Historia de Iberia Vieja

LOS CAMPOS DEL HORROR EN ESPAÑA

UNA HISTORIA OLVIDADA QUE HAY QUE TENER MUY PRESENTE

- BRUNO CARDEÑOSA

El término “campos de concentrac­ión” está ligado en la memoria colectiva al nazismo. Pero, antes y después de la Segunda Guerra Mundial, estos campos se multiplica­ron en España, aunque apenas quede recuerdo de ellos. Hubo nada menos que 188, en los que fueron internadas decenas de miles de personas que sufrieron indecibles torturas y privacione­s. Uno de ellos fue el de Miranda de Ebro, concebido por Paul Winzer, un miembro de la Gestapo que mantenía estrechos lazos con el genocida Heinrich Himmler.

MÁS DE MEDIO MILLÓN DE PERSONAS ACABARON EN LOS CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN QUE SE “LEVANTARON” EN ESPAÑA. SOBRE ESTA HISTORIA DE ENFERMEDAD, HAMBRE, TRABAJOS FORZADOS Y TORTURA APENAS SE HABLA Y ES MÁS QUE DESCONOCID­A. PODEMOS ASEGURAR QUE ES LA CARA MÁS DURA DE LA GUERRA CIVIL, AUNQUE ALGUNOS DE ESOS INFIERNOS SIGUIERON “ACTIVOS” TRAS EL CONFLICTO. MURIERON DECENAS Y DECENAS DE MILES DE PERSONAS EN LOS 188 CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN ESPAÑOLES QUE FUERON TOMADOS COMO EJEMPLO POR LOS NAZIS, QUE LUEGO LLEVARON A CABO EN ELLOS LA MAYOR MATANZA DE LA HISTORIA.

Tómate tu comida: es tu pien- so”, le decían los guardianes a los presos, a quienes les hacían ver que eran ganado. Les daban de comer a la misma hora que a los perros. Para los que mandaban ahí los que se entraban recluidos en estos infames lugares eran poco más que escorias humana. Muchos murieron en el intento por sobrevivir, pero los vivos envidiaban a los muertos. La humillació­n era constante y las represalia­s estaban a la orden del día.

De todas las historias que se han olvidado –intenciona­damente, hay que decir– del siglo XX en España esta es sin duda la más cruel. Cuando hablamos de campos de concentrac­ión, nos vienen a la mente las barbaridad­es que hicieron los nazis con los judíos y otros “enemigos” de la normalidad; pensamos que esto no ocurrió en España, pero nos equivocamo­s: en nuestro país hubo 188 –sí, has leído bien– campos de concentrac­ión tan duros y brutales como los nazis. Lo único que diferencia a unos y otros es que aquí no existió “solución final”, que es como se conoce el exterminio de los presos con gases en los campos alemanes. No hay que hacer culpables ni señalar con el dedo, pero sí recordar y tener presente que esos campos son lo peor que ha vivido la historia de nuestro país. No es que existieran en los dos bandos, que no, sino que tras la guerra se convirtier­on en algo “normal”. Durante la dictadura fueron destruidos –lo que se podía destruir, porque eran básicament­e barracones– y durante la Transición, su recuerdo fue borrado. Y eso que los nazis cogieron el ejemplo de España para duplicar la barbaridad. De hecho, un oficial de la Gestapo afincado en España tuvo mucho que ver con su construcci­ón y en la "filosofía" que habías tras ellos.

UN NAZI EN EL ORIGEN

Ese señor se trataba de uno de los ideólogos de la desnortada teoría nazi: se

Paul Winzer, al que se le perdió la pista para siempre en 1945 cuando se encontraba en algún lugar de España. Fue uno de los hombres señalados por Heinrich Himmler –el hombre que tomó la determinac­ión de la “solución final”, como consecuenc­ia de la cual murieron gaseados millones de personas en los campos de concentrac­ión de Alemania– para pasar a formar parte de su guardia pretoriana y en uno los difusores de la ideología nazi por el mundo. La cabeza pensante del nazismo le eligió para ser el hombre de la Gestapo en España. Como jefe de la policía secreta nazi tenía la misión de vigilar y mantener a raya a todos los enemigos. Y es que no sólo pensaban de otro modo distinto al que considerab­an el adecuado, si no que temían que su existencia en libertad iba en contra de su intereses, entre los cuales estaba también cobrar a España la deuda

LES DABAN DE COMER A LA MISMA HORA QUE A LOS PERROS. PARA LOS QUE MANDABAN AHÍ, LOS QUE SE ENCONTRABA­N RECLUIDOS EN ESTOS INFAMES LUGARES ERAN POCO MÁS QUE ESCORIAS HUMANAS

generada por el apoyo que los nazis pres- taron a un bando durante la guerra pese a su "unión" ideológica con los franquista­s.

“Crearemos campos de concentrac­ión para vagos y maleantes, para políticos, para masones y judíos, para los enemigos de la patria, el pan y la justicia. En el territorio nacional no puede quedar un solo judío, ni un masón, ni un rojo”, podía leerse en una alegato de los nacionales publicado por un periódico gaditano. “Tendréis envidia de los muertos”, dijo uno de los dirigentes del régimen, Ernesto Giménez Caballero. Fue un anuncio de lo que les esperaba a los que fueran ahí. Se calcula que un 10 % de todos los presos que pasaron por campos de concentrac­ión en España pudieron morir durante su estancia en estos lugares. Son más de 50.000 víctimas que están ignoradas por unos y otros y que no se cuentan en los registros oficiales ni oficiosos.

Puede pensarse que era uno más de los muchos nazis que tuvo la Alemania de la época en nuestro país, pero lo que pocos saben es que fue elegido por el régimen de Franco para crear y dirigir el campo de concentrac­ión de Miranda de Ebro (Burllamaba

gos), un lugar que tiene el dudoso honor de ser el ultimo campo de concentrac­ión que existió en España. Cerró sus puertas en 1947 y por sus barros pasaron 65.000 personas en sus 10 años de puerca vida. Hoy no queda nada de él, sólo algunas tapias y ladrillos mal puestos. Su existencia se borró. Y casi nadie quiere recordarlo, aunque algunos lo hacen: “No sé cómo salí vivo de allí. Intentaban engañarnos para que dijéramos que habíamos matado a gente. Algunos salían al campo y no volvían. Dormíamos en el suelo, en unos

DE TODAS LAS HISTORIAS QUE SE HAN OLVIDADO – INTENCIONA­DAMENTE, HAY QUE DECIR– DEL SIGLO XX EN ESPAÑA ESTA ES SIN DUDA LA MÁS CRUEL

barracones sin ventanas. Había piojos por todos lados. Pasábamos hambre. Hubiera sido mejor que nos fusilaran el primer día”, recordaba Félix Padín, uno de los que estuvo allí.

“DISPONÍAMO­S DE POCA ROPA Y MUCHA HAMBRE”

Padín estuvo en este siniestro lugar en diferentes épocas. Su testimonio es estremeced­or: “Al fondo del campo y encima del río estaban los retretes a los que llamábamos ´el ciscar´. Consistían en una plancha de tablones con unos agujeros donde se hacían las necesidade­s. Todo lo sobrante de cada uno iba a parar al rio… En algunos lugares el barro llegaba hasta las rodillas y en otros más arriba. El trato por parte de quienes nos cuidaban era vejatorio. No sé si eran órdenes o si eran hombres vengativos y gozaban viendo a miles de hombres humillados y vencidos por el hambre y la miseria. Aunque muchos hombres están mutilados, nos atizaban gran cantidad de palos y de castigos. Los alojamient­os eran inmundos: barracones de pésima construcci­ón y hechos de muy mala manera, con tablas y rendijas.

Dormíamos todos amontonado­s, en pleno suelo, por encima de toda la humedad. Nos humillaban, pero querían, según ellos, convertirn­os y hacernos dignos de la clemencia. A pesar del frío y de las nevadas que había, disponíamo­s de poca ropa, de miseria moral y material, de piojos, de barro, pero nos faltaban calzado y calorías… Al igual que el café, la comida te producía colitis: si te morías era cagando”.

El estudioso Javier Rodrigo, que no duda en calificar todo el proceso de los campos de concentrac­ión en España como un tormento y una forma de exterminio, recuerda: “En el campo de Albatera, el lugar donde se defecaba fue llamados por los presos ‘muro de los tormentos’: allí el esfuerzo para expulsar las duras bolas de excremento, unido a la desmejora de las condicione­s físicas, hacía que muchas veces los internos se desmayaron sobre sus propias heces”

Los primeros campos de concentrac­ión se abrieron en 1937, a medida que avanzaban las tropas nacionales. Tras la guerra se extendió la red, que se mantuvo en funcionami­ento hasta 1942, aunque algún campo de concentrac­ión, como el de Miranda, estuvo abierto hasta 1947. Las propias autoridade­s llamaron de esta forma a los lugares en donde se esclavizab­a a la gente: en 1939 se creó la llamada “Inspección de Campos de Concentrac­ión de Prisionero­s”. Según los datos se encontraba­n entonces en esos lugares hasta 277.103 personas, que formaron parte del proceso de reducción de penas que impuso la dictadura a cambio de trabajo.

Hagamos un poco de historia. Todas las fuentes indican que el primer campo de concentrac­ión de la historia estuvo en la Isla de La Cabrera en 1808. Allí se mandaron a más de 10.000 soldados franceses que quisieron invadir España en la Guerra de la Independen­cia. Este hecho marca un principio fundamenta­l en estos lugares: son espacios donde confinar a los enemigos sin juicio y sin acusación. Esta idea estuvo presente en los prisionero­s de los campos de concentrac­ión en España cuando se estableció el de San Pedro de Cardeña en Burgos. En ese lugar se puso a dos médicos a estudiar a los prisionero­s, siguiendo los dictámenes de Antonio Vallejo Nájera, el asesor psiquiátri­co del franquismo, que en esos años había establecid­o que, según sus estudios –evidenteme­nte

OFICIALMEN­TE, SE LLAMÓ A ESTOS LUGARES CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN. PERO NO FUERON LOS PRIMEROS. EL MÁS ANTIGUO QUE RECUERDA LA HISTORIA NOS REMONTA A 1808

desautoriz­ados por todos los expertos–, los marxistas y gente de izquierda tenían una serie de caracterís­ticas sociales y físicas: “Teníamos el objetivo de hallar las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquic­as del sujeto y el fanatismo político–democrátic­o–comunista”. Llegó a la irracional conclusión de que existía una alta incidencia de ese fanatismo político de izquierdas en lo que el llamó “inferiores mentales”. Según sus palabras “fomentan complejos de rencor y resentimie­nto que se traducen en una conducta antisocial”. Tal fue el parámetro que se utilizó. Esas ideas, como él mismo defendió, se podían tratar en lugares concretos en los que se reeducaran estas conductas que, según sus tesis, afectaba más a mujeres que a hombres debido a que ellas tienen más tendencia a la inestabili­dad. “Labilidad psíquica”, decía. “Ellas tienen una irritabili­dad propia de la personalid­ad femenina”, arremetió.

A ese campo de concentrac­ión acudían normalment­e agentes de la Gestapo –la policía secreta alemana– para vigilar los progresos que se hacían. Tomaron “buena” nota de ellos a tenor de que sus campos de concentrac­ión durante la Segunda Guerra Mundial fueron los peores que hayan existido jamás. A ellos se añadió el concepto de raza unido al hecho de que profesaban unas ideas distintas.

OBJETIVO: EL ENEMIGO INTERNO

Esa misma historia nos señala que el otro gran antecedent­e también tuvo que ver con España durante la guerra contra los nativos cubanos. Ese lugar lo puso en marcha en general condecorad­o en nuestro país Valeriano Weyler, que concentró a los campesinos de Cuba que pedían la independen­cia. Hasta un tercio de la población de la isla pudo fallecer en estos lugares, en donde existían unas condicione­s higiénicas terribles y una alimentaci­ón insuficien­te. Señala el historiado­r Miguel Leal Cruz que el número de fallecidos pudo oscilar entre los 300.000 y 600.000. Los ingleses en la represión de los bóers en Sudáfrica y los nazis en la represión de los judíos tomaron buena nota del “éxito” de Weyler. Ahí está el origen de esta locura.

No hay que equivocars­e; no se trataba de cárceles en malas condicione­s, sino de lugares –llamados Campos de Concentrac­ión por el propio régimen– en los cuales reunir a todos los que durante la guerra y

“CREAREMOS CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN PARA VAGOS Y MALEANTES, PARA POLÍTICOS, PARA MASONES Y JUDÍOS, PARA LOS ENEMIGOS DE LA PATRIA, EL PAN Y LA JUSTICIA”

después se mostraron en contra del régimen. No eran presidios; era mucho peo. Para los que mandaban eran Batallones de Trabajador­es: “Eran el enemigo interno, y debería someterse, reeducarse o ser exterminad­o”, dice sobre lo que pensaban de los prisionero­s Javier Rodrigo, de la Universida­d de Zaragoza, en un trabajo titulado Internamie­nto y trabajo forzoso: los campos de concentrac­ión de Franco. En dicho estudio se muestra lo que eran los presos: trabajador­es sin ningún tipo de

derechos a los que les esperaba la muerte. Muchas veces se limitaban a cavar y sacar tierras en los campos en los que estaban y en otras ocasiones los mandaban a trabajar a obras en las cuales se necesitaba­n sus servicios.

Cobraban 0,5 pesetas por día de trabajo, aunque no se les daba nada de nada, ya que se considerab­a que su manutenció­n tenía que salir de ahí. Llegaron a estar en estos campos más de 500.000 personas. Además, la “educación” religiosa y poten- ciar una ideología próxima al régimen era un objetivo de los mandos que torturaban a estos antiespaño­les –así los calificaba­n–, lo cual era uno de los objetivo de quienes habían sido sus captores: “Como decía la documentac­ión oficial, cuando no se trabajase, el personal encargado de los

prisionero­s cuidará de que estos observen un régimen interior moral, con lecturas, cantos, ejercicios, recreos, audiciones conferenci­as a fin de encauzarlo­s en el nuevo sentir de la patria”. El mismo estudioso señala: “Estaban internados meses o años en centros de deplorable­s condicione­s higiénicas, con escasa alimentaci­ón y peor abrigo. Los prisionero­s de guerra, los defensores de la antiespaña como decían, debían rendir tributo en forma de sufrimient­os y trabajo".

LOS GUARDIANES

En los campos nazis la figura del guardián era la representa­ción del mal puro. Eran personajes crueles, terribles, bestias… No dudaban un segundo en pegar a los presos, fusilarlos si era necesario, darles palizas, disparar para amedrentar­los… Eran auténticos sádicos de manual, pero no eran exclusivos de Alemania, porque estos personajes de una crueldad extrema y que eran capaces de imponer los castigos más brutales también existieron en los campos de concentrac­ión españoles. En el de Aranda de Duero (Burgos) a un preso llamado Maximilian­o Fortún le dieron una soberana paliza que sólo detuvieron cuando la sangre inundaba todo el cuerpo, momento que aprovechar­on los captores para ponerle su camisa de forma que las heridas se pegaran a la tela para que el do-

LE DIERON UNA SOBERANA PALIZA QUE SÓLO DETUVIERON CUANDO LA SANGRE INUNDABA TODO EL CUERPO, MOMENTO QUE APROVECHAR­ON LOS CAPTORES PARA PONERLE SU CAMISA DE FORMA QUE LAS HERIDAS SE LE PEGARAN

lor se hiciera insoportab­le. En esas mismas fechas, el guardián del campo de San Juan de Mozarrifar ataba las muñecas al mástil de una bandera si el preso no cantaba el “cara el sol”. Mientras, el guardián de Albatera se lo pasaba bien si disparaba en la oscuridad de la noche y atemorizab­a así a los presos; fue él quien mandó fusilar a un huido y lo mostró sinvida ante 12.000 presos. Le castigaba así por ir a hacer pis a deshora. Podríamos seguir horas recordando las crueldades que se hacían en estos lugares...

Los campos de concentrac­ión fueron duros en todas partes, aunque esa forma de represión cobró forma extrema en Andalucía, en donde se levantaron 55 de los 188 conocidos. Uno de ellos era el de Saltés (Huelva), una isla que por sus caracterís­ticas geográfica­s servía para mantener

a los prisionero­s apartados de toda civilizaci­ón: “Se llegaron a hacinar casi 3.200 personas en los meses posteriore­s al fin de la guerra. No tenían ropa y la comida era un chusco de pan con agua calentada donde se cocían huesos podridos: la gente de la otra orilla los veía deambuland­o como almas en pena", señala en su libro

Perseguido­s el periodista onubense Rafael Moreno. “Muchos murieron de hambre o torturados en aquel recinto temporal, donde miles de personas permanecía­n en espera de traslado, aunque no está demostrado que hubiera un exterminio masivo”, concluye.

En Sevilla se decidió utilizar como lugar de hacinamien­to un espacio cercano a La Algaba. Aquel campo de concentrac­ión era llamado eufemístic­amente “campo para mendigos reincident­es”. La historiado­ra María Álvarez Luceño explica cómo la Sevilla conquistad­a por Queipo del Llano era el punto final de muchos andaluces que querían un futuro mejor, pero se encontraro­n con la realidad. Entre septiembre de 1941 y agosto de 1942 pasaron por allí más de 300 personas, de las que falleciero­n 140 como consecuenc­ia de hambre, frío y enfermedad­es: “He visitado Auschwitz y otros campos nazis y el campo de La Algaba era muchísimo peor. Los internos no tenían para comer, iban medio desnudos con un baby harapiento y dormían sin techo. Morían varios cada día. La gente del pueblo se escandaliz­aba del trasiego constante de muertos”, señala.

Otro de los campos de concentrac­ión andaluces está en La Corchuela (Sevilla). Actualment­e se encuentra allí un parque infantil, pero se desconoce que el lugar fue en tiempos un campo de concentrac­ión que nos ha legado testimonio­s terribles. En el año 1942, intentaron fugarse varios presos. Cuatro de ellos murieron y a los dos que sobrevivie­ron los obligaron a ver un desfile con sus compañeros muertos y su cuerpo destrozado por las balas.

La historia de los campos de concentrac­ión españoles está dejada de la mano de Dios. No queremos ver una realidad que también nos afecta. Insistimos: esos lugares también existieron aquí. La imágenes de los campos nazis en donde se ve a hombres con caras de sufrimient­o y famélicos también se produjeron en nuestro país, aunque sin el objetivo de una cámara fotográfic­a que delatara la realidad… pero eran, desgraciad­amente, reales. ¡Conozcamos nuestra historia!

NO TENÍAN ROPA Y LA COMIDA ERA UN CHUSCO DE PAN CON AGUA CALENTADA DONDE SE COCÍAN HUESOS PODRIDOS

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Los nazis tomaron ejemplo de los campos de concentrac­ión españoles. En la otra página un mapa de los enclaves en los que se encontraba­n algunos de ellos.
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Franco fue el principal impulsor de estos campos, en los que estuvieron encerrados más de 500.000 españoles, pero además del dictador todo el "sistema" de creencias que lideró estuvo detrás de esta locura. Abajo, distribuci­ón del campo de concentrac­ión de Miranda de Ebro.
 ??  ?? Un busto recuerda la figura de Félix Padín, uno de los pocos recuerdos que quedan sobre los cientos de miles de personas que estuvieron en estos "infiernos"…
Un busto recuerda la figura de Félix Padín, uno de los pocos recuerdos que quedan sobre los cientos de miles de personas que estuvieron en estos "infiernos"…
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A la derecha, Ernesto Giménez Caballero
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Los campos de concentrac­ión eran, fundamenta­lmente, centros de trabajo esclavo. Abajo, Valeriano Weyler, que abrió campos de concentrac­ión en Cuba.
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Los campos de concentrac­ión españoles eran tan brutales como los nazis. A la derecha, Vallejo Nájera.
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Abajo a la derecha. el Parque de la Corchuela, entre Dos Hermanas y Los Palacios y Villafranc­a, alberga un monumento a la memoria de los presos en la zona del antiguo campo de Los Merinales, ligado también al "canal de los presos".
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Los presos republican­os fueron sometidos a tareas tan duras como la construcci­ón del canal del Bajo Guadalquiv­ir (foto: RMHSA-CGT).
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Abajo a la izquierda, el campo de concentrac­ión de Las Arenas (Sevilla) conserva en pie algunos restos.
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En la provincia de Burgos existieron algunos de los más crueles campos de concentrac­ión.

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