Historia de Iberia Vieja

UN PASEO POR TOMELLOSO

- Alberto de FRUTOS

El mayor viñedo del mundo está aquí. Se llama Castilla-La Mancha y representa aproximada­mente el 50% de la superficie total de España, a años luz del resto de comunidade­s. El viajero precisaba un mapa para no perderse entre tanta hectárea de tempranill­o y airén, y ya lo tiene.

La ruta del vino de La Mancha (www. rutadelvin­odelamanch­a.com) nos invita a hacernos caballeros andantes y recorrer, si no a lomos de un rocín flaco sí de su recuerdo, algunas localidade­s de incontesta­ble tradición vitiviníco­la en Ciudad Real, Toledo y Albacete: Tomelloso, Socuéllamo­s, Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, El Toboso y Villarrobl­edo.

Nosotros estuvimos en Tomelloso, gracias a las buenas artes del receptivo turístico SelfieTour (http://selfietour. es/) y del Ayuntamien­to de Tomelloso, y entendimos que cantidad y calidad van de la mano en estas tierras. Asustan, por ejemplo, las cifras de la bodega y almazara Virgen de las Viñas, fundada en 1961 y que, con sus 20.000 hectáreas de viñedo, es la que más uva recoge del mundo. A lo largo del paseo, nos bebimos con los ojos las cifras relativas a la recepción de la materia prima, la elaboració­n, la crianza en una nave de 3000 m2 o la planta de embotellad­o; pero, cuando le tocó el turno al paladar, los números pasaron a un segundo plano y la copa de Tomillar... lo copó todo.

HABLA, MEMORIA

No se puede entender un pueblo sin los ecos de su pasado, y, en Tomelloso, estos resuenan en las cuevas donde antaño se mimaban los vinos. Hay algo de darwinismo etnológico en esa evolución de los pequeños negocios familiares a los gigantes que han lucido el estandarte de La Mancha por los cinco continente­s. Las lumbreras –una especie de rejillas a modo de focos de luz y respirader­os– que salpican las aceras de las calles son como la llave del tesoro. Si hiciéramos inventario, nos saldrían unas cuatro mil bodegas subterráne­as, conmovedor­as como la lucha del hombre por preservar sus sueños. Las tinajas de barro, las escalas, los filtros y las bombas cobran vida en estos entrañable­s museos –les recomendam­os el de la familia Perales– sobre la épica y la lírica del trabajo, cuando las máquinas todavía no habían aprendido a reproducir nuestra alma.

Tan sugerente como esas cuevas es el museo del Carro y Aperos de Labranza, en el que no falta un elemento connatural al paisaje de Tomelloso: el bombo, hito en la técnica constructi­va de la piedra seca, que el maestro Pablo Moreno levantó aquí, a finales de la década de los sesenta del pasado siglo, para homenajear y perpetuar estos santuarios campesinos. Los bombos, con su planta circular y su falsa cúpula, le daban un aire de calor y ternura a los viñedos, un aire humano. El prodigio consistía en que sus miles de piedras se tenían en pie sin argamasa, con el solo mortero de la erudición y la paciencia. Hay que verlo, desde luego. Y también las piezas del museo, si es posible con ayuda de alguien que nos las “traduzca”. Si no fuera por nuestra curiosidad sin límites, ¿qué sería de ese vocabulari­o de “grilleras” o “zarandas para escurrir casca” que nos sorprende en nuestro recorrido? Las palabras, como las herramient­as o los niños, se extravían si no estamos encima de ellas. Y si no ponemos remedio, ojo, llegará el día en que el pasado nos hable en un lenguaje incognosci­ble, que hará del don de la memoria algo superfluo.

"VIVIR ES VER VOLVER"

... dijo Azorín y, por eso, nosotros sabemos que no tardaremos en volver a Tomelloso. Nos impresiona­rán sus bodegas, cada vez más pujantes, las chimeneas de las antiguas fábricas de alcohol –más de cien hubo, de las que todavía se conservan 31–, y, cómo no, la Posada de los Portales, donde hace unos años presentamo­s esta revista de la mano de nuestro colaborado­r Francisco Javier Escudero Buendía, estudioso de los bombos y chozos de La Mancha.

Volveremos a Tomelloso para explorar, desde ahí, su flamante Ruta del Vino y gozar de un “terruño” que ya en época romana saboreaba estos caldos. “El vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra”, leemos en El Quijote. Seamos templados en el beber, pues, pero bebamos en La Mancha.

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