EL OESTE /...pa'dentro

La densidad de bares en España

resulta tan sorprendente como, para algunos, escandalosa. Alrededor de uno por cada 175 habitantes. Así que entenderán que los hay en cada punto geográfico. En principio para que se le pueda denominar así, solo necesitamos una barra. Y de esas hay un montón. Es cierto que existe un contraste evidente entre ciudades como Badajoz o Salamanca, por ejemplo, aunque solo sea por lo dispar de su climatología, pero no lo es tanto así en los bares; la forma de actuar en los mismos, los parroquianos que los visitan son, grosso modo, intercambiables en todo lugar. Y es que el bar –y las consumiciones que en él se toman, por supuesto–, incitan a un similar estado de ánimo. Y en ellos se sirven, con matices, los mismos productos, y se pasan de moda a la vez. Valga de ejemplo el vermut, hoy uno de los emblemas de la cultura de bar, pero hasta hace no mucho repudiado por la juventud por sentirse como una bebida trasnochada. Eso mismo le ocurre en la actualidad a lo que en su tiempo fue una referencia para los que se preciaban de ser "hombres de bar", el sol y sombra, recia mezcla de brandy y anís dulce que apenas es hoy consumida por los más veteranos.

CAFÉ NOVELTY (SALAMANCA)

La Plaza Mayor de Salamanca no sería la misma sin el Novelty, tan poblado de gente docta como el Gijón de Madrid. A la muerte de Gonzalo Torrente Ballester, una estatua lo pervivió en una de sus mesas, homenaje a uno de sus parroquianos más ilustres, junto con Unamuno o Carmen Martín Gaite. Desde su nacimiento en 1905, ha servido banquetes a Alfonso XIII, ha sido testigo del nacimiento de Radio Nacional de España y sus helados, a la derecha, bien valen una misa. LA TROYA (TRUJILLO, CÁCERES)

Detrás de la estatua de Pizarro, La Troya nos conquista con la generosidad de sus platos y la mundología de su interior. Hospedaje y fonda de principios del siglo XX, sigue siendo un rincón postinero de ambiente familiar. LA CORCHUELA (BADAJOZ)

Este histórico mesón, que lleva cumpliendo años desde que Inocente Jiménez Grajera lo alumbrara allá por 1827, triunfa con sus churros y su caldereta de cordero, entre otras delicias. Fue remodelado en el año 2000.