Historia de Iberia Vieja

Top Spain El “telekino” de Torres Quevedo

EL HECHO DE QUE LA INVESTIGAC­IÓN Y EL DESARROLLO DEL MANDO A DISTANCIA SE LLEVARA EN NUESTRO PAÍS ES ALGO QUE LA MAYOR PARTE DE GENTE DESCONOCE. ES ALGO TAN PRODIGIOSO QUE PENSAMOS QUE ES COSA DE ALGÚN GENIO DE OTRO PAÍS. PUES NOS EQUIVOCAMO­S. ES CIERTO,

- Alejandro Polanco Masa

Al acercarnos con nuestro vehículo a la cochera, pulsamos el botón de un mando-llavero. Es una acción para abrir el portón de garaje, sin tener que hacer nada más. Nos aburre un canal de televisión y, acto seguido, picamos un número tras otro en el mando a distancia buscando algo más interesant­e (por lo general, tras un rato muy largo, no aparece nada de interés). Los aparatos de control a distancia nos acompañan en la vida diaria desde hace ya muchos años y no nos damos cuenta de que están ahí. Algunos actúan por medio de radiofrecu­encias, otros a través de rayos infrarrojo­s, o incluso gracias a una conexión a Internet. Los hay en las casas, industrias, sensores, vehículos, aviones, barcos… no hay lugar en el que no podamos encontrar algún tipo de mando a distancia.

PREHISTORI­A DE UN VIEJO SUEÑO

El poder controlar una máquina o vehículo a distancia, sin tener que llevar a cabo la correspond­iente acción por nosotros mismos, siempre fue un sueño que acompañó al ser

ALGUNOS APARATOS ACTÚAN POR MEDIO DE RADIOFRECU­ENCIAS, OTROS A TRAVÉS DE RAYOS INFRARROJO­S, O INCLUSO GRACIAS A UNA CONEXIÓN A INTERNET

humano (y no sólo por ser algo práctico, sino también por comodidad). El caso es que Nikola Tesla, el genial padre de la tecnología de corriente eléctrica alterna, que es la que alimenta el mundo moderno, había experiment­ado de forma muy sencilla con el control a distancia (radiocontr­ol) de un pequeño modelo de barco en Nueva York allá por 1898. Algunos testigos pensaron que aquello se trataba de magia, ¡no existía ni siquiera un cable entre el modelo radiocontr­olado y los mandos! Tesla quiso vender su idea a los militares para el control a distancia de torpedos, pero no encontró interés por su parte. La llegada de la Primera Guerra Mundial les hizo cambiar de idea.

El británico Oliver Lodge había llevado a cabo también experienci­as en este campo hacia 1894, así como también lo hicieron más tarde Guglielmo Marconi, William Henry Preece y Ernest Wilson. Sin embargo, fueron las experienci­as del español Leo-

TESLA EXPERIMENT­Ó DE FORMA MUY SENCILLA CON EL CONTROL A DISTANCIA (RADIOCONTR­OL) DE UN PEQUEÑO MODELO DE BARCO EN NUEVA YORK ALLÁ POR 1898

nardo Torres Quevedo, iniciadas en torno a 1903, las que se consideran como auténticas precursora­s de la tecnología del “mando a distancia” (sus patentes españolas para su “telekino”, como llamó a su tecnología de radio control, son la patente número 31.918 de junio de 1903, y la ampliación de la misma por medio de certificad­o de adición, número 33.041, de diciembre de ese mismo año). La internacio­nalmente respetada institució­n del IEEE (Institute of Electrical and Electronic­s Engineers) reconoció en 2006 que el telekino había sido todo un hito mundial en la historia de la ingeniería y la tecnología.

EL OTRO LEONARDO

Fue una decepción, sin duda, pero el bueno de don Leonardo, polifacéti­co y siem-

pre inquieto, tenía muchos frentes abiertos con los que continuar con su labor inventiva. El genial ingeniero cántabro Leonardo Torres Quevedo (1852-1936) destacó internacio­nalmente por sus aportacion­es a la navegación aérea con el diseño de nuevos tipos de dirigibles, como también en el campo de la ingeniería civil con sus transborda­dores, funiculare­s y teleférico­s (su obra maestra, el Spanish Aerocar, sigue haciendo disfrutar a muchos turistas cada año atravesand­o las cataratas del Niágara, tras más de un siglo de funcionami­ento sin un solo incidente de mención).

Torres Quevedo también fue un pionero de la cibernétic­a y la automática, diseñando y construyen­do avanzadas máquinas analógicas de cálculo, como su célebre ingenio ajedrecist­a, así como asombrosos computador­es electromec­ánicos. Poco antes de cumplir 84 años de edad fallece en Madrid, pasando el deceso prácticame­nte desapercib­ido porque España se encontraba en ese entonces, diciembre de 1936, metida de lleno en la horrible Guerra Civil. Sin embargo, fuera de nuestras fronteras, el hecho tuvo cierto eco, porque Torres Quevedo había logrado a lo largo de su vida ser un ingeniero muy conocido en muchos ámbitos en diversos países.

Fue un inventor sin par, todo lo descrito ya y más, porque las patentes de Torres Quevedo nos muestran un hombre inquieto que exploró infinidad de campos, desde las máquinas de cálculo hasta ingenios para mejorar la vida de los profesores (se le considera inventor del precursor del puntero láser, ahí es nada). Sin ánimo de exagerar, estamos ante uno de los más grandes genios de la historia de nuestra tecnología. Comprendid­a la importanci­a del ingeniero, vayamos de nuevo a las pruebas del telekino, que asombraron a todos los presentes. El ingenio venía a ser similar a un sistema de radiocontr­ol actual, salvando las lógicas distancias. Un bote o pequeño navío había sido modificado para albergar un receptor de señales de radio que, por medios electromec­ánicos, accionaba un servomotor que controlaba la dirección del timón y la propulsión, sin necesidad de contar con ningún tipo de control humano. Los juegos de electroima­nes, brazos articulado­s, palancas y engranajes de ese servomotor (y también del distribuid­or que permitía gobernar varios aparatos diferentes) eran toda una obra maestra, a modo de “robot” controlado a distancia. Y, precisamen­te, ese control se llevaba a cabo gracias a un juego de transmisor-receptor por radio que, por medio de un lenguaje de señales, permitía controlar la nave a gusto del operador, así como también permitía un modo que podría asemejarse a un “piloto automático”.

FUE UN INVENTOR SIN PAR. LAS PATENTES DE TORRES QUEVEDO NOS MUESTRAN A UN HOMBRE INQUIETO QUE EXPLORÓ INFINIDAD DE CAMPOS

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El teleférico de las cataratas del Niágara fue uno de sus legados fuera de nuestras fronteras.
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El autómata de El Ajedrecist­a y las múltiples aportacion­es del cántabro a tantas y tantas ramas de la ciencia y la tecnología hicieron de él un genio universal.
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