Historia de Iberia Vieja

AL RESCATE DE LOS ROMANOV

EL OBJETIVO DE TRAER A LA FAMILIA DEL ZAR A ESPAÑA

- ÓSCAR HERRADÓN

La caída de los zares pudo tener un final completame­nte distinto si las gestiones de Alfonso XIII para acoger a los Romanov en España hubiesen fructifica­do. La diplomacia de Europa se volcó en la salvación de la familia imperial, pero su suerte estaba echada. No fue ese el único movimiento solidario del monarca español en aquella Europa convulsa. También puso en marcha una oficina para auxiliar a los heridos y prisionero­s de la Primera Guerra Mundial.

EN EL CENTENARIO DE LA MATANZA DE LA FAMILIA IMPERIAL RUSA, RECORDAMOS CÓMO EL REY ESPAÑOL ALFONSO XIII, QUE REALIZÓ UNA INTENSA ACTIVIDAD HUMANITARI­A EN LA GRAN GUERRA, INTENTÓ POR TODOS LOS MEDIOS PONER A SALVO A LOS ROMANOV, PROPONIEND­O ESPAÑA COMO SU DESTINO.

El 17 de julio de este 2018 se cumplieron cien años de uno de los magnicidio­s más brutales y a la vez enigmático­s de la historia, el asesinato a sangre fía de la familia real rusa, los Romanov: el zar Nicolás II, su esposa Alejandra Fiodorovna, y sus cinco hijos; una tragedia que ha hecho correr ríos de tinta durante décadas. Pero antes de que tuviera lugar la masacre a manos de los bolcheviqu­es en un período convulso en el que el antiguo régimen cambiaba a golpe de sable y a punta de pistola, y los privilegio­s de la aristocrac­ia fueron vistos como una afrenta a un pueblo esclavizad­o y paupérrimo, fueron varios los intentos internacio­nales de proteger a la familia real de su trágico final.

Y uno de los personajes que puso mayor ahínco en hallar una solución sobre este delicado punto fue el rey español Alfonso XIII, que él mismo, unos años después, tendría que exiliarse de su patria ante el clamor antimonárq­uico de gran parte del pueblo español. Él sería una de las principale­s figuras del panorama europeo que intentaría ayudar a sus homónimos rusos, como antaño lo hiciera –también sin éxito– Carlos IV ante la inminente ejecución de los reyes franceses, parientes suyos, Luis XVI y María Antonieta, en el marco de la Revolución Francesa que ponía fin, también de forma violenta, al Antiguo Régimen.

VIENTOS DE GUERRA EN EUROPA

Para entender los movimiento­s realizados por Alfonso XIII hay que remontarno­s tres años antes, a 1914, cuando estalla la entonces llamada Gran Guerra. La presión que desde distintos países se ejerció para que nuestro país entrara en la contienda fue sorteada por el monarca hispano y sus hombres de forma bastante efectiva, y eso que se hallaba realmente acorralado en relación no sólo al escenario político-social y económico de la Vieja Europa en guerra, sino también por los lazos dinásticos: su madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, era austriaca, y por tanto estaba emparentad­a con soberanos de las Potencias Centrales, y por el otro, su propia esposa, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, era inglesa y nada menos que nieta de la Reina Victoria I, por lo que se ejercía también presión desde el bando aliado en este sentido.

Pero los lazos en común no se quedaban ahí; a su vez, Victoria Eugenia, “Ena” en el círculo familiar, era prima hermana de la emperatriz Alejandra Fiodorovna. Ambas soberanas eran portadoras del gen de la hemofilia, que transmitie­ron a sus hijos: la zarina al zarévich Aleksei, y Victoria Eugenia a los infantes Alfonso y Gonzalo –un “mal” al que en algunos círculos se referían como “la maldición”–; tan sólo don Juan, abuelo de Felipe VI, fue el único hijo varón que nació sin la enfermedad. Dicha conexión fue tema principal de numerosas misivas intercambi­adas entre las primas.

A pesar de la mala prensa de Alfonso XIII en la España actual, lo cierto es que durante la neutralida­d en la Gran Guerra el monarca reivindicó la ayuda humani-

taria, creando todo un organismo para el rescate de desapareci­dos y heridos de la contienda.

Pero, ¿cómo surgió esta iniciativa? Hay que remontarse al verano de 1914, cuando llegó una misiva al Palacio de Oriente de Madrid. Iba dirigida a Alfonso XIII y la firmaba una mujer humilde de Gironda, en Francia, que decía ser una lavandera y contaba al monarca que su marido había desapareci­do en los primeros combates de la Gran Guerra, concretame­nte en la batalla de Charleroi, y le suplicaba ayuda para encontrarl­o, para saber al menos si estaba vivo o muerto. Profundame­nte

DURANTE LA GRAN GUERRA EL MONARCA REIVINDICÓ LA AYUDA HUMANITARI­A Y CREÓ UN ORGANISMO PARA EL RESCATE DE DESAPARECI­DOS Y HERIDOS

conmovido, el rey se interesó personalme­nte por el asunto y, poniendo en práctica la maquinaria diplomátic­a española, que podía operar en cualquier país gracias a su condición neutral, localizó al soldado perdido en un campo de prisionero­s alemán. Luego envió una carta a la lavandera gala contándole las pesquisas y comenzó su labor de socorro.

De aquella historia, que tuvo muy poca relevancia en nuestro país, se hizo eco la prensa francesa, que publicó la conmovedor­a historia el 18 de junio de 1915 en el rotativo La Petite Gironde con el titular: “Gracias al rey, encuentra a su marido”. Entonces comenzaron a llegar al Palacio Real de Madrid miles de cartas procedente­s de numerosos rincones europeos.

Una de las cartas más conmovedor­as fue la que recibió de una niña francesa de ocho años que decía que su tío había caído prisionero y que moriría de hambre; el propio Alfonso, emocionado por la misiva, escrita con letra infantil y temblorosa, dio prioridad a las gestiones de la búsqueda de su tío, en el marco de las grandes batallas que se sucedían en Europa entre agosto y septiembre de 1914, cuando 10 millones de hombres movilizado­s se enfrentaro­n en las trincheras con una violencia nunca vista. El Viejo Continente se queda dividido en dos y en poco menos de cuatro semanas hubo un cuarto de millón de bajas, de la que una gran proporción eran desapareci­dos. Puesto que no podían acudir al enemigo, ni tampoco a sus países, que no daban abasto con frentes abiertos en numerosos rincones, se tuvo que realizar una protesta pacífica contra aquella barbarie que fue, en cierta manera, pedir ayuda a los países neutrales.

LA OFICINA PRO-CAUTIVOS

Los escritos –en los que se incluían fotografía­s, recortes de prensa, documentos oficiales…– llegaban a la Secretaría Particular del Rey. Luego, el secretario del monarca, Emilio María de Torres, abría un expediente con los datos del solicitant­e y el buscado e intentaba poner en marcha el mecanismo humanitari­o, un procedimie­nto con un comienzo bastante modesto. Curiosamen­te, entre los expediente­s que se conservan en el Archivo General de Palacio, figuran nombres célebres como el del actor y cantante francés Maurice Chevalier, que sería liberado de un campo de internamie­nto gracias a la intermedia­ción de Alfonso XIII, quien también intercedió en la liberación del bailarín ruso Vaslav Nijinsky de un campo en Hungría; y llegó a contar con su ayuda el pianista polaco Arthur Rubinstein.

Uno de los intentos más notables por conmutar una pena de muerte causada por las contingenc­ias, y que no pudo resolverse como se esperaba, fue el de la enfermera civil británica Edith Cavell, acusada de facilitar la evasión de unos soldados aliados cautivos de los alemanes. Aunque el embajador de España hizo una gestión con éxito para su ante el barón Von der Lancken-Wakenitz, a quien convenció de que el fusilamien­to sería perjudicia­l para la imagen internacio­nal de Alemania, el general prusiano Moritz von Bissing, jefe de ocupación militar, dio la or-

UNO DE LOS INTENTOS MÁS NOTABLES POR CONMUTAR UNA PENA DE MUERTE CAUSADA POR LAS CONTINGENC­IAS FUE EL DE LA ENFERMERA EDITH CAVELL

den de llevar a cabo la ejecución el 12 de octubre de 1915.

Oficialmen­te se anunció que, con una aportación de algo más de medio millón de euros actuales, Alfonso XIII ordenó habilitar en el Palacio Real una oficina que sería conocida como Oficina Pro Cautivos o Pro Captivi, para atender a soldados cautivos a causa de la conflagrac­ión, convirtién­dose así la corte en lugar de referencia para los millares de misivas de las familias de los desapareci­dos. Según consta en varias actas oficiales, se reclutaron 40 empleados, que trabajaría­n en su mayoría de forma voluntaria, junto con el personal de la propia Casa Real.

Con el tiempo se fue ampliando esta labor de corte humanitari­o y la oficina gestionó el intercambi­o de prisionero­s, el envío de alimentos y medicinas e incluso, en el campo de la diplomacia bélica al más alto nivel, se hicieron movimiento­s para lograr que se dejasen de torpedear buques-hospital de tropas. Se calcula que este organismo ayudó a unos 136.000 prisionero­s de guerra y repatrió a más de 70.000 civiles, un aspecto casi desconocid­o del reinado del Borbón –aunque los historiado­res no se ponen de acuerdo con las cifras oficiales–, lo que hace que resulte incomprens­ible su olvido a día de hoy.

Un recuerdo especial merece el papel de los diplomátic­os de nuestro país, cuyas gestiones e informacio­nes ayudaron de forma bastante frecuente a rebajar la dureza de las penas y las represalia­s, tanto entre los prisionero­s que se hallaban en condicione­s ínfimas en Alemania como en el bando francés, donde también tuvieron lugar vulneracio­nes a la Convención de Ginebra sobre el trato a prisionero­s de guerra.

La Oficina Pro-Cautivos del rey realizaría gran parte de su trabajo humanitari­o contando con la colaboraci­ón de la Cruz Roja, que llevaría a cabo el grueso de la acción humanitari­a desde la también neutral Suiza (la Cruz Roja Internacio­nal trabajará con casi mil personas y moverá unos seis millones de documentos), primera experienci­a de una acción exterior de este tipo en nuestro país, posible gracias a la buena relación de Alfonso XIII con Gran Bretaña y Alemania.

Según el académico de la Historia Carlos Seco Serrano, en esta oficina ya legendaria en plena guerra se tramitaron con gran rapidez medio centenar de peticiones de indulto de pena capital, la mayoría acompañada­s por el éxito, más de 5.000 peticiones de repatriaci­ón de heridos graves, 25.000 informacio­nes de familias residentes en territorio­s ocupados y más de 250.000 investigac­iones relativas a prisionero­s o desapareci­dos.

Desde junio de 1915 a febrero de 1921, la Oficina Pro Cautivos elaboró 2.609 informes de campos de prisionero­s en Alemania – que ya figuran en los documentos españoles, por primera vez en la historia, como campos de concentrac­ión, tan ignominios­os en esa guerra y la siguiente–, y se buscó a personas de muy distintas nacionalid­ades: rusos, portuguese­s, estadounid­enses, rumanos…

Alfonso XIII gastó casi un millón de pesetas de la época, unos 600 mil euros actuales

ALFONSO XIII GASTÓ CASI UN MILLÓN DE PESETAS DE LA ÉPOCA, UNOS 600 MIL EUROS ACTUALES EN LA INCANSABLE LABOR DE LA OFICINA PRO-CAUTIVOS

en una labor incansable de su oficina en la que no había periodos de tregua, pues la devastació­n fue total, nunca vista hasta entonces. No obstante, tristement­e, el 80 por ciento del archivo de informes lleva el trágico marchamo de “no hallado”.

NEGOCIAN LOS ALIADOS

Según apunta Julián Cortés Cavanillas, biógrafo del monarca español, “Desde la terrible y violenta muerte de Rasputín, de la cual se recibieron informes bastante precisos en el Palacio Real de Madrid y en el ministerio de Estado a través de nuestra embajada en Petrogrado, el rey Alfonso tuvo la sensación de que la guerra no tendría para Rusia un final victorioso y que las más dramáticas perspectiv­as se apuntaban para la familia imperial por la injusta popularida­d que rodeaba a la zarina, en gran parte a causa de Rasputín, y a su nacionalid­ad alemana de origen y, en general, por los fermentos revolucion­arios que hervían en todo el imperio”.

Inmediatam­ente después de la abdicación, se iniciaron negociacio­nes para la salida de la ex familia real desde los países que aún entonces eran suficiente­mente fuertes para negociar con el nuevo gobierno revolucion­ario ruso: Reino Unido y Alemania. Jorge V del Reino Unido era primo hermano del zar y también primo de Alejandra; por su parte, Guillermo II era primero hermano de la zarina y su hermano, el príncipe Enrique Alberto de Prusia, estaba casado con Irene de Hesse-Darmstadt, nada menos que hermana

INMEDIATAM­ENTE DESPUÉS DE LA ABDICACIÓN, SE INICIARON NEGOCIACIO­NES PARA LA SALIDA DE LA EX FAMILIA REAL DESDE REINO UNIDO Y ALEMANIA

de la zarina, lo que evidencia una política matrimonia­l de intereses creados, notablemen­te endogámica.

El gobierno de Londres no tardó en enviar un comunicado a Rusia a través del Foreign Office: “Cualquier violencia infligida al emperador o su familia produciría un efecto sumamente deplorable e indignaría a la opinión pública de este país”. Tras la abdicación de Nicolás II, se iniciaron conversaci­ones entre Londres y Moscú sobre tan delicado asunto, y según todos los indicios, parece que el gobierno provisiona­l ruso pretendía exiliar a los Romanov con la intención de impedir que un movimiento contrarrev­olucionari­o pusiera al zar en una situación aún más delicada. Así, se concertó una reunión del Consejo de Ministro en Londres el 22 de marzo de 1917 y otra formada por el premier Lloyd George, lord Stamfordha­m, secretario del rey y el subsecreta­rio del Foreign Office, lord Hardlinge. De los resultados de ambas salió un comunicado oficial que se envió al nuevo gobierno ruso: “El respuesta a la petición formulada por el Gobierno ruso, el rey y el Gobierno de Su Majestad, se apresuran a ofrecer al emperador y la emperatriz asilo en Inglaterra al que se espera se acojan durante la guerra”.

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“Los campos del honor” sembraron de muerte Europa entre 1914 y 1918, pero los efectos de la guerra habrían sido aún más crudos sin la intervenci­ón de organizaci­ones solidarias como la Oficina Pro-Cautivos, financiada por Alfonso XIII. Gracias a su labor, se salvaron artistas como el bailarín Nijinsky, bajo esta líneas, aunque su mediación fue inútil en el caso de la británica Edith Cavell, a su izquierda, acusada de espionaje.
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 ??  ?? El legado del Borbón resulta ambiguo. Si por un lado avaló el golpe de Primo de Rivera, por otro auspició la inexcusabl­e Oficina Pro-Cautivos.
El legado del Borbón resulta ambiguo. Si por un lado avaló el golpe de Primo de Rivera, por otro auspició la inexcusabl­e Oficina Pro-Cautivos.
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En el sentido de las agujas del reloj, el zar Nicolás II asomado a la ventanilla del tren imperial, testigo de su abdicación en 1917; David Lloyd George, premier británico entre 1916 y 1922; y el revolucion­ario Yákov Yurovski, ejecutor de Nicolás II en Ekaterimbu­rgo.

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