La lupa sobre la Historia Eugenio Noel
TAN EXTRAVAGANTE LE SALIÓ LA VIDA A UNO DE LOS AUTORES DE NUESTRA MODERNIDAD MÁS OLVIDADOS QUE A FUERZA DE SER EXCÉNTRICO LE DEVINO RARA HASTA LA MUERTE. FÍJENSE: SIENDO YA UN CADÁVER HIZO LO POSIBLE, INCLUSO, PARA TRATAR DE ALARGAR SU VIDA. TAL HOMBRE SE LLAMABA EUGENIO MUÑOZ, AUNQUE SERÍA –Y ES– CONOCIDO POR SU PSEUDÓNIMO EUGENIO NOEL.
Resulta que a este madrileño nacido en 1885 le vino el momento final en la primavera de 1936 mientras malvivía sin apenas recursos en Barcelona. Y como oriundo de Madrid que era, fue trasladado en tren a la capital. Sin embargo, se quedó en el camino. Noel murió en el hospital de San Pablo de Barcelona. Pero, ya se sabe que en la muerte, todos nos acordamos y elogiamos y queremos recuperar al que se ha marchado. En aquel abril del 36, apenas unos meses antes de iniciarse la Guerra Civil que mataría la España que una y mil veces había recorrido y reprendido Noel, el Ayuntamiento de Madrid decidió solicitar el traslado de sus restos para enterrarlo en la ciudad en que había nacido. Y así se hizo. El tren se ocuparía de llevarlo a su destino.
Sin embargo, ocurrió que el vagón que llevaba al muerto se quedó olvidado en una vía homóloga, esto es, muerta, y a mitad de camino, a la altura de Zaragoza. ¿Puede haber una muerte más vagabunda para quien ejerció la bohemia toda su vida? Eso sí, una vez se descubrió tan sensible pérdida continuó el viaje hacia su última morada, el Cementerio Civil de Madrid.
En Noel su muerte se quiso poner a la altura de su vida, marcada, primero, por su humildísima cuna. Hijo de una criada y un barbero y nacido en la populosa calle del Limón, fue la protección durante su infancia que le ofreció la duquesa del Sevillano, rica y soltera, la que le permitió introducirse en una educación que no le habría correspondido por nacimiento.
Muy pía como era la buena mujer, trató de guiar hacia la vida religiosa al joven Eugenio. Pero el demonio de las letras se fue adentrando en su alma adolescente y no tardará en abandonar el amparo de la duquesa, “la carrera escolástica me repugna, y el sayal tortura mis carnes jóvenes y ansiosas de libertad”, escribe. Así que la solución fue clara: “Dejo el seminario y con él la casa de la duquesa”.
Y con tal abandono, a Noel solo le queda el abrigo de las tabernas, de las tertulias, de las pensiones de mala muerte, de la vida confusa y descuidada, de la bohemia en definitiva. Su aspecto era inconfundible en aquel Madrid de primeros de siglo XX. Así describía su llegada a las tertulias el periodista Tomás Borrás: “Pasaba las puertas de los cafés, catedrales de la bohemia, y aparecía separándose el terciopelo de las mamparas un iniciado de obeso, la piel blandengue floja, un ennegrecido pelo masa de tinta china, lo que sobró de tinto raya de bigotillo, él más bajo que alto, a veces de tracoma (…), chambergo tan usado, deforme (…)”.
Fueron muchos sus problemas económicos y esos mismos le llevaron a alistarse en 1909 como voluntario en Marruecos. Y desde la guerra comenzó a escribir polémicos artículos para el diario republicano España nueva, que, incluso, acabaron llevándolo a la prisión.
Sin embargo, fue sobre todo a partir de 1913 cuando su visión crítica y controvertida de la realidad española lo convirtió en el representante más popular de un movimiento punzante que se conoció como antiflamenquismo. A ello dedicó el resto de su vida, a un ataque obstinado contra lo que consideraba un símbolo del retraso español, las tradiciones taurinas y flamencas especialmente. Incluso llegó a fundar un periódico sobre el tema El flamenco. Seminario antiflamenquista, en 1914, que apenas duró seis números.
Sin embargo, su intensísima campaña de defensa de sus ideas por todos los puntos de España –e incluso en varias
EL DEMONIO DE LAS LETRAS SE FUE ADENTRANDO EN SU ALMA ADOLESCENTE Y NO TARDARÁ EN ABANDONAR EL AMPARO DE LA DUQUESA, Y CON ELLO EL SEMINARIO, PARA DEDICARSE A LA LITERATURA
ocasiones de gira por Hispanoamérica– lo convirtió en un personaje célebre. Curiosamente tan célebre como pobre. Aunque sus ideas no gustaron en una España que consideraba los objetos de sus ataques como elementos de identidad casi sagrados. Más de una vez recibió incluso ataques físicos. “Noel ya era muy conocido, aunque siempre fue un escritor sin éxito y sin otra popularidad que una popularidad física tornada a broma y no pocas veces zarandeada a injurias”, aseguraba el periodista César González Ruano.
Cansado, enfermo, sin blanca tras dos décadas de atacar algunos de las aficiones que sustentaban la España más romántica, moriría, como dijimos, muy poco antes de comenzar la Guerra Civil. Con él lo hicieron también muchas de las ideas que defendió con ahínco y miseria. Una miseria que, según recordaba el mismo González Ruano, fue llevada “con grandeza y arrogancia. Su único lujo era beber grandes cantidades de cerveza en la Plaza de Santa Ana y en la calle de los Madrazo”.