguo Testamento, en el libro de Samuel, los presenta como tiranos. Y, de un modo absolutamente revolucionario, propone una democratización el seno del catolicismo. Según sus propias palabras, Jesucristo fundó en su Iglesia un gobierno libre. El Papa, por tanto, de ninguna manera debe rebajarse a ser el “tirano de los obispos”.
DESTIERRO O CÁRCEL
Por desgracia, el regreso de Fernando VII tras la guerra de la independencia, con el consiguiente retorno al absolutismo, supondrá para todos estos sacerdotes el destierro o la cárcel. Así, Posse se vio sentenciado a seis años en una prisión donde, como nos dice su estudioso, Richard Herr, apenas podía ver la luz del sol y sufrió penas físicas y morales, aunque no experimentó los horrores de una cárcel del siglo XX: comía carne de vaca al mediodía, pata de cerdo y chocolate por la noche, y tenía sábanas por la noche. El castigo, que le pareció absolutamente desproporcionado, no hizo más que reafirmarle en sus ideas. Muñoz-Torrero (ver recuadro) se vio, por su parte, arrestado y sometido a una incomunicación absoluta. La lucha por unir fe y liberalismo no había hecho más que empezar.
EL REGRESO DE FERNANDO VII TRAS LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA SUPUSO PARA TODOS ESTOS SACERDOTES EL DESTIERRO O LA CÁRCEL