El poder de LAS OLAS MARINAS
LA ENERGÍA SOLAR Y LA EÓLICA SON LOS CAMPOS DE LAS ENERGÍAS RENOVABLES QUE MÁS SE MENCIONAN EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN. SIN EMBARGO, CADA CIERTO TIEMPO, APARECEN AQUÍ Y ALLÁ NOTICIAS SOBRE INQUIETOS INVENTORES QUE HAN QUERIDO EXTRAER ENERGÍA DEL FLUIR DE LOS RÍOS, DE LAS MAREAS Y, SOBRE TODO, DEL OLEAJE MARINO. ESTE MES OS CONTAMOS LA FASCINANTE HISTORIA DE LOS PIONEROS ESPAÑOLES EN ESTE CAMPO.
Empecemos con esta nota publicada en el madrileño periódico La Época, edición del 19 de septiembre de 1899: Málaga. – El lunes por la tarde se practicaron en esta capital las pruebas de una máquina inventada por D. José Cienfuegos, para utilizar como fuerza motriz el movimiento de las olas. Las pruebas dieron un resultado satisfactorio, asistiendo al acto las autoridades y representantes de la prensa.
El mencionado inventor era José María Cienfuegos, que había registrado dos patentes en 1897 y 1898 sobre “una máquina para utilizar como fuerza motriz el oleaje del mar”. Lo anecdótico de este caso se encuentra en que, por su fugacidad, representa el clásico tipo de invento de esta clase. Por desgracia ese patrón mencionado en la noticia se repite por doquier en decenas de ocasiones: un inventor solitario (en menos ocasiones un grupo de ingenieros o inventores) patenta una máquina para extraer energía del oleaje marino. Posteriormente, logra que se construya un prototipo, que es probado ante las autoridades y políticos de turno, generalmente con “grandes resultados” según la prensa. Y, a partir de ahí, el olvido más absoluto. Este esquema se repite, prácticamente sin desviación alguna, en el resto de casos que se mencionarán a continuación.
JOSÉ BARRUFET Y VECIANA
El más célebre de todos los inventores de finales del siglo XIX que en España buscaron obtener energía de las olas fue el inquieto José Barrufet y Veciana, que presentó hacia 1884 su máquina para aprovechar las olas del mar como fuerza motriz, a la que llamó Marmotor. Al año siguiente el intrépido inventor realizó una serie de pruebas de su ingenio entre la aclamación de la prensa, el público y las autoridades. A partir de ahí, fue olvidado.
Barrufet, maestro en Barcelona, que además patentó diversos aparatos para el auxilio de los profesores, como un curioso “instructor mecánico” que dio a conocer en 1888, había logrado ya anteriormente diversas patentes sobre su sistema para el aprovechamiento de las olas. Para él era prácticamente una obsesión, dedicando muchos años de su vida a perfeccionar su invento, llegando incluso a publicar un pequeño libro en el que lo describe con detalle, con la intención de llegar al gran público. Por desgracia, su eco se pierde entre las aclamaciones de la prensa y de los políticos de su tiempo que, al poco, se olvidaron del asunto. El Marmotor era una ingeniosa plataforma que, a través de un sistema de boyas articuladas y un mecanismo de trinquetes y volantes de inercia, permitía convertir el oleaje en energía a través de un eje giratorio que, a su vez, se podía utilizar para mover bombas de agua o bien generadores eléctricos. Las pruebas realizadas en el puerto de Barcelona a lo largo de 1885 fueron exitosas, logrando el inventor todo tipo de buenas palabras por parte de empresarios y autoridades. Finalmente, la máquina quedó un tiempo en el puerto, donde incluso sobrevivió a un fuerte temporal al año siguiente de las pruebas, pero ahí es donde se pierde la pista. En el verano de 1886, Barrufet lo intentó de nuevo, gracias a un acuerdo con una empresa de Valencia, pero parece ser que finalmente no se materializó el contrato.
El caso Barrufet constituye el paradigma de los inventores de “motores de oleaje” de su tiempo. La historia se repite, como un calco, en decenas de casos. A modo de ejemplo, recordemos que el ingeniero tarraconense Juan Amigó Rojals logró en enero de 1894 una patente sobre cierto “aparato
denominado motor de oleaje, cuyo objeto es la utilización del movimiento de ascenso y descenso de las aguas del mar”. Nuevamente, cayó en el olvido.
UNA LARGA LISTA
Lo mismo sucedió con el motor hidráulico de olas ideado por el malagueño Luis Ferrándiz Badenes en 1882, el motor de impulsión por olas de José Casanovas, que data de 1883, la máquina de oleaje del madrileño Baltasar Martínez Burgo, patentada en 1897, las diversas máquinas de olas diseñadas por José Sagrera Teixidó entre 1889 y 1902, el motor de oleaje de Francisco Herrán Planas, de 1902 o el curioso sistema ideado por el ingeniero militar Francisco Ibáñez Alonso para aprovechar la energía de las olas por medio del uso de aire comprimido, que data de 1903.
Y todo esto sólo por mencionar algunos de los más tempranos pioneros en la búsqueda de un método para aprovechar la energía de las olas en España, todos ellos sistemas que tienen en común el uso de boyas y medios de transmisión mecánica del “balanceo” del mar, para convertirlo generalmente en movimiento de giro en un eje. Algunos de esos pioneros se pueden rastrear hasta fechas tan tempranas como 1867, con el privilegio de invención de José Ruiz León para un “aparato destinado a aprovechar el movimiento de las olas”, o hasta 1875, con las máquinas de propulsión por oleaje de Bernabé Rucabado y Martínez, vecino de la cántabra localidad de Castro Urdiales. Si ahondamos en las invenciones de este tipo presentadas en España entre los años veinte y cincuenta del siglo pasado, nos encontraremos ante una pasmosa lista con más de doscientas patentes, ninguna de las cuales encontró salida comercial, más allá de ciertas pruebas “exitosas”.
Sólo nos quedan los ecos de aquellas multitudinarias experiencias. He aquí, para acabar, una prueba que, como en el caso de Rucabado, tuvo como escenario el puerto de Castro Urdiales, solo que más de medio siglo después, en 1928, tal como refería la revista Estampa en su número del 29 de abril de 1933:
En Castro Urdiales se hicieron pruebas del invento [patentado por Manuel López Vélez en 1925] en presencia de ingenieros y obreros de industrias eléctricas, teniendo el aparato franco éxito. (…) Dichas pruebas tuvieron lugar en octubre de 1928 y dieron el siguiente resultado: con un oleaje de unos cuarenta centímetros sobre un flotador de cincuenta kilos de peso y dos volantes de ciento cinco kilos se obtuvieron trescientas revoluciones por minuto, logrando hacer luz con la adaptación de una dinamo pequeñita.