La revuelta de Gante
EL EMPERADOR CARLOS V VINO AL MUNDO EN LA CAPITAL DE FLANDES ORIENTAL, Y AUNQUE PASÓ SU INFANCIA Y ADOLESCENCIA EN OTRAS CIUDADES FLAMENCAS, REGRESÓ EN VARIAS OCASIONES A SU CIUDAD NATAL, SOBRE LA QUE OSTENTABA EL TÍTULO DE CONDE DE FLANDES. UNA DE ESTAS VISITAS, SIN EMBARGO, SE CONVIRTIÓ EN UN AMARGO RECUERDO TANTO PARA EL MONARCA COMO PARA SUS PAISANOS, PUES SE PRODUJO A CAUSA DE UNA VIOLENTA INSURRECCIÓN.
En no pocas ocasiones, el desti- no se muestra caprichoso. A comienzos del año 1500, el día 7 de marzo, la ciudad de Gante se vistió con sus mejores galas para celebrar un solemne desfile por las calles del centro de la ciudad. Una pomposa muchedumbre formada por los decanos de los gremios y notables de Gante y de toda Flandes recorrió las calles, desde el Prinsenhof (Corte de los Príncipes) hasta la iglesia de San Juan para celebrar y festejar el bautizo del príncipe Carlos, futuro emperador de Alemania y rey de España. El pequeño había venido al mundo un mes antes, después de que su madre, Juana la Loca, diera a luz durante un banquete celebrado en la ciudad.
Cuarenta años más tarde, en una coincidencia singular, Gante asistió a otro desfile con protagonistas similares, aunque de características muy diferentes. En los primeros meses de aquel 1540, un grupo de insurrectos compuesto por personajes ilustres de la ciudad (alguaciles, líderes de los gremios y otros notables) caminó con paso lento y sombrío ante la atenta mirada del monarca y la silenciosa población de Gante. Aquellos casi 400 “penitentes” iban descalzos y llevaban una soga al cuello –para simbolizar
merecían la muerte–, como castigo por rebelarse contra su señor. El siniestro desfile terminó en el Prinsenhof, el mismo palacio en el que Carlos V había nacido de forma inesperada, pues su madre dio a luz ella sola en las letrinas, creyendo que le aquejaba un mal de tripas, y no el parto. Una vez en la corte del príncipe, los rebeldes fueron obligados a pedir perdón y clemencia ante el emperador y su hermana María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos. Los líderes más destacados de la rebelión –entre 15 y 25, según las fuentes– fueron ejecutados sin miramientos, y la ciudad fue sometida a un escarmiento ejemplar que la privó de la mayor parte de sus privilegios. Pero, ¿qué había llevado a la rica y próspera ciudad flamenca a rebelarse contra su señor, que además era su hijo más ilustre? ¿Y por qué castigó el emperador con tal dureza a la ciudad que le había visto nacer?
TAMBORES DE GUERRA
En 1536, tras la muerte sin herederos de Francesco II Sforza, duque de Milán, Car-
EN 1540 UN GRUPO DE INSURRECTOS CAMINÓ CON PASO LENTO Y SOMBRÍO ANTE LA ATENTA MIRADA DEL MONARCA Y LA SILENCIOSA POBLACIÓN DE GANTE
los V aprovechó el vacío de poder para hacerse con el control del ducado, que entregó a su hijo Felipe. Aquel movimiento supuso un varapalo a las aspiraciones del rey de Francia, Francisco I, quien también deseaba hacerse con el control de la región, así que el monarca galo decidió mover ficha e invadir el Piamonte, haciéndose con Turín.
Aquella lucha por el control del norte de Italia desembocó en la llamada Guerra italiana de 1536-1548, que obligó a Carlos V a reunir más tropas y grandes sumas de dinero para financiar el conflicto. Para ello, entre otras medidas, el emperador pidió a su hermana María de Hungría, en aquel entonces gobernadora de los Países Bajos, que instaurara un subsidio especial en su territorio con el fin de recaudar dinero y movilizar a todos los soldados posibles. Todas las provincias y ciudades acataron la llegada de nuevos impuestos sin rechistar, con excepción de Gante. En total, María de Hungría consiguió reunir un total de 1’2 millones de florines y 30.000 hombres de armas. De esa cantidad, Flandes debía aportar al menos un tercio, y a Gante le correspondía entregar, aproximadamente, unos 56.000 florines. Pero la ciudad se negó en redondo.
Para comprender las razones de tal negativa, hay que tener en cuenta las circunstancias de la capital de Flandes Oriental en aquellos tiempos. Durante varias centurias, y al menos hasta el siglo XIV, Gante había estado gobernada de facto por los ricos comerciantes de la ciudad, y en concreto por un poderoso grupo de unas cuarenta famique
lias de mercaderes. Estos clanes de comer- ciantes, en buena medida integrados en los gremios más destacados, habían mostrado tradicionalmente una mayor simpatía por los reyes de Francia que por los condes de Flandes (que no veían con buenos ojos sus continuas peticiones de mayores derechos y privilegios), por lo que existía una importante y provechosa relación comercial con el país vecino.
Así pues, cuando la gobernadora anunció el cobro de nuevos impuestos y la leva de tropas, los ganteses reaccionaron con rechazo. Por un lado, porque no deseaban participar en aquel conflicto armado que atacaba a sus aliados comerciales de Francia; por otro, porque suponía una merma de sus arcas –ya maltrechas a causa de deudas que arrastraban desde el siglo anterior– y de unos privilegios que se remontaban a mucho tiempo atrás. Los ganteses argumentaban, entre otras cosas, que entre sus prerrogativas había un pacto que estipulaba que la ciudad no podía ser sometida a nuevos impuestos que no fueran aceptados por los miembros del consejo de la ciudad. Para empeorar la situación, los ganteses llevaban desde 1515 molestos con el emperador, pues éste había promulgado en aquel año un edicto, el Calfvel, que retiraba a los gremios el privilegio de escoger a sus propios deanes, un derecho que habían poseído durante siglos.
ALTA TRAICIÓN
Tras la negativa de Gante a pagar los nuevos impuestos, María de Hungría intentó negociar con la ciudad, pero sus mandatarios se negaron en redondo, ofreciéndose únicamente a aportar tropas. Carlos V, por su parte, insistió a su hermana para que no tolerara aquella insurrección e instó a la ciudad a pagar todo lo requerido, sin pactos ni condiciones.
Gante aseguró que carecía de fondos para pagar la cantidad requerida y la situación quedó temporalmente estancada, entre otras cosas porque el emperador estaba más interesado en dedicar sus esfuerzos a la guerra con Francia por el control del norte de Italia. Incluso cuando el conflicto llegó a su fin con la Tregua de Niza –firmada el 18 de junio de 1538–, Carlos V seguía más preocupado por otros asuntos, y decidió no todavía actuar contra los díscolos súbditos de su ciudad natal.
Todo cambió radicalmente en 1539. A comienzos de aquel año, los ganteses celebraron un suntuoso festival, cuyo derroche provocó un lógico enfado en los funcionarios y oficiales del emperador en la ciudad. Apenas unos meses antes los comerciantes ganteses habían jurado no disponer
TRAS LA MUERTE SIN HEREDEROS DE FRANCESCO II SFORZA, CARLOS V APROVECHÓ EL VACÍO DE PODER PARA HACERSE CON EL CONTROL DEL DUCADO