El séptimo arte Kursk
LA TRAGEDIA DEL KURSK, EN EL VERANO DE 2000, DIO LA VUELTA AL MUNDO. Y ESO A PESAR DE LA OPACIDAD INFORMATIVA DEL GOBIERNO RUSO, QUE TARDÓ VARIOS DÍAS EN ACEPTAR LA AYUDA EXTRANJERA PARA REFLOTARLO. MURIERON SUS 118 TRIPULANTES. AHORA, UNA PELÍCULA DE THOMAS VINTERBERG RECONSTRUYE EL DRAMA HUMANO TRAS LA NOTICIA.
La película narra la odisea vivida por los tripulantes del submarino K-141-Kursk, que el 12 de agosto de 2000 sufrió el accidente más grave de la historia de la armada rusa. Había zarpado con 118 tripulantes a bordo para realizar unas maniobras en el mar de Barents, y lo que parecía una simple rutina se convirtió en una tragedia de repercusión mundial. La narración empieza unos pocos días antes, cuando oficiales y marineros celebran una fiesta familiar que les sirve además de despedida. La verdad es que sobre ellos flota un halo de extraña escasez, como una premonición de la situación futura, por más que nadie imagine la amargura venidera. Tampoco lo piensa Mikhail, ni su mujer Tanya –en avanzado estado de gestación–, ni su hijo; él va a embarcar y ellos solo sienten el orgullo de considerar a su marido y padre como un héroe de los mares. Al fin, el Kursk parte y se une al resto de la flota rusa. Las maniobras se desarrollan sin novedad, hasta que el submarino se dispone a disparar dos torpedos. El primero de ellos sufre un repentino recalentamiento que no se puede detener y que origina una tremenda explosión que se propaga a través de los compartimientos, arrasándolos y matando a los hombres que se encuentran allí. Se produce una enorme vía de agua que desequilibra la nave y la hace hundirse hasta chocar con el fondo marino, a 106 metros de profundidad. Y el choque con el suelo provoca una segunda explosión, mucho más potente que la primera, y que acaba con el resto de la tripulación,
excepto una veintena de marineros que se refugian en un estrecho habitáculo.
BAJO EL AGUA
El argumento se desdobla entonces –con acierto– para dejar ver, bajo el agua, los afanes de los supervivientes, mandados por Mikhail; y en tierra, el drama que viven Katya y el resto de los familiares, primero sin información y poco a poco más angustiados, según la tragedia se va haciendo más cierta. En esta dualidad es donde reside la mayor tensión, aunque paralelamente la película va mostrando las reacciones del mando ruso, que trata de poner en marcha una operación de rescate, y las propuestas de británicos y noruegos, que están cerca del lugar, y que ofrecen sus mejores medios para ayudar al salvamento. Mientras Mikhail y sus hombres se afanan en resistir, racionando los escasos alimentos y al aun más preciado oxígeno del que disponen, los jefes de la Armada rehúsan la ayuda internacional. Pero los minisubmarinos que pueden actuar no están en buen estado –los mejores se vendieron a los parques de atracciones americanos– y los intentos fracasan. Dentro del Kursk, la angustia aumenta según van comprendiendo que no hay medios para salvarlos, y en el puerto las familias pierden la esperanza cuando las autoridades, a regañadientes, les comunican la verdad. Y cuatro días después del accidente, los rusos acceden a que los británicos realicen el rescate. Kursk –la película– ofrece un alto grado de realismo en la recreación de navíos, instalaciones y personajes, mostrados sin falsa afectividad ni sensiblería. Es otro acierto del film, que nació, parece ser, de la iniciativa del propio Matthias Schoenaerts, el actor belga protagonista del relato, que convenció a Vinterberg y a los productores para consolidar el proyecto. Schoenaerts da una lección de sobriedad y dramatismo, y el reparto internacional de grandes figuras –Léa Seydoux, Colin Firth, Max von Sydow…– ayuda a consolidar la puesta en escena de este drama humano y político, un homenaje a quienes sufrieron tan terrible situación, dentro y fuera del submarino.