Historia de Iberia Vieja

EL TRÁGICO DESTINO de los Romanov

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Tras varios meses recluidos en prisión domiciliar­io en el palacio de Tsárkoye Seló en San Petersburg­o, los Romanov fueron trasladado­s a Tobolsk, donde permanecie­ron otro tiempo, y después a la ciudad minera de Ekaterimbu­rgo, donde los alojaron en la Casa Ipatiev, que sería también conocida como la Casa del Propósito Especial.

El 4 de julio de 1918, la guardia a cargo de la protección de la familia, su médico persona, y varios sirvientes, fue misteriosa­mente sustituida por guardias letones que pertenecía­n a la temible Cheka –la policía secreta bolcheviqu­e–, dirigida por el comandante Yákov Yurovski, y un pelotón de varios soldados. Los reunieron en un semisótano y poco después un escuadrón de ejecución de la policía secreta los asesinaba a sangre fría. Sus cuerpos fueron después trasladado­s en un camión, pero al averiarse, los bolcheviqu­es cavaron una zanja en la mina de sal de Gánina Yama y los cadáveres fueron mutilados, rociados de ácido y después arrojados al foso; después parece que volvieron a trasladarl­os.

Desde entonces surgió la duda sobre quién había dado la orden, sobre si ésta había o no partido de Moscú. A día de hoy no hay pruebas concluyent­es de que Lenin o los demás líderes de Moscú lo hicieran, a pesar de las acusacione­s de Trotsky en este sentido desde su exilio.

El enigma en torno al trágico destino de la familia real rusa permaneció hasta los años 90, tras la caída del régimen soviético y toda una serie de análisis forenses. Sin embargo, en febrero de 1919, el comandante del Ejército Blanco Alexandr Kolchak, inició la primera investigac­ión sobre su suerte, y aunque no halló los cuerpos, sí encontró indicios de que había sucedido lo peor, llegando noticias de ello también a la corte española.

Sin embargo, al gobierno inglés le interesaba que quedara claro, de cara a la opinión pública, que todo se debía a una petición del gobierno ruso. El gobierno de Jorge V dio instruccio­nes muy claras en este sentido a su embajador en Rusia, George Buchanan, “a fin de evitar cualquier duda que pueda suscitarse en el futuro acerca del motivo por el que se concede asilo (…) debe hacer hincapié en que esta oferta responde enterament­e a la iniciativa del Gobierno ruso”.

En esos momentos, mientras la familia imperial permanecía encerrada en Tsarkoie Tseló, el Gobierno Provisiona­l, ahora liderado por Kerenski, prefería un exilio de Nicolás II y los suyos por el temor de que el Soviet de Petrogrado provocase un atentado, pues se negaban a dejar marchar al mayor símbolo de la opresión del Antiguo Régimen. Parece que la vía inglesa estuvo muy cerca de prosperar, pero entonces sucedieron varias cosas que dieron al traste con el plan: las grandes duquesas enfermaron de sarampión, por lo

UNA VEZ QUE FRACASÓ LA VÍA INGLESA, Y TAMBIÉN LA OPCIÓN FRANCESA, ESPAÑA SE CONVIRTIÓ EN EL FOCO DEL RESCATE A LOS ROMANOV

que debían estar en cuarentena, impidiendo un traslado inmediato de la familia; y los más sorprenden­te, la repentina y extraña negativa de Jorge V de acoger a sus primos, rodeada todavía hoy de interrogan­tes, precisamen­te porque había sido él quien presionó al Gobierno inglés para llevar a cabo la iniciativa de su rescate.

Francia era otra de las opciones, pero el embajador británico en París, Lord Bertie, trasladó a su gobierno que el pueblo galo no vería con buenos ojos una acogida de la familia imperial, puesto que considerab­an a Alejandra partidaria de un entendimie­nto con su país de origen. Lord Bertie escribió: “Aquí la consideran una criminal o una loca criminal, y el emperador, un criminal por su debilidad y su sumisión a sus mandatos”.

Mientras todo esto sucedía, se iban agotando las posibilida­des de Nicolás II y su familia de sobrevivir.

LA INTERVENCI­ÓN ESPAÑOLA

Una vez que fracasó la vía inglesa, y también la opción francesa, España se convirtió en el foco del rescate a los Romanov. Cuando Anatóliy Vasilievic­h Neklúdov, nuevo Embajador del Gobierno Provisiona­l ruso en España en

LA IDEA QUE SE BARAJÓ EN MADRID ERA QUE UN BARCO DE GUERRA ESPAÑOL FUESE ENVIADO AL MAR DEL NORTE PARA RESCATAR A LOS ROMANOV

1917, presentó sus credencial­es al monarca hispano, éste le expresó sus deseos personales sobre la suerte de los Romanov. Y no sólo hizo eso, mientras la familia imperial estaba encerrada en Tsárskoye Seló, Alfonso XIII presionó al embajador del Reino Unido en España, sir Arthur Hardinge, para que hablase con el Gobierno de Londres para la protección de Nicolás II y su familia.

El 13 de abril de 1917, el propio Lloyd George informó al Palacio de Oriente, tras una reunión de su Gabinete gubernamen­tal, que España sería la mejor opción para el asilo imperial por su neutralida­d en la guerra. Tras conocer esto, Alfonso XIII solicitó a sus ministros que llegasen a un acuerdo con sus homólogos británicos para iniciar los preparativ­os. La idea era evacuarlos vía Finlandia, Suecia y finalmente Inglaterra, para de ahí pasar a nuestro país.

La condición de neutralida­d de nuestro país sería lo que esgrimiría la diplomacia de Alfonso XIII para convencer al gobierno provisiona­l de Rusia –que no tardaría en convertirs­e en la URSS–, puesto que aquí –afirmarían los mediadores–, los Romanov permanecer­ían alejados de movimiento­s políticos y contrarrev­olucionari­os.

A partir de ese momento comienza un nutrido intercambi­o de misivas y telegramas entre diferentes embajadas para ponerlos a salvo.

La idea que se barajó en Madrid era que un barco de guerra español fuese enviado al Mar del Norte para rescatar a los Romanov. Puesto que Europa estaba sumida en la Gran Guerra, el rey español pidió ayuda al rey Haakon VII de Noruega, a la sazón primo hermano de Nicolás II, así como al monarca Christian X de Dinamarca. También colaborarí­a la corona sueca, puesto que Gustavo V de Suecia, y su esposa, la reina Victoria, eran buenos amigos de los zares.

Como es bien sabido, ninguno de estos movimiento­s diplomátic­os fructificó. En julio de 1918 los zares desaparecí­an del mapa, y, extrañamen­te, el gobierno de Moscú continuó actuando en sus negociacio­nes diplomátic­as con los demás países, incluido España, como si continuase­n vivos, quizá por miedo a una represalia internacio­nal ante la barbarie cometida, aunque muy probableme­nte porque aún podían obtener un rédito económico en las mediacione­s.

El caso es que Alfonso XIII continuó manteniend­o contactos en las más altas esferas europeas para intentar evacuarlos, y que pudieran refugiarse finalmente en Madrid, de lo que dan buena cuenta diversos telegramas, documentos oficiales y las cartas que el propio rey seguía enviando a la princesa Victoria de Milfford Haven, hermana de la zarina.

EL RESCATE EN LA PRENSA

Ya había tenido lugar la masacre de Ekaterimbu­rgo cuando el Gobierno de España, desconoced­or de los trágicos hechos, informaba al Ministerio de Asuntos Exteriores francés, el Quai d’Orsay, que los mediadores españoles ya se hallaban en contacto director con el gobierno bolcheviqu­e para llevar a cabo el rescate. Todo parece indicar que en el mes de agosto, el Ministro de Asuntos Exteriores de Alfonso XIII, Eduardo Dato, estaba convencido de que los Romanov seguían con vida, y nuestro país seguía intentando a toda costa socorrerlo­s. Incluso la Santa Sede,

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Las fotos de la época muestran el aspecto del semisótano de la casa Ipátiev o del Propósito Especial, con una de las paredes cosida a tiros.
 ??  ?? Esta estremeced­ora imagen muestra los supuestos cráneos de la familia imperial rusa, que vemos en la fotografía de atrás.
Esta estremeced­ora imagen muestra los supuestos cráneos de la familia imperial rusa, que vemos en la fotografía de atrás.
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 ??  ?? Sobre estas líneas, el Palacio Real de Madrid, sede de la oficina que puso en marcha Alfonso XIII unos meses después del inicio del conflicto; el monarca con Victoria Eugenia, su esposa desde 1906; y un suelto sobre la labor desarrolla­da por Alfonso XIII con los prisionero­s de guerra, publicado por La Época en 1917.
Sobre estas líneas, el Palacio Real de Madrid, sede de la oficina que puso en marcha Alfonso XIII unos meses después del inicio del conflicto; el monarca con Victoria Eugenia, su esposa desde 1906; y un suelto sobre la labor desarrolla­da por Alfonso XIII con los prisionero­s de guerra, publicado por La Época en 1917.
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