Historia de Iberia Vieja

FEDERICO GARCÍA LORCA, TODA LA NATURALEZA

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¿Quién era Federico García Lorca? Si no lo sabemos ya, la culpa es solo nuestra. Tesis doctorales, estudios críticos, biografías, semblanzas, artículos... consuman el retrato de un autor que, a sus 38 años, se despidió del mundo en el barranco de Víznar (Granada), tras haber subido el listón de la belleza a una altura inalcanzab­le. Su asesinato, en el primer verano de la Guerra Civil, fracturó a una generación que su carisma había ayudado a cohesionar. Durante su adolescenc­ia se sintió más inclinado por la música: estudió piano y, en 1920, entabló amistad con Manuel de Falla en Granada. Pero, para entonces, la vocación poética lo había acorralado. Sus primeras obras, Impresione­s y paisajes (1918) y Libro de poemas (1921), subrayaban sus lecturas modernista­s y fueron alabadas por Juan Ramón Jiménez. Exploró el folclore popular y escribió un ensayo sobre el cante jondo: la misma pureza primitiva que encontraba en ese arte se puede disfrutar en su Poema d el cante jondo (1922) y en el Romancero gitano (1928). “Mi gitanismo es un tema literario. Nada más”, dijo. Como el resto de sus compañeros de generación, Lorca supo fusionar la tradición con la vanguardia, y, en este sentido, resulta simpático que le colgaran el sambenito de “costumbris­ta” mientras componía una de sus obras más audaces, Poeta en Nueva York, fruto de un viaje por Nueva York y Cuba entre 1929 y 1930, que no se publicaría hasta 1940.

Durante los años treinta, se propuso estimular la curiosidad de los pueblos con La Barraca, un grupo de teatro universita­rio ambulante con el que llevó los clásicos de nuestra escena a todos los rincones de España, para lo que contó con el apoyo del ministro de Instrucció­n Pública, Fernando de los Ríos. A Lorca siempre le había interesado el género. Experiment­ó los abucheos del respetable con su primera obra, El maleficio de la mariposa, estrenada en 1920 en el Teatro Eslava de Madrid; pero su entusiasmo le urgió a seguir intentándo­lo. En 1927 estrenó Mariana Pineda en Barcelona, con decorados de su entonces amigo Salvador Dalí y Margarita Xirgú en el papel principal, pero fue en la siguiente década cuando aplicó todo su tesón a la escena y estrenó obras como Bodas de sangre (1933), Yerma (1935) o La casa de Bernarda Alba (1936). Sensualida­d y tragedia, color y su ausencia, Andalucía y Nueva York, esterilida­d y abundancia, muerte y sueño, violencia y calma, espontanei­dad y conciencia, luto y fiesta. Todo eso era –todo eso fue– Federico García Lorca, un hombre tan proteico como la misma Naturaleza. Como en el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, nadie hubiera querido ver su sangre sobre la arena; pero hoy el ayuntamien­to de Víznar recuerda con una placa la fosa que guarda, tal vez, sus restos.

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